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VIAJE A MÉXICO Y SAN LUIS

PALABRAS DE DESPEDIDA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO,
PRONUNCIADAS AL FINAL DE LAS VÍSPERAS
CELEBRADAS EN LA CATEDRAL DE SAN LUIS

Miércoles 27 de enero de 1999

 

Ahora que mi visita a San Luis está a punto de terminar, deseo expresar mi aprecio al vicepresidente Gore y a su esposa por haber venido a saludarme antes de mi regreso a Roma. Agradezco a cuantos han colaborado con el Gobierno federal todo lo que han hecho para facilitar esta visita.

Mi gratitud va al gobernador del Estado de Misuri, al alcalde de la ciudad de San Luis y a todos sus colaboradores. Doy las gracias a la policía y a todos los que se han encargado de la seguridad y el orden público. Agradezco a las comunidades civiles y comerciales de San Luis el apoyo que han brindado.

La acogida que me han reservado mis hermanos cristianos y los miembros de otras comunidades religiosas ha sido muy cordial. Espero que aceptéis mi sincero agradecimiento y la seguridad de mi amistad en la causa del ecumenismo, del diálogo y de la colaboración interreligiosos.

Visitar a los habitantes de San Luis ha sido una experiencia conmovedora. Habría deseado saludar personalmente a cada uno de los jóvenes del Kiel Center, a las numerosas personas reunidas en el Trans World Dome, y aquí en la basílica catedral, así como a lo largo de las calles y en el aeropuerto.

Mi gratitud va también a los cardenales y a mis hermanos en el episcopado de los Estados Unidos, que han venido a San Luis. Me ha alegrado saber que muchas otras diócesis han enviado representantes. Os lo agradezco a todos.

En especial, deseo dar las gracias a la Iglesia particular de San Luis. Tengo una deuda de gratitud con todas las personas comprometidas: organizadores, miembros de asociaciones y voluntarios, que han trabajado durante mucho tiempo y con empeño, sin hacerse ver. No olvido tampoco el apoyo oculto, pero efectivo, de todos los que han orado por el éxito espiritual de este acontecimiento, especialmente los contemplativos en sus monasterios. Quiero dirigir unas palabras de agradecimiento y estima en especial al arzobispo monseñor Rigali, que hace precisamente dos días celebró su quinto aniversario como vuestro celoso pastor.

Hace algunos meses, una peregrinación de San Luis fue a Roma. Nos encontramos en el atrio de San Pedro, donde me cantaron: «¡Reúnete conmigo en San Luis... reúnete conmigo en la catedral!». Con la ayuda de Dios, lo hemos hecho. Recordaré siempre San Luis. Os recordaré siempre a todos vosotros.

Dios bendiga a San Luis.

Dios bendiga a Estados Unidos.

 



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