DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN SIMPOSIO SOBRE JAN HUS
Viernes 17 de diciembre de 1999
Distinguidas autoridades de Gobierno;
señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres estudiosos;
señoras y señores:
1. Es para mí motivo de gran alegría dirigiros mi saludo cordial con ocasión de vuestro Simposio sobre Jan Hus, que constituye una ulterior e importante etapa para una comprensión más profunda de la vida y la obra del conocido predicador bohemo, uno de los más famosos entre los muchos ilustres maestros que salieron de la universidad de Praga. Hus es una figura memorable por muchas razones. Pero sobre todo su valentía moral ante las adversidades y la muerte lo ha convertido en figura de especial importancia para el pueblo checo, también él duramente probado a lo largo de los siglos. Os doy gracias particularmente a todos vosotros por haber contribuido al trabajo de la Comisión ecuménica "Husovská", constituida hace algunos años por el señor cardenal Miloslav Vlk con el objetivo de identificar de modo más preciso el lugar que Jan Hus ocupa entre quienes aspiraban a la reforma de la Iglesia.
2. Es significativo que hayan participado en este simposio estudiosos procedentes no sólo de la República Checa, sino también de los países vecinos. Y no es menos relevante el hecho de que, a pesar de las tensiones que deterioraron las relaciones entre los cristianos checos en el pasado, se hayan reunido expertos de diferentes confesiones para compartir sus conocimientos. Después de haber recogido la mejor y más actualizada reflexión académica sobre Jan Hus y sobre los acontecimientos en los que se vio envuelto, el próximo paso será publicar los resultados del simposio, a fin de que el mayor número posible de personas pueda conocer mejor no sólo la extraordinaria figura de hombre que fue, sino también el importante y complejo período de la historia cristiana y europea en el que vivió.
Hoy, en vísperas del gran jubileo, siento el deber de expresar mi profunda pena por la cruel muerte infligida a Jan Hus y por la consiguiente herida, fuente de conflictos y divisiones, que se abrió de ese modo en la mente y en el corazón del pueblo bohemo. Ya durante mi primera visita a Praga expresé la esperanza de que se dieran pasos decisivos en el camino de la reconciliación y de la verdadera unidad en Cristo. Las heridas de los siglos pasados deben curarse con una nueva mirada en perspectiva y con el establecimiento de relaciones completamente renovadas. Nuestro Señor Jesucristo, que es "nuestra paz" y ha derribado "el muro que nos separaba" (Ef 2, 14), guíe el camino de la historia de vuestro pueblo hacia la unidad recuperada de todos los cristianos, que todos nosotros anhelamos ardientemente para el milenio que estamos a punto de comenzar.
3. Desde esta perspectiva, es de vital importancia el esfuerzo que los estudiosos puedan realizar para llegar a una comprensión más profunda y completa de la verdad histórica. La fe no tiene nada que temer con respecto al esfuerzo de la investigación histórica, dado que también la investigación tiende, en definitiva, a la verdad, que tiene su fuente en Dios. Por tanto, doy gracias ahora a nuestro Padre celestial por vuestro trabajo, que llega a su término, de la misma manera que os alenté cuando lo empezasteis.
La historiografía se ve entorpecida a veces por presiones ideológicas, políticas o económicas; como consecuencia de ello, la verdad se oscurece y la historia misma termina por convertirse en prisionera de los poderosos. El estudio auténticamente científico es nuestra mejor defensa contra esas presiones y contra las distorsiones que pueden producir. Es verdad que es muy difícil llegar a un análisis de la historia absolutamente objetivo, dado que las convicciones, los valores y las experiencias personales influyen inevitablemente en su estudio y exposición. Sin embargo, esto no significa que no se pueda llegar a una revisión de los eventos históricos que sea realmente imparcial y, como tal, verdadera y liberadora. Vuestro mismo trabajo es la prueba de que esto es posible.
4. Incluso la verdad puede resultar incómoda cuando nos exige que abandonemos nuestros prejuicios y tópicos arraigados. Esto vale tanto para las Iglesias, las comunidades eclesiales y las religiones, como para las naciones y las personas. Sin embargo, la verdad que nos hace libres del error es también la verdad que nos hace libres para amar; y el amor cristiano ha sido el horizonte de cuanto vuestra Comisión ha tratado de realizar. Vuestro trabajo significa que una figura como la de Jan Hus, que fue objeto de gran controversia en el pasado, puede convertirse ahora en tema de diálogo, de confrontación y de profundización común.
En esta hora en que muchos se están esforzando por crear un nuevo tipo de unidad en Europa, las investigaciones históricas como la vuestra pueden ser útiles para impulsar a las personas a rebasar los confines étnicos y nacionales, demasiado estrechos, hacia nuevas formas de apertura auténtica y solidaridad. Estoy seguro de que esto ayudará a los europeos a comprender que el continente sólo podrá avanzar de manera segura hacia una unidad nueva y estable si sabe unirse de modos nuevos y creativos a las raíces cristianas comunes y a la identidad específica que ha derivado de ellas.
5. Por tanto, es evidente que vuestro trabajo es un servicio importante no sólo para la figura histórica de Jan Hus, sino también, más en general, para los cristianos y la sociedad europea en su conjunto. Es así porque, en definitiva, es un servicio a la verdad sobre el hombre, verdad que la familia humana necesita recuperar, antes que cualquier otra cosa, en el alba del tercer milenio de la era cristiana.
Al contemplar la verdad sobre el hombre, no podemos por menos de dirigirnos a la figura de Cristo resucitado. Sólo él encarna perfectamente la verdad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26). Pido ardientemente a Cristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8), que envíe su luz a vuestro corazón. Como prenda de gracia y paz en él, invoco sobre vosotros, sobre vuestros seres queridos y sobre toda la nación checa las abundantes bendiciones del Altísimo, al que corresponde la alabanza, la gloria, la sabiduría y la acción de gracias por los siglos de los siglos. Amén (cf. Ap 7, 12).
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