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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PEREGRINOS QUE ACUDIERON A LA BEATIFICACIÓN


 Lunes 30 de abril de 2001

 

Amadísimos hermanos y hermanas

1. Con gran alegría os saludo y acojo a vosotros, que habéis venido a Roma para honrar a los nuevos beatos:  Manuel González García, María Ana Blondin, Catalina Volpicelli, Catalina Cittadini y Carlos Manuel Cecilio Rodríguez Santiago. Representáis a muchas naciones, reflejando la extensión del testimonio de estos generosos discípulos de Cristo, una extensión que, por la gracia de Dios, no conoce confines. En efecto, la Iglesia expresa plenamente su misión universal cuando habla el lenguaje de la santidad, y debe adoptar este lenguaje más que nunca en la época contemporánea, en la que el Espíritu la impulsa a un renovado anuncio del Evangelio en todos los rincones de la tierra.

2. Saludo con afecto a los obispos y peregrinos españoles que habéis participado con gozo en la beatificación de monseñor Manuel González García, conocido como "el obispo de los Sagrarios abandonados", fundador de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret y de diversas obras para propagar la devoción eucarística, tan importante para la espiritualidad cristiana.

Su vida fue la de un pastor entregado totalmente a su ministerio, utilizando todos los medios a su alcance:  la predicación, la publicación de escritos, la promoción de instituciones para el fomento de la vida cristiana y, sobre todo, el testimonio de una vida ejemplar, cuyo mensaje sigue siendo profundamente actual. En efecto, nuestra existencia carecería de algo esencial si nosotros no fuéramos los primeros contempladores del rostro de Cristo (cf. Novo millennio ineunte, 16).

¿Qué mejor contemplación del Señor que adorarlo y amarlo en el sacramento de su presencia real por excelencia? El culto eucarístico es el centro que fortalece toda vida cristiana pues los fieles, respondiendo a la petición del Señor:  "Quedaos y velad conmigo" (Mt 26, 38), encuentran en él la fuerza, el consuelo, la firme esperanza y la ardiente caridad que vienen de la presencia misteriosa y oculta, pero real, del Señor.

Os aliento, pues, a todos a imitar al nuevo beato en su trato asiduo con el Señor sacramentado, presentándole los gozos y  las esperanzas, las tristezas y las angustias de la humanidad actual (cf. Gaudium et spes, 1). Al mismo tiempo, animo a las Misioneras Eucarísticas de Nazaret a permanecer siempre fieles al carisma de su fundador, acompañando a los hombres y mujeres de hoy a escuchar la voz de Jesucristo, camino, verdad y vida, presente en el sagrario.

3. Deseo saludar ahora al señor cardenal Luis Aponte Martínez, arzobispo emérito de San Juan y a los demás obispos de Puerto Rico que, acompañados por autoridades, sacerdotes y numerosos peregrinos, han participado ayer en la ceremonia de beatificación de Carlos Manuel Rodríguez Santiago, cariñosamente conocido como Charlie. Nacido en Caguas, consumó su entrega al Señor a los cuarenta y cuatro años, después de una vida fecunda de apostolado y tras sufrir con gran entereza los padecimientos de la enfermedad.

La vida de este nuevo beato es la de un laico comprometido en la difusión del humanismo cristiano en el ámbito universitario. Su labor apostólica la desarrolló en el Centro universitario católico, animando a sus miembros a vivir el momento presente, en fidelidad al pasado y abiertos al futuro, promoviendo la difusión de un pensamiento de perfecto equilibrio cristiano entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo antiguo y lo moderno.

Los laicos puertorriqueños habéis encontrado en esta figura señera de vuestra tierra, y tan cercana a nosotros en el tiempo, un ejemplo a quien imitar. Por eso, agrupados en los "Círculos" que llevan su nombre, y animados también por los obispos, habéis promovido su causa. Me complazco por esta iniciativa, que se ha visto culminada con la solemne ceremonia de ayer. Ahora, propuesto ya oficialmente como modelo de santidad, es también uno de vuestros paisanos que intercede por vosotros desde el cielo.

