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 VIAJE APOSTÓLICO A NUEVA DELHI Y GEORGIA
(5-9 DE NOVIEMBRE DE 1999)

ENCUENTRO CON EL PATRIARCA Y EL SANTO SÍNODO

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Palacio patriarcal de Tiflis
Lunes 8 de noviembre de 1999

 

Santidad,
eminencias,
excelencias, queridos hermanos en el episcopado:

 1. Estoy profundamente agradecido a la divina Providencia por este encuentro, que tiene lugar casi veinte años después de la primera e histórica visita del Catholicós patriarca de la antigua Iglesia apostólica en Georgia a la Sede apostólica de Roma. En aquella ocasión, nos dimos el santo beso de la paz, y nos prometimos que cada uno oraría por el otro. Hoy, gracias a su amable invitación, tengo la alegría de devolver esa visita fraterna. Personalmente, considero un gran don de Dios esta oportunidad de expresar, una vez más, mi veneración y estima por la Iglesia confiada a su solicitud pastoral. Desde la primera predicación del Evangelio en estas tierras, la Iglesia en Georgia ha dado un noble testimonio de Cristo y ha inspirado una cultura rica en valores evangélicos; hoy, en un nuevo clima de libertad, la Iglesia apostólica en Georgia mira al futuro con firme confianza en el poder de la gracia de Dios de suscitar una nueva primavera de fe en esta tierra bendita.

Por eso, en la paz de Cristo saludo a Su Santidad y a los arzobispos y obispos del Santo Sínodo. Es significativo que esta primera visita de un Obispo de Roma a la Iglesia ortodoxa en Georgia tenga lugar en vísperas del gran jubileo del bimilenario del nacimiento del Hijo de Dios, enviado por el Padre para la redención del mundo. El gran jubileo es una invitación a todos los creyentes a unirse en un himno de acción de gracias por el don de nuestra salvación en Cristo, y a trabajar juntos por el triunfo de su reino de santidad, justicia y paz. Al mismo tiempo, el jubileo nos impulsa a reconocer, con espíritu de dolor y arrepentimiento, las divisiones que han surgido entre nosotros durante este milenio, en abierta contradicción con la voluntad del  Señor, que oró para que todos sus discípulos fueran uno (cf. Jn 17, 21). Quiera Dios que este encuentro, y el beso de la paz que nos daremos, sean un paso lleno de gracia hacia una renovada fraternidad entre nosotros, y hacia un testimonio común más auténtico de Jesucristo y del Evangelio de vida eterna.

2. Deseo aseguraros la estima y la admiración de la Iglesia católica por la Iglesia en Georgia. La Iglesia en Georgia, enraizada en la primitiva comunidad de Jerusalén, es una de las comunidades cristianas más antiguas. Vinculada a la predicación del apóstol Andrés, debe la verdadera conversión del rey y de la nación a santa Nina. Un autor occidental, Rufino, en su "Historia de la Iglesia", nos ofrece una descripción muy antigua de la vida de esta santa, que predicó el evangelio del Señor desde la cárcel con palabras y oraciones, penitencia y milagros. El "pilar vivo" que su oración logró levantar para sostener el templo que se estaba construyendo, después de que ningún instrumento o esfuerzo humano había podido lograrlo, es una hermosa imagen de sí misma, el verdadero pilar de la fe del pueblo georgiano. Monjes santos y eruditos dieron a esta tierra, en la que según la tradición se conservaba la túnica del Señor, muchos de sus monumentos imperecederos de cultura y civilización. Incluso el alfabeto fue inventado como instrumento para la predicación de la palabra de Dios con la lengua del pueblo. Multitud de mártires derramaron su sangre por el Evangelio, cuando profesar la fe cristiana constituía un delito que se podía castigar con la muerte:  desde los nueve niños mártires de Kola, pasando por san Shushanik, san Eustaquio de Mtskheta y Abo de Tbilisi, hasta la reina Ketevan. Por su historia y su cultura cristianas, Georgia merece el reconocimiento de la Iglesia universal.

De igual modo, durante el siglo que está a punto de terminar, esta tierra ha dado multitud de confesores y mártires. Así, vuestro país ha sido santificado una vez más mediante la sangre de los testigos del Cordero, sacrificado por nuestra salvación. Imploro su intercesión ante Dios por nuestras Iglesias, para que avancemos juntos por el camino de la paz, que  sólo  el Señor resucitado puede dar.

