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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO ORGANIZADO
POR LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD URBANIANA


Viernes 29 de noviembre de 2002

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
autoridades académicas;
queridos alumnos:
 

1. Es para mí motivo de alegría acogeros hoy, con ocasión de la solemne celebración de los 375 años de historia del Colegio Urbano y del 40° aniversario de la institución de la Pontificia Universidad Urbaniana. Saludo al cardenal Crescenzio Sepe y le agradezco las cordiales palabras con que ha interpretado y expresado vuestros sentimientos comunes.

Extiendo mi saludo al rector magnífico de la Universidad, a los cardenales, a los prelados presentes, a las autoridades académicas, a los profesores, a los participantes en el Congreso internacional y a los alumnos del Colegio y de la Universidad, que aportan a nuestro encuentro el calor de su entusiasmo.

2. Mi inolvidable predecesor el beato Juan XXIII atribuyó a la Urbaniana, precisamente en vísperas del concilio Vaticano II, el título de Universidad. Durante estos años multitud de jóvenes —seminaristas y sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos— han recibido en ella una formación espiritual y cultural que les ha permitido prepararse para vivir la fe de manera sólida, testimoniándola incluso en situaciones difíciles. Ciertamente, algunos de ellos han entrado a formar parte de los "testigos de la fe", caídos en el siglo pasado, que recordamos con la conmovedora oración en el Coliseo durante el Año jubilar.

Fundada como Collegium por el Papa Urbano VIII con la bula Immortalis Dei Filius, vuestra universidad, que lleva su nombre, ha tenido desde el inicio una finalidad misionera. La preocupación del Papa Urbano era precisamente liberar a la Iglesia de las potencias coloniales. En efecto, era necesario asegurar la libertad de la evangelización en las tierras recién descubiertas y en los países donde el cristianismo había sido anunciado en tiempos lejanos, como China.

3. Si aquellos tiempos eran difíciles, no podemos decir que los nuestros sean fáciles. Lo saben, sobre todo, aquellos de vosotros que proceden de regiones donde la guerra, las enfermedades y la pobreza causan a diario numerosas víctimas. Por eso, es muy necesaria una institución académica como la vuestra, que sepa transmitir la ciencia filosófica, teológica, histórica y jurídica dentro de las culturas de pueblos tan diversos entre sí.

Vuestra universidad, como afirmé durante mi primera visita, en el año 1980, expresa el carácter universal típico de la Iglesia católica. Quienes estudian en ella deben tener una sensibilidad abierta a los valores de las diversas culturas, confrontándolas con el mensaje evangélico. Noventa institutos esparcidos por todo el mundo están afiliados a vuestra universidad, testimoniando también de este modo la apertura verdaderamente "católica" que la distingue. Deseo enviarles un saludo especial:  cultivad siempre en el corazón y en la investigación académica este carácter universal, tan valioso en nuestro mundo dividido, que tanto exalta lo particular, ya sea de la persona, del grupo, de la etnia o de la nación, hasta perjudicar a veces el compromiso de la solidaridad.

La violencia, el terrorismo y la guerra no hacen sino construir nuevos muros entre los pueblos. Vuestra universidad es un gimnasio de universalidad, en el que se debe  poder  respirar el sentido de comunión profunda que caracterizaba a la comunidad cristiana primitiva (cf. Hch 4, 32).

4. Precisamente el año pasado celebramos juntos solemnemente el décimo aniversario de la encíclica Redemptoris missio. Este documento debe ser para vosotros un programa de estudio y de vida. En él hablé de una misión que aún está al comienzo, después de dos mil años de vida cristiana. La misión es un compromiso que continúa también hoy:  este es el espíritu que debe animar vuestra vida espiritual y académica.

Forma parte de este espíritu, hoy de modo particular, el desarrollo de una atención especial a las culturas de los pueblos y a las grandes religiones mundiales. Sin renunciar a afirmar la fuerza del mensaje evangélico, es una tarea importante, en el mundo desgarrado de hoy, que los cristianos sean hombres de diálogo y se opongan al enfrentamiento de civilizaciones que a veces parece inevitable.

Por eso, mirando al futuro, sería de desear que la Urbaniana se distinguiera entre los ateneos romanos precisamente por una atención particular a las culturas de los pueblos y a las grandes religiones mundiales, comenzando por el islam, el budismo y el hinduismo y, en consecuencia, considerara cuidadosamente el problema del diálogo interreligioso en sus implicaciones teológicas, cristológicas y eclesiológicas. Sé que ya estáis desarrollando con intensidad este sector de la investigación, también en colaboración con la Congregación para la evangelización de los pueblos y con el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso, con el espíritu de la encíclica Redemptoris missio.

5. Por último, os exhorto a no olvidar que la finalidad del Colegio Urbano, del que habéis nacido como Universidad, es la formación integral de sus alumnos. La Iglesia del tercer milenio necesita sacerdotes, religiosos y laicos que sean santos y cultos. "No se trata de inventar un nuevo programa —escribí en la Novo millennio ineunte—. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste" (n. 29).

Este programa es válido para todos, también para vosotros, queridos profesores y alumnos de la Pontificia Universidad Urbaniana, del Colegio Urbano y de los colegios dependientes de la Congregación para la evangelización de los pueblos. Que el Señor sea el centro de vuestro estudio y de vuestra vida, para que estéis animados por el amor al Evangelio que llevó a los testigos de los comienzos hasta los confines de la tierra.

A  la  vez  que  os  deseo  un  año jubilar rico en frutos para vosotros y para todos los que os acompañan con su amistad y su apoyo, os encomiendo a la protección de la Virgen María, Sede de la Sabiduría, y a todos os bendigo de corazón.



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