ORACIÓN DEL SANTO PADRE
A LA INMACULADA CONCEPCIÓN
PLAZA DE ESPAÑA - ROMA
Miércoles 8 de diciembre de 1999
Como cada año, en esta fecha tan querida
para el pueblo cristiano, nos volvemos
a encontrar aquí,
en el corazón de la ciudad,
para renovar el tradicional homenaje floral a la Virgen,
al pie de la columna que los romanos erigieron
en honor de la Inmaculada Concepción.
Ya en vísperas del gran jubileo,
la celebración de hoy constituye
una preparación especial para el encuentro con Cristo,
que "destruyó la muerte
e hizo irradiar vida e inmortalidad
por medio del Evangelio" (2 Tm 1, 10).
Así presenta la Escritura la misión salvífica del Hijo de Dios.
a Virgen, a la que hoy contemplamos en el misterio
de la Inmaculada Concepción, nos invita a dirigir
nuestra mirada al Redentor,
nacido en la pobreza de Belén
por nuestra salvación.
Junto con ella, contemplamos el don de la encarnación
del Hijo de Dios, que vino a nosotros
para dar sentido a la historia de los hombres.
Resuenan en nuestro corazón
las palabras del profeta Isaías:
"El pueblo que caminaba en tinieblas
vio una luz grande" (Is 9, 1-2).
María es el alba radiante de este día de esperanza cierta.
María es Madre de Cristo, hecho hombre para inaugurar
los tiempos nuevos anunciados por los profetas.
Estamos viviendo con María,
"aurora de la Redención", el Adviento,
tiempo de espera gozosa, de contemplación y de esperanza.
Del mismo modo que la estrella de la mañana anuncia
en el firmamento la salida del sol, así la encarnación
del Hijo de Dios, "el astro que surge de lo alto" (Lc 1, 78),
es precedida por la concepción inmaculada de la Virgen María.
Sublime misterio de gracia, que sentimos aún más profundo
este año, al final de un milenio
y al comienzo ya inminente del Año jubilar.
Hoy hemos acudido con mayor confianza a los pies de la Virgen,
para pedirle que nos ayude a cruzar, con renovado empeño,
el umbral de la Puerta santa, que nos introducirá
en el gran jubileo del año 2000.
Cruzaremos conscientemente ese umbral, sostenidos
y animados por tu ayuda, Virgen Inmaculada.
Hace dos mil años, en Belén de Judá, nació de ti
el Triunfador de la muerte y el Autor de la vida,
que por medio del Evangelio
ha hecho resplandecer toda la vida humana.
Cristo vino a nosotros para devolver la dignidad plena
al hombre creado a imagen de Dios.
Sí, el ser humano no puede permanecer
en las tinieblas; anhela la Luz verdadera, que ilumine los pasos
de su peregrinación terrena.
El hombre no ama la muerte:
dotado de una naturaleza espiritual,
desea la inmortalidad de todo su ser.
Jesús, al anular con su sangre el poder de la muerte,
he hecho realidad este íntimo deseo del corazón del hombre.
Contemplándote a ti, Virgen elegida y llena de gracia,
nosotros, peregrinos en la tierra, vemos la realización
de la promesa de la inmortalidad en la comunión plena con Dios.
En ti, Madre de los vivos, se cumplieron, como primicia
de gloria, las palabras del Apóstol: el Señor Jesús
"destruyó la muerte e hizo irradiar vida e inmortalidad".
La Iglesia repite este anuncio gozoso también este año,
en el umbral de un nuevo milenio.
Por eso, hoy, estamos nuevamente a tus pies,
Inmaculada llena de gracia, para implorarte,
en nombre de todo el pueblo cristiano,
que acojas nuestro homenaje,
expresión de nuestra fe y de nuestra devoción,
a la vez que, con profunda gratitud, transmitimos
al próximo milenio la hermosa tradición
de esta cita devota contigo,
junto a la columna de la plaza de España.
Y tú, Inmaculada Virgen María, ¡ruega por nosotros!
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