3. Aquí, en este momento providencial, no puedo menos de dar gracias a Dios por el fruto de los contactos que se han producido entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa durante estos años, comenzando por el histórico encuentro entre el patriarca ecuménico Atenágoras I y el Papa Pablo VI. Con su apertura a las inspiraciones del Espíritu Santo y con su profundo compromiso personal, esos dos grandes pastores guiaron nuestras Iglesias por un camino en el que, por la gracia de Dios, se ha desarrollado un diálogo fundado en la caridad y plenamente teológico. Desde la creación de la Comisión conjunta internacional, he seguido atentamente el progreso del diálogo, que reviste suma importancia para la causa de la unidad cristiana. Basando sus estudios en lo que tienen en común católicos y ortodoxos, la Comisión ha logrado notables progresos. Desde su creación en el seno de la ortodoxia por decisión unánime de todas las Iglesias ortodoxas, la Comisión ha tratado temas de fundamental importancia, tales como:  el misterio de la Iglesia y de la Eucaristía a la luz del misterio de la santísima Trinidad; fe, sacramentos y unidad de la Iglesia; el sacramento del orden en la estructura sacramental de la Iglesia, y la importancia de la sucesión apostólica para la santificación y la unidad del pueblo de Dios. La Comisión sigue afrontando cuestiones que plantean no pocas dificultades en el camino que nuestras Iglesias han emprendido juntas. Confío en que los documentos del diálogo sirvan de base para clarificar nuestra relación y evitar incomprensiones en los lugares donde conviven católicos y ortodoxos. La labor debe continuar, y cualquier obstáculo que aparezca a lo largo del camino puede despejarse pacientemente, con espíritu de fraternidad y amor sincero a la verdad.

En este marco, me complace recordar los fecundos contactos entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en Georgia, que empezaron en la época del concilio Vaticano II, al que vuestra Iglesia envió algunos observadores. La visita de Su Santidad a Roma marcó otro intenso momento de fraternidad y comunión. Aquí deseo recordar también que, en 1991, el arzobispo David de Sukhumi y Abkhazia, que en paz descanse, junto con otros delegados fraternos, participó en la I Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos, durante la cual se reflexionó en la necesidad de una nueva evangelización, el desafío más urgente que afrontan nuestras Iglesias después de las transformaciones de la última década. Ahora que la Europa cristiana se prepara para cruzar el umbral del nuevo milenio, ¡cuán necesaria es la contribución de Georgia, esta antigua encrucijada de culturas y tradiciones, a la construcción de una nueva cultura del espíritu, una civilización del amor inspirada y sostenida por el mensaje liberador del Evangelio!

4. Durante los últimos años, como fruto de la libertad recuperada por vuestro país, las relaciones entre nuestras Iglesias han sido más directas. Por su parte, la Iglesia católica ha podido ocuparse del cuidado pastoral de sus fieles. Espero ardientemente y pido a Dios todos los días que la colaboración entre nuestras Iglesias aumente cada vez más en todos los niveles, como expresión elocuente y necesaria del testimonio del Evangelio, que ortodoxos y católicos estamos llamados a dar. Os aseguro que mi representante en Georgia hará todo lo posible para fomentar esta relación de colaboración y comprensión, con espíritu de verdadera caridad cristiana, sin incomprensiones ni desconfianza, y caracterizado por un respeto total. Él sabe cuán importante es esto para el Obispo de Roma. Independientemente de la dificultad del camino de la reconciliación, debemos implorar al Espíritu Santo que realice plenamente lo que nosotros, obedeciendo al Señor, tratamos de hacer posible.

Santidad, queridos arzobispos y obispos de la Iglesia ortodoxa en Georgia, os doy las gracias una vez más por haberme acogido aquí como vuestro huésped. Fiel al compromiso que asumí hace muchos años, os aseguro mis continuas oraciones para que el Señor conceda a la venerable Iglesia en Georgia cada vez mayor fuerza y vitalidad, con vistas al cumplimiento de su misión apostólica. Sobre usted, querido hermano, y sobre todos los obispos que comparten con usted la responsabilidad de proclamar el evangelio de Jesucristo en tierra georgiana, invoco la luz y la sabiduría del Espíritu Santo. "A aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén" (Ef 3, 20-21).

 



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