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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS JÓVENES PEREGRINOS DE LA DIÓCESIS FRANCESA DE ROUEN


Viernes, 14 de abril de 2000

 

Querido hermano en el episcopado;
queridos jóvenes de la diócesis de Rouen:
 

Os acojo con alegría, con ocasión de vuestra peregrinación jubilar a Roma, que es a la vez un tiempo de retiro, reflexión y oración. Saludo cordialmente a todas las personas que os acompañan en vuestro camino y os sostienen en vuestro crecimiento humano y espiritual, ayudándoos a responder a los interrogantes que os planteáis.

Vuestra estancia en la ciudad de san Pedro y san Pablo os permite descubrir que la Iglesia tiene una historia y una tradición, y que es un pueblo vivo, animado por el Espíritu Santo. Al acoger el testimonio de fe de las primeras comunidades cristianas, se os invita a ser testigos y a ocupar plenamente el lugar que os corresponde en el seno del pueblo de Dios. La Iglesia cuenta con vosotros; necesita vuestra juventud, vuestra generosidad y vuestro dinamismo, para ser cada vez más el pueblo que Dios ama y para ofrecer una nueva esperanza al mundo.

Mediante la oración personal y comunitaria, los sacramentos, los intercambios que podéis realizar y las visitas a los lugares significativos de la historia de la Iglesia y a las riquezas artísticas de Roma, conoceréis cada vez más a Cristo y a su Iglesia, y encontraréis los medios para testimoniar la buena nueva entre vuestros compañeros. ¡Ojalá que seáis los testigos que tanto precisa el nuevo siglo! Ciertamente necesitaréis valentía y audacia para ir a veces contra corriente con respecto a las propuestas atractivas del mundo actual y para comportaros de acuerdo con las exigencias evangélicas del amor verdadero. Pero descubriréis que la vida con Cristo, la búsqueda de la verdad, la práctica de los valores humanos y morales fundamentales, y el respeto a sí mismo y a los demás, son los caminos de la libertad auténtica y de la verdadera felicidad. Para realizar el ideal que os anima, pedid a los adultos que os muestren el camino y os ayuden a avanzar.

El jubileo es una ocasión particularmente importante para experimentar el amor misericordioso de Dios que, al darnos su perdón, nos abre un futuro nuevo y nos comunica la plenitud de la vida divina, convirtiéndose en nuestro alimento en la Eucaristía. No tengáis miedo de volver sin cesar a Cristo, fuente de la vida. Él quiere sosteneros en vuestro camino de conversión, colmaros de gracia y daros su alegría. En este período de vuestra existencia, os preguntáis legítimamente sobre vuestro futuro. Al manifestaros su confianza, Jesús os dirige su mirada y os exhorta a transformar vuestra existencia en algo hermoso, haciendo fructificar los talentos que os ha confiado para el servicio a la Iglesia y a vuestros hermanos, así como para la construcción de una sociedad más solidaria, justa y pacífica.

Cristo os invita a poner vuestra esperanza en él y a seguirlo por el camino del matrimonio, del sacerdocio o de la vida consagrada. En el silencio de vuestro corazón, no tengáis miedo de escuchar al Señor, que os habla. Mediante los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos, la Iglesia está a vuestro lado para ayudaros a discernir lo que corresponde a vuestra vocación auténtica. Jesús os dará la gracia necesaria para responder a su llamada. Os concederá la alegría profunda de los verdaderos discípulos.

A todos os deseo un buen itinerario hacia la Pascua. Que vuestra peregrinación jubilar reavive en vosotros el deseo de vivir intensamente el gran misterio de Cristo muerto y resucitado. Os imparto de buen grado a vosotros y a todos vuestros seres queridos la bendición apostólica.

 



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