Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA CONGREGACIÓN MEQUITARISTA ARMENIA
EN EL III CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN


Sábado 7 de julio de 2001

 

Queridos religiosos de la Congregación Mequitarista Armenia: 

1. Me alegra particularmente acogeros hoy, con ocasión del tercer centenario de la fundación de vuestro instituto. Mi pensamiento va a la insigne figura del abad Mequitar, que destaca de modo totalmente original y, podría decir, profético en el marco del Oriente cristiano y de sus relaciones con la Iglesia de Roma. Lo sentimos espiritualmente presente en este encuentro. Ciertamente, habrá gozado en el cielo por la reciente unificación de las dos ramas de vuestra congregación, fruto del deseo de buscar juntos las raíces del carisma de vuestra vida monástica para servir, con espíritu renovado y concorde, al pueblo armenio en sus nuevas necesidades.

Con la vida de Mequitar de Sebaste la historia de la espiritualidad monástica armenia alcanza su cima. En un período de gran decadencia, debido también a precisas circunstancias sociopolíticas, Mequitar comprendió que en la santidad se hallaba el medio más alto y eficaz para devolver dignidad, vigor y compromiso moral y civil a su pueblo. Fue, ante todo, un buscador de Dios, como todo monje está llamado a ser. Quiso serlo en el marco preciso de la vida monástica armenia, reconociendo en ella un inagotable manantial de santidad y a la vez un ámbito singular de profundización cultural de los valores de la tradición, gracias a las célebres academias y a la institución del vardapet, el monje-doctor, encargado de difundir, con la predicación y el ejemplo, la doctrina cristiana.

2. Mequitar, en su juventud, emprendió una peregrinación que lo llevó a numerosos monasterios de Armenia. Sabía lo que buscaba, y cuando sus expectativas quedaban defraudadas, porque la propuesta cristiana, la modalidad de la vida común o la calidad del compromiso intelectual no le parecían a la altura de lo que consideraba las necesidades espirituales de su pueblo, se dirigía a otro lugar en busca de ulteriores enriquecimientos.

Durante esa peregrinación se encontró también con religiosos latinos; el conocimiento de su espiritualidad le proporcionó nuevos datos para su reflexión, pero sin disminuir su plena fidelidad a la auténtica tradición armenia. Ese contacto entre Oriente y Occidente no sólo constituyó un aspecto de su experiencia personal; también marcó a fondo la situación cultural e incluso la identidad profunda del pueblo armenio. Contribuyeron en gran medida a ello las circunstancias históricas, que llevaron a Mequitar a establecerse, juntamente con los monjes de la congregación que había fundado, en Venecia, puente natural de un Occidente que miraba a Oriente. Desde entonces, la isla de San Lázaro se convirtió en la "pequeña Armenia", aún hoy meta de peregrinaciones y lugar donde se desarrolla y se consolida la identidad nacional, produciendo abundantes frutos espirituales y culturales.

3. El elemento característico de la espiritualidad mequitarista es la búsqueda de la santidad a través de una intensa vida de oración y de un compromiso de profundización cultural no menos exigente, centrado sobre todo en las grandes fuentes patrísticas armenias. Mequitar quería evitar que el monje-doctor armenio llevara una vida errante, perdiendo el sentido profundo de su identidad.

Para ello estableció que los monjes vivieran la vida común en el monasterio, sujetándose a la obediencia. Los monasterios se convirtieron así en centros de formación espiritual y de profundización cultural, y ejercieron una extraordinaria influencia sobre aquella aristocracia intelectual que protagonizó, en gran parte, el renacimiento cultural, político y social del pueblo armenio en los períodos sucesivos.

A Mequitar y a sus monjes hay que reconocerles, en particular, el mérito de haber promovido y promover el pleno restablecimiento de la unidad entre la Iglesia de Occidente y las Iglesias de Oriente. La comunión con la Sede de Roma era para Mequitar un elemento imprescindible de la fe, entre otras razones porque en esta comunión veía la realización de una aspiración siempre presente en muchos armenios, algunos de ellos eclesiásticos de elevada dignidad. Estaba convencido de que la fe de la Iglesia armenia, por encima de las diversas terminologías teológicas y de las incomprensiones históricas, era plenamente ortodoxa, de modo que la comunión con Roma debía ser su lógico coronamiento. Por eso se atuvo siempre con fidelidad escrupulosa y ejemplar a la teología, a la liturgia y a la espiritualidad de los Padres armenios, preocupándose por transmitir íntegro su rico patrimonio a las generaciones sucesivas.

