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VISITA DE SU BEATITUD TEOCTIST,
PATRIARCA DE LA IGLESIA ORTODOXA RUMANA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

  Sábado 12 de octubre de 2002

 

Beatitud y querido hermano: 

1. Lo acojo con gran alegría en este encuentro que nos permite de nuevo saludarnos el uno al otro con el beso fraterno (cf. 1 P 5, 14), antes de reunirnos ante el Señor, mañana, durante la liturgia eucarística en la basílica de San Pedro. Este encuentro nos brinda la ocasión de un intercambio más directo y más personal, y da forma concreta a una promesa:  continuar juntos, como lo hemos hecho en los días pasados, apacentando la grey que Dios nos ha encomendado, siendo modelos de la grey (cf. 1 P 5, 2-3), para que nos siga con docilidad por el camino difícil, pero rico en alegría, de la unidad y de la comunión (cf. Ut unum sint, 2).

En esta feliz circunstancia, mi pensamiento se dirige con gratitud al tiempo del concilio Vaticano II, en el que participé como pastor de Cracovia. En los debates de las sesiones conciliares sobre el misterio de la Iglesia, fue inevitable constatar con dolor la división que perduraba desde hacía casi un milenio entre las venerables Iglesias orientales y Roma, y quedó claro que los numerosos siglos de incomprensiones y malentendidos por ambas partes habían provocado injusticias y falta de amor. El Papa Juan XXIII, ya cuando era delegado apostólico en Sofía y Constantinopla, había puesto las bases de una comprensión más profunda y de un mayor respeto mutuo.

2. El Concilio redescubrió que la rica tradición espiritual, litúrgica, disciplinaria y teológica de las Iglesias de Oriente pertenece al patrimonio común de la Iglesia una, santa, católica y apostólica (cf. Unitatis redintegratio, 16); asimismo, señaló la necesidad de mantener con esas Iglesias las relaciones fraternas que deben existir entre las Iglesias locales, como entre Iglesias hermanas (cf. ib., 14).

Al término de los trabajos del Concilio, con un gesto muy significativo, realizado simultáneamente en Roma, en la basílica de San Pedro, y en Constantinopla, se borraron de la memoria de la Iglesia las condenas recíprocas de 1054. Entre mi predecesor el Papa Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras ya había tenido lugar, en aquella época, un encuentro memorable, y se había entablado entre ambos un importante intercambio epistolar, que lleva con razón el nombre de Tomos Agapis.

Desde entonces nuestra comunión, y creo poder decir nuestra amistad, se ha profundizado gracias a un intercambio recíproco de visitas y mensajes. Recuerdo con alegría la primera visita que Su Beatitud realizó a Roma en 1989, y mi viaje a Bucarest en 1999. Con el paso del tiempo, el fecundo intercambio entre nuestras Iglesias se ha realizado también en otros niveles; entre obispos, teólogos, sacerdotes, religiosos y estudiantes. En 1980 comenzaron los trabajos de una Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto, que ha elaborado y publicado varios documentos. Se trata de textos en los que se manifiesta toda la amplitud de nuestra comunión de fe en el misterio de la Eucaristía, de los sacramentos, del sacerdocio y del ministerio episcopal en la sucesión apostólica. Teniendo en cuenta la función tan importante que desempeña, sería de desear que la Comisión reanude cuanto antes sus trabajos.

3. Expresamos nuestra profunda gratitud al Señor por lo que hemos podido realizar juntos, pero no podemos negar que han surgido algunas dificultades en nuestro camino común. En los años 1989-1990, después de cuarenta años de dictadura comunista, la Europa del este pudo gozar nuevamente de libertad. Las Iglesias orientales en plena comunión con la Sede de Pedro, que habían sido perseguidas duramente y reprimidas brutalmente, también han recuperado su lugar en la vida pública.

Esto ha creado tensiones, que esperamos se superen con espíritu de justicia y amor. La paz de la Iglesia es un bien tan grande, que cada uno debe estar dispuesto a hacer sacrificios para lograrlo. Confiamos plenamente en que usted, Beatitud, defienda la causa de la paz con inteligencia, sabiduría y amor. A lo largo de este camino vendrán en nuestra ayuda y nos acompañarán numerosos testigos que dieron en tiempos y lugares diferentes un ejemplo luminoso.

4. Mientras con sentimientos de profunda gratitud dirijo la mirada al camino por el que el Espíritu de Dios nos ha guiado durante estos últimos decenios, siento también que surge en mí un interrogante:  ¿cómo proseguir? ¿Cuáles podrán ser nuestros próximos pasos para llegar finalmente a la comunión plena? Ciertamente, deberemos continuar en el futuro por el camino común del diálogo de la verdad y del amor.

Proseguir el diálogo de la verdad significa tratar de aclarar y superar las diferencias que subsisten aún, multiplicando los intercambios y las reflexiones en el ámbito teológico. El objetivo es llegar, a la luz del sublime modelo de la santísima Trinidad, a una unidad que no implique ni absorción ni fusión (cf. Slavorum apostoli, 27), sino que respete la diferencia legítima entre las diversas tradiciones, que forman parte integrante de la riqueza de la Iglesia.

Tenemos principios de comportamiento, que han sido formulados en textos comunes y que, para la Iglesia católica, siguen siendo válidos. También nos preocupa el proselitismo de nuevas comunidades o movimientos religiosos sin raíces históricas que invaden países y regiones donde están presentes las Iglesias tradicionales y donde desde hace siglos se proclama el anuncio del Evangelio. La Iglesia católica también vive esta triste experiencia en diversas partes del mundo.

Por su parte, la Iglesia católica reconoce la misión que las Iglesias ortodoxas están llamadas a cumplir en los países donde están arraigadas desde hace siglos. Lo único que desea es ayudar y colaborar en esta misión, así como realizar su tarea pastoral destinada a sus fieles y a los que se dirigen libremente a ella. Para corroborar esta actitud, la Iglesia católica ha procurado sostener y ayudar a la misión de las Iglesias ortodoxas en sus países de origen, así como la actividad pastoral de numerosas comunidades que viven en la diáspora, junto a las comunidades católicas. Sin embargo, donde surjan problemas o incomprensiones, es necesario afrontarlos con un diálogo fraterno y franco, buscando soluciones que comprometan recíprocamente a ambas partes. La Iglesia católica está siempre abierta a este diálogo, para dar juntos un testimonio cristiano cada vez más creíble.

Proseguir el diálogo del amor significa continuar promoviendo los intercambios y los encuentros personales entre obispos, sacerdotes y laicos, entre centros monásticos y estudiantes de teología. Sí, pienso que debemos estimular, sobre todo, el encuentro entre los jóvenes, puesto que tienen siempre interés por conocer mundos diferentes del suyo y abrirse a una dimensión más amplia. Por tanto, nuestro deber consiste en extirpar los viejos prejuicios y preparar un futuro nuevo, fundado en una paz ofrecida mutuamente.

5. Me parece interesante otro aspecto. Me pregunto si nuestras relaciones han llegado a ser suficientemente profundas y maduras como para permitirnos, con la gracia de Dios, darles una sólida estructura institucional, de manera que encontremos también formas estables de comunicación y de intercambio regular y recíproco de informaciones con cada una de las Iglesias ortodoxas, y entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto. Me agradaría que esta cuestión fuera objeto de una seria reflexión durante los diálogos futuros, y que se sugirieran soluciones constructivas en este sentido.

Somos conscientes de ser sólo humildes instrumentos en las manos de Dios. Únicamente el Espíritu de Dios puede darnos la comunión plena. Por eso es importante invocarlo cada vez con mayor intensidad, para que nos conceda paz y unidad. Con María y los Apóstoles, unámonos e imploremos la venida del Espíritu de amor y de unidad. Continuemos nuestra peregrinación común hacia la unidad visible, con la certeza de que Dios guía nuestros pasos.

 



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