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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE ESLOVENIA ANTE LA SANTA SEDE*


Palacio pontificio de Castelgandolfo
Lunes 7 de septiembre de 1998

 

Señor embajador:

1. Con gran alegría le doy la bienvenida en el momento en que presenta las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Eslovenia ante la Santa Sede.

Le ruego que transmita al ilustrísimo presidente de la República, señor Milan Kučan, mi sincera gratitud por los amables sentimientos de deferencia y los buenos deseos que me ha expresado. A mi vez, formulo votos por su elevado mandato al servicio de sus compatriotas.

Al agradecerle las nobles expresiones de reconocimiento que ha pronunciado con referencia al proceso de independencia de la República de Eslovenia, deseo asegurarle que la Santa Sede seguirá brindando su peculiar apoyo a la querida nación que usted representa, así como a todos los pueblos que luchan pacíficamente por afirmar sus legítimas aspiraciones a la libertad.

2. Sigue vivo en mí el recuerdo del viaje que tuve la alegría de realizar a Eslovenia, en mayo de 1996, visitando Liubliana, Postojna y Maribor. Confío en que esos momentos permanezcan en la memoria histórica del pueblo, como aliciente para alimentar constantemente sus raíces espirituales, obteniendo de ellas la linfa necesaria que le permita crecer unido y motivado, en el ámbito de la gran familia de las naciones.

Especialmente en las fases históricas marcadas por rápidos cambios y, por decirlo así, por bruscas aceleraciones en los procesos políticos, económicos y culturales, es más necesario que nunca mantener bien firmes y vivos los valores que no cambian y que distinguen de modo permanente y universal a la persona humana y la convivencia civil. Esto es absolutamente indispensable sobre todo desde el punto de vista educativo, con referencia a las nuevas generaciones, que no han conocido personalmente el esfuerzo de propugnar ciertos ideales y corren el riesgo de perder su sentido y sus exigencias. En efecto, una sociedad es vital en la medida en que es capaz de transmitir los grandes valores humanos y la pasión por su concreta realización histórica.

3. No cabe duda de que, para ello, la presencia activa y lo más amplia posible de la comunidad eclesial desempeña un papel muy valioso. Según la elocuente imagen evangélica de la levadura, favorece el desarrollo de toda la sociedad hacia la justicia, la libertad, la paz y el respeto a los derechos humanos. Eslovenia conoce bien todo esto, no por referencias, sino por su secular experiencia histórica: los anales de la historia eslovena documentan la aportación positiva de la religión católica a la vida del país y a la calidad de su crecimiento moral y cultural.

Como su excelencia sabe, la Santa Sede es el órgano central de la Iglesia católica, que, desde hace siglos, está bien enraizada también en la República de Eslovenia. La Sede apostólica tiene la misión de promover, en unión con los obispos locales, las relaciones con las autoridades estatales, y de regular las que existen entre la Iglesia y el Estado. Desgraciadamente, esto no fue posible durante el pasado régimen. Con la vuelta de la democracia, la Iglesia católica ha obtenido nuevas posibilidades para desarrollar su actividad de evangelización y de promoción humana.

4. Me ha alegrado la información que usted me ha proporcionado sobre las soluciones que se han encontrado para algunas cuestiones de gran importancia con vistas a las relaciones mutuas. Espero que, con un diálogo sincero y leal, los representantes de la Iglesia y del Estado afronten otros asuntos aún pendientes que son, desde hace años, objeto de discusiones. Una solución justa para esos problemas no sólo beneficiará a la Iglesia católica, sino también a toda la sociedad eslovena, a la que la Iglesia quiere servir y a cuyo bienestar desea contribuir.

Señor embajador, le expreso mis mejores deseos de que el cumplimiento de la alta misión que se le ha confiado sirva para desarrollar y profundizar ulteriormente las relaciones mutuas, no sólo en beneficio de los católicos eslovenos, sino también de todos los ciudadanos de la querida nación que usted representa.

Le deseo, señor embajador, una feliz estancia en Roma. Puedo asegurarle que encontrará siempre en mis colaboradores apoyo atento y acogida cordial. Sobre usted, sobre el pueblo esloveno y sobre cuantos lo gobiernan en las vísperas del tercer milenio, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.37, p.9 (p.501).

 



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