4. La existencia y el apostolado de la madre María Ana Blondin testimonian su capacidad de dejarse conquistar por Cristo, para pasar diariamente con él de la muerte a la vida. La madre María Ana sacó de su intimidad con Cristo no sólo el dinamismo misionero, sino también la fuerza profética para vivir cada día el perdón evangélico. Los momentos más dolorosos de su existencia se transfigurarán por su voluntad de perdonar sin cesar en nombre de Cristo, considerando que hay más felicidad en perdonar que en vengarse. Quiera Dios que el testimonio estimulante de la madre María Ana Blondin anime a la Iglesia a llevar la paz al mundo y a estar cerca de todos los heridos de la vida, especialmente en los campos de la educación, la sanidad y la animación pastoral y social, para testimoniar el amor que Dios siente por todos los hombres y para anunciar su perdón liberador, que reduce a la nada todas las lógicas del odio y de la exclusión.

5. Catalina Volpicelli vivió en Nápoles a mediados del siglo XIX. Recibió en su familia una sólida formación humana y religiosa, y tuvo la ocasión de encontrarse con algunos hombres de Dios, como el beato Ludovico de Casoria, el barnabita Leonardo Matera y el beato Bartolomé Longo, que marcaron profundamente su itinerario espiritual. Su corazón fue dilatándose cada vez más, según las dimensiones del Corazón de Cristo, del que se hizo discípula y apóstol ardiente, cultivando una intensa vida eucarística y el Apostolado de la oración.

Precisamente con las primeras celadoras del Apostolado de la oración Catalina fundó el instituto de las Esclavas del Sagrado Corazón, que, después de la aprobación del arzobispo de Nápoles, recibió el decreto de alabanza de mi predecesor León XIII. Con ese alimento interior tan rico, Catalina y sus hermanas se convirtieron en "buenas samaritanas" en diversas situaciones de pobreza, no sólo realizando una obra de filantropía y beneficencia, sino también testimoniando una auténtica caridad evangélica con estilo sobrio y discreto, solidario y respetuoso de las personas sencillas y humildes. Su herencia apostólica es un don muy valioso para la Iglesia, por el que queremos dar gracias al Señor. Ojalá que sus hijas espirituales conserven e incrementen ese patrimonio religioso.

6. Me dirijo ahora a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que os alegráis por la beatificación de Catalina Cittadini, y saludo en particular a las Hermanas Ursulinas de Somasca, fundadas por ella.

La gran intuición de esta ilustre hija de Bérgamo consistió en comprender la importancia de la escuela como medio fundamental de formación del ciudadano y del cristiano. De este modo, anticipó proféticamente las orientaciones del concilio Vaticano II, que en la declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis, refiriéndose a la escuela católica, exhorta a "ordenar toda la cultura humana al anuncio de la salvación" (n. 8).

El método pedagógico elaborado por la nueva beata se basa en el conocimiento personal y en la relación directa con las educandas. Ella misma lo indica a sus maestras en la exhortación recogida en la Regla:  "Tengan como singular beneficio de Dios el realizar una tarea que pertenece a los ángeles, y considérense felices e indignas de dedicarse a la instrucción de las educandas; muestren deseo de que progresen, recordando que nuestro Señor dice:  "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis"" (cap. XVI, 2).

Queridas Hermanas Ursulinas de Somasca, os deseo de corazón a vosotras, y a cuantos como vosotras se inspiran en la espiritualidad y en el ejemplo de Catalina Cittadini, que sigáis fielmente sus huellas, para ser guías seguras en el camino de fe y en la formación cultural de los muchachos y los jóvenes.

7. Amadísimos hermanos y hermanas, vuestra presencia devota y festiva, ayer y hoy, ha conferido mayor resonancia eclesial a la proclamación de los nuevos beatos. Sed vosotros mismos los primeros imitadores de estos hermanos y hermanas, que la Iglesia señala como modelos de vida evangélica. Invocadlos en la oración; profundizad y dad a conocer su testimonio; e imitad sus virtudes. En la comunión de los santos, la fe nos permite sentirlos cercanos, junto con la Virgen María, Reina de todos los santos, a la que os encomiendo a vosotros y a vuestros seres queridos.

Con estos sentimientos, os bendigo a todos.

 



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