4. Queridos hijos de Mequitar, a vosotros corresponde recoger esta herencia y hacerla revivir. Venís de períodos difíciles, que sometieron a dura prueba a vuestra comunidad. Ahora es preciso secundar con clarividencia las señales de renacimiento que se vislumbran en los diferentes ámbitos de la comunidad eclesial.

El primer compromiso consiste en ahondar en el conocimiento de vuestro pueblo, para saber responder de modo adecuado a sus expectativas. No tengáis miedo de abriros a nuevos horizontes, examinando y actualizando antiguas presencias, si las urgencias de los tiempos lo exigen. A este propósito, al realizar algunas de vuestras actividades, podrá resultar oportuno recurrir a la colaboración de los fieles laicos, que verían así más valorada su aportación específica.

El centro de vuestra existencia diaria debe seguir siendo siempre la vida monástica:  la búsqueda personal de Dios, el contacto amoroso con la sagrada Escritura, la referencia constante a los escritos de los Padres armenios y la celebración fiel, plena, amplia y completa de la oración de la Iglesia armenia han de ser las fuentes a las que tenéis que acudir a diario para fortaleceros. En este camino de redescubrimiento monástico común, será muy útil la colaboración con vuestros hermanos de la Iglesia armenia apostólica. Esto constituirá un ulterior ejemplo del "ecumenismo de frontera" que el monaquismo puede realizar si no se encierra en el aislamiento o en el integrismo, y sabe acoger, en nombre de la búsqueda común del rostro del Padre, al hermano que encuentra en el mismo camino.

5. Por vuestra historia y las intuiciones de vuestro fundador os encontráis en una situación privilegiada con vistas al diálogo ecuménico. Sois amados y estimados por todos vuestros hermanos armenios, que os miran con confianza y veneración. Estad a la altura de esta extraordinaria vocación. Poned a disposición de la Iglesia armenia católica los instrumentos de vuestro conocimiento y sed con ella levadura de apertura pastoral, con plena fidelidad al espíritu de vuestros padres. Con vuestra contribución se consolidará el diálogo entre los armenios apostólicos y los armenios católicos, también a la luz de nuevos y más audaces logros espirituales.

Redescubrid plenamente el compromiso de profundización del patrimonio teológico y, más ampliamente, de la riqueza cultural de vuestra nación, como fue voluntad explícita de vuestro fundador. Buscad instrumentos actualizados y competencias nuevas, para conservar y renovar el amor al estudio, que san Nersés de Lambrón consideraba signo del amor divino y que Mequitar quiso que fuera el carácter distintivo de su institución monástica. Estoy seguro de que esto es lo que vuestra patria, Armenia, y la Iglesia armenia apostólica esperan de vosotros con espíritu de colaboración y apertura ecuménica.

6. Recordad que la pobreza es característica imprescindible de la vida monástica. Vuestra riqueza ha de ser el Señor, a quien lleváis en el corazón. Considerad los tesoros artísticos e históricos que vuestro pueblo os ha confiado como verdaderas reliquias, en particular los manuscritos, que registran la historia viva de hombres y acontecimientos, conservando su recuerdo para las generaciones futuras. Que los hechos del pasado os enseñen a no confundir la prosperidad material con la profundidad de la vida espiritual:  la prosperidad suscita a menudo anhelos idolátricos, que minan en su base la misma experiencia religiosa. Es una lección que no hay que olvidar. Educad a vuestros jóvenes en la sobriedad, la única que aligera el corazón y lo dispone a elevarse al cielo, para buscar a Dios. Tened clara conciencia de que sois custodios fieles y desinteresados de cuanto pertenece a la Iglesia y a la historia de vuestro pueblo.

Privilegiad, en particular, la formación de los jóvenes monjes, con una selección atenta, prudente y gradual, llevada a cabo, si es posible, al menos en sus primeras fases, en los mismos territorios de proveniencia de los jóvenes, para evitar la dispersión y las falsas ilusiones. Educadlos a fondo en la libertad, para crear personas responsables. Preparad a vuestros jóvenes para que desempeñen gradualmente tareas acordes con la formación recibida, de modo que lleguen a ser guías autorizados del pueblo de Dios.

7. Amadísimos monjes, estos trescientos años de historia de vuestra congregación son una riqueza para la Iglesia universal, que os ama, os estima y no dejará de prodigarse por vuestro crecimiento espiritual y moral, reconociendo en vosotros a los hijos del venerado abad Mequitar, al que admira y por quien siente gratitud.

Os encomiendo a la intercesión materna de la Virgen santísima, que estuvo tan cerca de vuestro fundador. Que ella os asista y proteja, obteniéndoos del Señor toda gracia y consolación celestial.

Con estos deseos, os bendigo a todos de corazón.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana