DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE ALBANIA ANTE LA SANTA SEDE*
Sábado 1 de marzo de 1997
Señor embajador:
1. Me alegra acogerlo en audiencia especial para la presentación de sus cartas credenciales. Al dirigirle un saludo cordial, le ruego que transmita mis sentimientos de deferente estima al señor presidente de la República de Albania, a quien expreso de corazón mis mejores deseos de un fructuoso servicio para el bien del pueblo albanés.
Mientras me complace recibir las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede, le expreso también a usted, señor embajador, mis mejores deseos de que desempeñe la alta misión que se le ha confiado, con el mismo espíritu que ha testimoniado en sus nobles palabras, sintiendo la satisfacción que la Providencia concede a quien trabaja generosamente en favor del bien común.
2. Al encontrarme con usted, señor embajador, se reaviva en mí el recuerdo del 25 de abril de hace cuatro años, cuando tuve la alegría de realizar mi visita pastoral a Albania. A pesar de que duró poco tiempo, fue uno de mis viajes apostólicos más intensos y significativos, a causa de los trágicos hechos que su patria había vivido. En efecto, sólo algunos años antes, la visita del Papa habría sido absolutamente impensable. Las imágenes y las impresiones de esa jornada están muy vivas en mi mente y en mi corazón. Ante todo, como es natural, recuerdo a la comunidad católica albanesa, para la que tuve la alegría de ordenar, en la catedral de Escútari, a sus primeros cuatro nuevos pastores, después de muchos años de opresión y dictadura comunista. Recuerdo, además, a toda la población y, de modo especial, el último gran encuentro con el pueblo albanés, en la plaza de Scanderbeg, en Tirana.
Por medio de usted, señor embajador, deseo asegurar a la amada nación albanesa y a sus gobernantes que la Santa Sede y la Iglesia católica quieren manifestarles, con renovado esfuerzo, una cercanía concreta y una solidaridad solícita, para que la joven democracia del país prosiga su camino cada vez con más agilidad y alcance sus esperados objetivos de desarrollo humano y social.
3. La contribución de la Iglesia está íntimamente vinculada a su misión evangelizadora, que consiste en sembrar la buena semilla del Evangelio en los surcos de la historia de los pueblos para que, acogiendo el germen vital de la fe que salva, produzcan frutos de justicia y paz, libertad y verdad. Esto favorecerá, sin duda, una convivencia entre los ciudadanos, animada por el amor fraterno y solidario. En Albania, en particular, donde durante un largo período se ejerció una privación violenta y sistemática de la libertad religiosa, la Iglesia se siente enviada para una evangelización nueva y, por decirlo así, «refundadora». Cristo, liberador del hombre, debe poder caminar de nuevo libremente por las ciudades y aldeas del país, confortando a todos los que están cansados y agobiados, y difundiendo consuelo y esperanza.
Sólo si en las conciencias se consolida el sentido de los valores fundamentales, comenzando por el respeto a la dignidad intangible de la persona y de la vida humana, la convivencia democrática podrá establecerse sobre bases sólidas y duraderas (cf. Mensaje a la nación albamesa, Tirana, 25 de abril de 1993, n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 30 de abril de 1993, p. 12).
Como dije durante esa visita pastoral a Albania, «reconocer a la persona humana este valor y este carácter central hará que en la economía se encuentre el equilibrio exacto entre las razones de la eficiencia y las razones preeminentes de la solidaridad, y que el compromiso político sea una búsqueda responsable del bien común, que ha de buscarse siempre respetando todas las exigencias éticas y morales» (ib., n. 5).
De acuerdo con esos principios, se puede y se debe buscar la solución también para los problemas del momento actual, entablando el diálogo con todas las fuerzas responsables de la sociedad que, aunque tengan que superar muchas dificultades, están esforzándose por promover el sistema democrático en Albania.
La Iglesia católica quiere dar su contribución a dicho esfuerzo, con espíritu de profundo respeto y colaboración leal con las demás grandes comunidades religiosas, ante todo con la cristiana ortodoxa, así como con la musulmana. Renuevo mi deseo de que los creyentes se sientan llamados a contribuir a la renovación moral del país, dando siempre testimonio de las relaciones de estima recíproca y colaboración cordial, de las que, con razón, se sienten orgullosos.
4. Señor embajador, ha querido ofrecerme cortésmente el libro, dirigido por usted, que documenta las atroces persecuciones del régimen comunista y el testimonio heroico de tantas víctimas inocentes, entre las cuales figuran numerosas sacerdotes. Le agradezco profundamente este regalo, que tengo en gran aprecio.
Me brinda la oportunidad de reanudar una reflexión de notable importancia no sólo para Albania, sino también para todas las naciones. Aunque es evidente que conviene olvidar cuanto antes la tragedia de la dictadura, hay que conservar el recuerdo de los sufrimientos y los abusos padecidos en ella como advertencia para el presente y el futuro, y como estímulo para un constante rescate espiritual y moral. Al cabo de un siglo, durante el cual la humanidad ha conocido fenómenos de aberrante explotación del hombre y de violencia inaudita, las generaciones proyectadas hacia el tercer milenio tienen el derecho de que se les ayude a formarse un juicio crítico sobre las causas y las consecuencias de esos fenómenos, para que puedan oponerse a tiempo a las tendencias negativas que, por desgracia, no dejan de insidiar al hombre y a las estructuras sociales, incluso en las sociedades modernas.
El recuerdo de los mártires es fuente positiva de valentía y esperanza, porque demuestra que la fe y el amor son fuerzas superiores a cualquier iniquidad. Al final, siempre triunfan. Que este recuerdo vivo del sacrificio de numerosos hijos suyos ilumine los pasos de las generaciones presentes y futuras de Albania, sobre las cuales invoco la protección de la Virgen del buen consejo y la abundancia de las bendiciones divinas.
*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.12, p.10.
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