VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A TORONTO, CIUDAD DE GUATEMALA Y CIUDAD DE MÉXICO
CEREMONIA DE BIENVENIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Aeropuerto internacional de Ciudad de Guatemala
Lunes 29 de julio de 2002
Señor Presidente;
queridos hermanos en el episcopado;
excelentísimas autoridades;
miembros del Cuerpo diplomático;
amadísimos hermanos y hermanas:
1. Ante todo quiero expresar mi gran alegría al venir por tercera vez como peregrino de amor y de esperanza a esta querida tierra guatemalteca. Doy gracias a Dios por haberme permitido volver aquí para celebrar la canonización de un personaje tan querido y admirado por vosotros, el Hermano Pedro de San José de Betancurt, hijo de la isla canaria de Tenerife, el cual, impulsado por un gran espíritu misionero, vino a Guatemala, entregándose al servicio de los pobres y necesitados.
2. Me complace saludar, en primer lugar, al Presidente de la República, Excelentísimo Señor Alfonso Antonio Portillo Cabrera, al cual manifiesto mi más viva gratitud por las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme dándome la cordial bienvenida. Aprecio mucho la presencia de los Presidentes de las otras Repúblicas hermanas de Centroamérica, de la República Dominicana y del Primer Ministro de Belice. Mi agradecimiento se hace extensivo al Gobierno de la Nación, a las demás Autoridades y al Cuerpo Diplomático, por su grata presencia en este acto y por su preciosa colaboración en los preparativos de mi Visita.
Saludo entrañablemente a mis Hermanos en el Episcopado, en particular al Señor Arzobispo de Guatemala y Presidente de la Conferencia Episcopal, así como a los demás Arzobispos y Obispos. Mi saludo fraterno se extiende también con gran afecto a los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, catequistas y fieles, a todos los guatemaltecos, dirigiéndome con afecto a las poblaciones indígenas, y también a las personas venidas de otros Países latinoamericanos y de España.
3. Mañana tendré la dicha de proclamar Santo al Hermano Pedro de Betancurt, que fue expresión del amor de Dios a su pueblo. Esta celebración ha de ser un verdadero momento de gracia y renovación para Guatemala. En efecto, el ejemplo de su vida y la elocuencia de su mensaje son un valioso aporte a la construcción de la sociedad que se abre ahora a los desafíos del tercer milenio. Deseo fervientemente que el noble pueblo guatemalteco, sediento de Dios y de los valores espirituales, ansioso de paz y reconciliación, tanto en su seno como con los pueblos vecinos y hermanos, de solidaridad y justicia pueda vivir y disfrutar de la dignidad que le corresponde.
4. Encomendándome a la protección del Santo Cristo de Esquipulas, y sintiéndome muy unido a los amados hijos de toda Guatemala, inicio este Viaje Apostólico, mientras de corazón os bendigo a todos, de modo particular a los pobres, a los indígenas y campesinos, a los enfermos y a los marginados, y muy especialmente a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu. A todos mi saludo cordial.
¡Alabado sea Jesucristo!
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