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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PEREGRINOS POLACOS

Lunes 16 de octubre de 2000

 

1. "Gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (2 Co 1, 2). Con estas palabras de san Pablo saludo cordialmente a todos los presentes en esta audiencia en el Vaticano.

Queridos hermanos, habéis venido como peregrinos a la ciudad eterna para participar en el jubileo de las familias, en el marco del gran jubileo de la Encarnación. Me alegra vuestra presencia, especialmente al ver a vuestros hijos, los participantes más jóvenes en este encuentro. Os saludo de corazón a todos, a cada persona y a cada familia. Doy la bienvenida, ante todo, a los sacerdotes comprometidos en la pastoral familiar, a monseñor Stanislaw Stefanek, presidente del Consejo para la familia, y a todas las personas que trabajan en esta pastoral en Polonia:  sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. Saludo a los miembros de la Asociación de familias católicas y a los oyentes de Radio María, a los miembros de la Asociación de juristas católicos y también a los profesores de Poznan aquí presentes, así como a los lectores de "Przewodnik Katolicki", de la misma ciudad. Saludo a los representantes del instituto de Lomianki. Saludo a los representantes de la Orden de los Caballeros de Malta, y aprovecho esta ocasión para darles las gracias de modo particular por su servicio al hombre como buenos samaritanos y por su generosa actividad caritativa conocida ampliamente también en Polonia. Doy mi bienvenida a los numerosos grupos parroquiales ya nombrados y a los demás peregrinos.

2. Nos encontramos hoy, como ya he dicho, en el ámbito de las celebraciones del gran jubileo del año 2000. Habéis venido a Roma para renovaros interiormente y consolidar vuestras fuerzas espirituales. Habéis cruzado la Puerta santa, símbolo del paso del pecado a la gracia. Jesús dijo de sí muy claramente:  "Yo soy la puerta" (Jn 10, 7). Esto quiere decir que él es el camino único y definitivo que lleva al Padre. Sólo en él, en el Hijo de Dios, está nuestra salvación. Cristo se hizo hombre, sufrió la muerte en el madero de la cruz y resucitó para mostrar al hombre su auténtica grandeza, devolverle su dignidad plena y dar sentido de su existencia en el mundo. Mucho valor debe de tener todo hombre a los ojos del Creador, si le dio "a su Hijo único", para que el hombre "no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). Un profundo asombro nos embarga ante esta enorme dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.

¡Qué gran valor debe de tener a los ojos del Creador toda vida humana, todo ser humano, incluso el que aún no ha nacido, pero que ya vive en el seno de la madre!

3. Habéis participado en el jubileo de las familias, que se puede llamar la gran fiesta de la Iglesia en honor de la familia y estáis aquí para pronunciar vuestro "sí" al amor, a un amor noble y casto, a un amor que da la vida, un amor responsable. Habéis venido para demostrar que para vosotros son valores fundamentales la familia y la vida que en ella nace, se desarrolla y encuentra acogida.

En esta circunstancia, quiero expresar mi aprecio a todos los que participan en la obra de construcción de la "cultura de la vida" y que, sintiendo esta gran responsabilidad ante Dios, ante la propia conciencia y ante la nación, defienden la vida humana y la dignidad del matrimonio y de la familia. A todos ellos y a vosotros aquí presentes os digo:  ¡sed valientes! Esta es una gran misión, un gran mandato que la Providencia os confía. Os agradezco de todo corazón vuestra actitud y lo que estáis haciendo. Que vuestro premio sea Cristo mismo, que dijo a los Apóstoles: "No os llamo ya siervos, sino amigos. Haced lo que os he mandado" (cf. Jn 15, 15). Hoy os digo lo mismo.

A cada familia, a todas las familias de Polonia y del mundo entero les deseo que descubran cada vez más la grandeza y la santidad de su vocación; que sean fieles custodios del "amor hermoso" y de toda vida concebida; y que sepan defender en nuestro tiempo el valioso patrimonio de la fe y transmitirlo a las generaciones futuras.

4. Queridos hermanos, os agradezco este encuentro. Doy las gracias a los paisanos que viven en nuestra patria y en todo el mundo por la oración con que me acompañan durante mi pontificado. Siento su fuerza y sus frutos. Representa para mí un valioso don y un apoyo espiritual. Os agradezco vuestra devoción al Papa, a la Iglesia y a vuestros pastores. Quiera Dios que fructifique en una actitud cristiana manifestada en la vida personal, familiar y social.

Encomiendo a la protección de la santísima Madre a todos mis paisanos de Polonia y del mundo, y los bendigo de corazón.

 



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