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PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II
AL FINAL DE UNA REPRESENTACIÓN TEATRAL
SOBRE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS


Domingo 23 de agosto de 1998

 

Queridos amigos:

Saludo y doy las gracias ante todo a los tres actores de la representación sobre santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, doctora de la Iglesia, así como a quienes han contribuido a su realización. Nos brindan la ocasión de meditar en la obra de la santa de Lisieux, maestra de vida espiritual y patrona de las misiones. Teresa apreciaba el arte del teatro y la poesía, y transmitía así el mensaje de su divino Salvador, deseando únicamente en toda su existencia «el honor y la gloria de nuestro Señor» (La misión de Juana de Arco, 10 r).

Me alegra que ella, que pasó su vida en el recogimiento de su Carmelo, sea cada vez más conocida y siga mostrando el camino del Señor, gracias a su madurez espiritual y a la seguridad de su doctrina. Ojalá que, por medio del arte, muchas personas, siguiendo a la joven carmelita, tengan la posibilidad de descubrir a Aquel que es el camino, la verdad y la vida, y se sientan atraídas por él, para amarlo con todo su corazón, pues «el amor atrae al amor» (Manuscrito C, 34 v), para vivir el Evangelio todos los días y para servir a sus hermanos.

Saludo también a todos los que han participado en esta representación, en particular al padre abad y a los padres de la congregación de San Víctor de la Confederación de los Canónigos Regulares de San Agustín. Os invito a todos a hacer incesantemente, como Teresa, el acto de consagración al Amor misericordioso, deseando, a pesar de la debilidad humana, amar y hacer amar a Dios, y poniéndoos humildemente en sus manos como niños, para cumplir diariamente su voluntad. Os imparto de corazón a todos la bendición apostólica.



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