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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL FINAL DE LA FIESTA-CONCIERTO QUE LE OFRECIERON LOS NIÑOS


Viernes 5 de enero de 2001

 

Amadísimos niños y muchachos, os acojo con gran alegría: 

1. Me alegra mucho encontrarme en medio de vosotros esta tarde. Gracias por esta hermosa fiesta que habéis organizado precisamente al final del jubileo. Os saludo a todos con gran afecto:  a los que os encontráis en el sala Pablo VI, y a los que estáis unidos a nosotros mediante la televisión. A este propósito, doy las gracias a la RAI, que durante todo el Año jubilar se ha encargado de las transmisiones y los enlaces radiofónicos y televisivos.

Con los niños se abrió el Año santo; y era justo que concluyera también con ellos. Este es un signo positivo de esperanza, un deseo concreto de vida. Es, sobre todo, un homenaje a los niños, por quienes Jesús sentía predilección y de quienes solía rodearse. A la gente y a sus discípulos les señalaba a los niños como modelos para entrar en el reino de los cielos.

Queridos amigos, vuestra fiesta tiene como título "Siguiendo el cometa", y nos trae a la mente la solemnidad de la Epifanía del Señor, que celebraremos mañana. El cometa nos hace pensar en los Magos, personajes misteriosos, sabios, cultos, expertos en astronomía, de los que habla el Evangelio. Pero, si observamos con atención, tenían un corazón de niño, fascinado por el misterio; y aceptaron con prontitud la invitación de la estrella y lo dejaron todo para ir a adorar al Rey de los judíos, que había nacido en Belén.

2. Queridos amigos, vosotros, que hoy sois niños y muchachos, formaréis mañana la primera generación de cristianos adultos del tercer milenio. ¡Qué grande es vuestra responsabilidad!

Seréis los protagonistas del próximo jubileo, en el año 2025. Para entonces seréis grandes; quizá habréis formado una familia, habréis abrazado la vida sacerdotal u os habréis consagrado a una misión especial en la Iglesia al servicio de Dios y de vuestros hermanos.

Y yo, que he tenido la gran satisfacción de introducir a la Iglesia en el tercer milenio, os contemplo con el corazón lleno de esperanza. En vuestros ojos, en vuestros tiernos rostros, me parece vislumbrar ya la meta del próximo jubileo. Miro a lo lejos, y ruego por vosotros. Queridos muchachos, mantened en alto y encendida la antorcha de la fe, que esta tarde os entrego de modo ideal a vosotros y a vuestros coetáneos de todas las partes de la tierra. ¡Iluminad con esta luz los caminos de la vida; abrasad de amor el mundo!

La Virgen os acompañe, y yo con afecto os bendigo.

 



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