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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO MUNDIAL DE ENCARGADOS
DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES PARA LA PASTORAL UNIVERSITARIA

Palacio pontificio de Castel Gandolfo
Sábado, 25 de septiembre de 1999

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Esta audiencia especial, con ocasión del encuentro mundial de los encargados de las Conferencias episcopales para la pastoral universitaria, es para mí motivo de alegría porque me brinda, entre otras cosas, la oportunidad de expresaros mi profundo aprecio por el trabajo que realizáis en los ambientes universitarios de vuestras respectivas naciones. Saludo al cardenal Pio Laghi, al que agradezco las nobles palabras con que ha interpretado los sentimientos de todos. Saludo también al cardenal Paul Poupard y a los demás prelados presentes, así como a las autoridades académicas que han intervenido. Mi saludo se extiende, asimismo, a todos vosotros, comprometidos en un campo tan importante como es el del mundo universitario.

Este encuentro mundial constituye, ciertamente, un útil enriquecimiento para todos vosotros, puesto que os permite un provechoso intercambio de experiencias a nivel de Iglesias particulares. Además, os da la posibilidad de preparar juntos el Jubileo de los universitarios, con ocasión del cual, el año próximo, se reunirán en Roma numerosos representantes de universidades e instituciones escolares de todo el mundo.

Sé que os estáis preparando con gran esmero para esa cita. Al respecto, deseo expresar mi profunda satisfacción por el material preparado por la Congregación para la educación católica, en colaboración con el Consejo pontificio para la cultura y la diócesis de Roma, con el fin de sensibilizar y preparar a los universitarios para el gran jubileo. Lo encomiendo a vosotros y a todos los agentes de pastoral universitaria:  son líneas de profundización y propuestas de acción, que se llevarán a cabo gracias a la creatividad de cada una de las realidades locales,  para  confluir de nuevo, con alegría y entusiasmo, en la celebración común de la Jornada mundial de la juventud y, sobre todo, en el Jubileo de los profesores  universitarios  del año próximo.

2. El tema que habéis elegido, "La universidad para un nuevo humanismo", se sitúa audazmente en el delicado punto de intersección entre las dinámicas del saber y la palabra del Evangelio. Estoy seguro de que, confiado a vuestro cuidado y  al  de las universidades católicas y eclesiásticas, dará abundantes frutos. Os  proponéis hacer que participe toda la comunidad universitaria, en sus múltiples componentes (estudiantes, profesores y personal administrativo) y en su carácter de lugar privilegiado de elaboración y transmisión de la cultura:  en el Evangelio se funda una concepción del mundo y del hombre que no deja de ofrecer valores culturales, humanísticos y éticos que pueden influir en toda la visión de la vida y de la historia.

Así se confirma la vocación originaria de la universidad, a veces puesta en tela de juicio por tendencias dispersivas y pragmáticas:  ser lugar rico en formación y en humanitas, al servicio de la calidad de la vida, según la verdad integral del hombre en su camino a lo largo de la historia. Es cultura del hombre y para el hombre, que se difunde y extiende a los diversos campos del saber, a las modalidades y formas de las costumbres, y al ordenamiento recto y armonioso de la sociedad.

Al respecto, no son pocos los problemas que debe afrontar la pastoral universitaria en su actividad diaria. Han aparecido problemas nuevos tras los profundos cambios que se han producido en este último tramo del milenio. En su raíz se halla el desafío constante que constituyen las relaciones entre fe y razón, entre fe y cultura, entre fe y progreso científico. En el ámbito de la universidad, la aparición de nuevos saberes y nuevas corrientes culturales está relacionada siempre, directa o indirectamente, con las grandes cuestiones sobre el hombre, sobre el sentido de su ser y obrar, sobre el valor de la conciencia, y sobre la interpretación de la libertad. Por eso, los intelectuales católicos tienen como tarea prioritaria promover una síntesis renovada y vital entre fe y cultura, sin olvidar jamás que el punto central de referencia en la múltiple actividad formativa sigue siendo Cristo, único Salvador del mundo.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, con vuestra vida y vuestro trabajo proclamad la gran noticia:  "Ecce natus est nobis Salvator mundi!". En este misterio se centra la celebración jubilar, que invita a todo creyente a convertirse en heraldo incansable de esta gozosa verdad.

