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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A VARIOS PREMIOS NOBEL DE LA PAZ, REUNIDOS EN ROMA*


Jueves 22 de abril de 1999

 

Señor presidente;
señoras y señores:

1. Me complace dar la bienvenida a esta distinguida asamblea de condecorados con el premio Nobel de la paz, reunidos en Roma para tener importantes jornadas de reflexión sobre los desafíos políticos del próximo siglo. Saludo, en particular, a su excelencia el señor Mijaíl Gorbachov, presidente de la Fundación para la investigación social, económica y política, que ha organizado este coloquio internacional. Aprecio mucho el cordial saludo que me ha dirigido en vuestro nombre.

2. La cuestión de la paz ocupa un lugar central en la vida política. Por esta razón, vuestro encuentro se celebra en un momento especialmente trágico para Europa. No podemos menos de renovar un apremiante llamamiento para que se ponga fin a los conflictos étnicos en los Balcanes y al fragor de las armas, y se vuelva al diálogo y al respeto de la dignidad de todas las personas y de todas las comunidades, en nombre de los derechos humanos fundamentales. No podemos olvidar tampoco las tragedias humanas que ocurren en muchas otras áreas del mundo, especialmente en África y Asia. La importante obra que habéis realizado al servicio de la paz y la reconciliación os ha atribuido una responsabilidad permanente en la lucha por el reconocimiento del valor inestimable de cada ser humano, la formación de las conciencias y el crecimiento de una coexistencia fraterna y pacífica entre las personas y los pueblos. Dado que procedéis de diferentes culturas y naciones, vuestro encuentro es un signo de que la paz sólo puede alcanzarse si se superan las concepciones del hombre y de la sociedad basadas en la raza, la religión, el nacionalismo o, más en general, en la exclusión de los demás. La búsqueda de la paz requiere una apertura a la experiencia de nuestros hermanos y hermanas, y un compromiso eficaz de respetar su dignidad y libertad.

3. Al prepararnos para entrar en el nuevo milenio, es preciso hacer que la humanidad avance decididamente por la senda de una paz real y duradera, y construya una civilización fundada en el deseo de una coexistencia que respete la diversidad de los pueblos, su historia, sus culturas y sus tradiciones espirituales. En vez de alimentar nuevos antagonismos, la globalización debe llevar a un rechazo del conflicto armado, del nacionalismo intolerante y de todas las formas de violencia.

Ésta es la condición para el crecimiento de una auténtica solidaridad, que permita a todos comprender que la paz requiere la aceptación de la diversidad, el rechazo de todo comportamiento agresivo hacia los demás, y el deseo de construir una sociedad cada vez más justa y fraterna mediante el diálogo y la cooperación. La paz no es una idea vaga o un sueño; es una realidad que hay que construir con afán, día a día, y con el esfuerzo de todos. La búsqueda de la paz es una de las metas más nobles que puede perseguir una persona, tanto en su patria como en la comunidad internacional. Hay que apoyar con decisión a quienes se esmeran por ser constructores de paz, puesto que sus esfuerzos están encaminados a crear para todos una vida mejor, una sociedad en la que cada persona tenga su lugar y en la que todos puedan vivir en paz y armonía, desarrollando los dones recibidos del Creador para su crecimiento personal y el bien común.

4. Para los cristianos, el fundamento de la dignidad humana se encuentra en el amor de Dios por todas las personas, sin excepción alguna; y la paz verdadera es un don ofrecido y recibido constantemente. A pesar de la violencia y las numerosas amenazas contra la vida que se ciernen sobre nuestro mundo, durante este año, que los católicos han dedicado a Dios, Padre misericordioso, la Iglesia desea proclamar un mensaje de esperanza en el futuro de la humanidad. Invita con urgencia a todas las personas de buena voluntad a colaborar resueltamente en la construcción de la «civilización del amor, fundada sobre valores universales de paz, solidaridad, justicia y libertad» (Tertio millennio adveniente, 52), y a no desalentarse frente a los obstáculos o los contratiempos.

Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias, y guíe vuestros esfuerzos al servicio de la paz, la reconciliación y la fraternidad entre los pueblos.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 19 p.12. 



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