Sin embargo, para cumplir esta tarea apostólica, debe dejarse guiar dócilmente por la palabra divina. Esto se deduce del testamento apostólico de san Pablo a los ancianos de  Éfeso:  "Ahora os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia" (Hch 20, 32). El Apóstol encomienda a los ancianos a la Palabra, convencido de que ellos, antes de ser heraldos de la Palabra, son impulsados por la Palabra de Dios, precisamente porque la Palabra es poderosa y eficaz. En cuanto realidad viva y operante (cf. Hb 4, 12), tiene el poder de salvar la vida (cf. St 1, 21), conceder la herencia con todos los santificados (cf. Hch 20, 32), y comunicar la sabiduría que lleva a la salvación (cf. 2 Tm 3, 15. 17), porque es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree (cf. Rm 1, 16).

Desde esta perspectiva, el concilio Vaticano II afirma que el Evangelio tiene la fuerza de renovar continuamente la vida y la cultura, purificándolas y elevándolas (cf. Gaudium et spes, 58). No debe ser motivo de desaliento la constatación de la insuficiencia de las propias fuerzas frente a las dificultades. Éste fue también el drama de san Pablo, el cual, sin embargo, consciente de la fuerza del Evangelio, al dirigirse a los Corintios, afirmaba:  "Llevamos este tesoro en recipientes de barro, para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros" (2Co 4, 7).

4. Toda acción apostólica en el campo universitario debe tender a lograr que los jóvenes, los profesores y cuantos trabajan en el mundo académico se encuentren personalmente con Cristo.

Con esta finalidad, es de gran utilidad un servicio específico de pastoral universitaria, que se esfuerce por animar y coordinar las diversas realidades eclesiales activas en este campo:  las capellanías, los colegios, los grupos parroquiales y los grupos de Facultad. En efecto, el horizonte de la evangelización de la cultura no se limita a los confines de la ciudad universitaria. Abarca toda la acción eclesial y, por eso, es tanto más eficaz cuanto más logra integrarse en una pastoral orgánica.

En este ámbito, es de desear que en toda universidad haya una capellanía, corazón de la pastoral universitaria. Debe ser un centro que impulse la formación y las iniciativas culturales específicas de la evangelización. Su tarea consistirá en cultivar el diálogo abierto y sincero con los diversos componentes de la universidad, proponiendo adecuados caminos de búsqueda de un encuentro personal con Cristo.

También será útil la promoción de iniciativas significativas a nivel nacional, como la consulta para la pastoral universitaria en el seno de la Conferencia episcopal y la Jornada de la universidad, articulada según un compromiso de oración, reflexión y programación. Como ya ha sucedido a nivel europeo, conviene que se instituya una coordinación de los capellanes de todos los continentes, en colaboración  con  los organismos pastorales de las Conferencias episcopales, para reforzar con la cooperación la riqueza multiforme de las iniciativas locales.

5. La Iglesia os invita, amadísimos hermanos y hermanas, a ser los evangelizadores de la cultura. El creyente, iluminado y guiado por la palabra de Dios, no teme confrontarse con el pensamiento humano. Al contrario, lo abraza como propio, seguro de la trascendencia de la verdad revelada, que ilumina y valora el esfuerzo humano. La sabiduría y la verdad provienen de Dios:  donde existen el esfuerzo de la reflexión honrada y la pasión desinteresada por la verdad, se abre un camino que lleva a Cristo, Salvador de los hombres.

Amadísimos hermanos y hermanas, tened la seguridad de que no estáis solos en vuestra ardua tarea misionera. Cristo camina con vosotros. Por eso, sed valientes al anunciarlo y testimoniarlo:  este  anuncio  tiene  la  fuerza y el poder de sacudir y maravillar a los oyentes,  impulsándolos  a una toma personal de posición con respecto a él (cf. Lc 2, 34-35).

Invoco la protección de María, Sedes sapientiae, sobre vosotros, sobre vuestras comunidades universitarias y sobre cuantos encontréis en vuestro ministerio diario, y a la vez que os aseguro un recuerdo especial en mi oración, os imparto de corazón a cada uno mi afectuosa bendición.

 



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