DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE TIMOR ORIENTAL EN VISITA "AD LIMINA"
Lunes 28 de octubre de 2002
Venerados hermanos en el episcopado:
1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ef 1, 2). Con estas palabras os doy la bienvenida ad sedem Petri, hoy particularmente feliz por poder intercambiar el beso santo con las Iglesias hermanas de Dili y Baucau, que en cierto modo "vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero", animadas por la certeza de que él "los apacentará, los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos" (Ap 7, 14 y 17).
Doy gracias a Dios por la generosidad con que la Iglesia que está en Timor se ha solidarizado con sus conciudadanos, siendo su apoyo moral en la hora de la prueba. Deseo encomendar, una vez más, a la misericordia de Dios a las víctimas de la violencia y expresar mi profunda solidaridad a todas las personas que sufren las consecuencias del drama que se abatió sobre vuestro pueblo. Agradezco de corazón a los sacerdotes y a los religiosos, a los catequistas y a todos los fieles de Timor, su valentía y fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Cuando regreséis, llevadles el saludo afectuoso del Papa y la seguridad de su oración, para que sigan siendo testigos incansables del amor de Dios entre sus hermanos. Del mismo modo, transmitid a todos vuestros compatriotas los fervientes deseos que formulo por el éxito en la construcción de una nación fraterna y próspera.
2. Al inicio del tercer milenio, la familia de las naciones ha podido festejar el nacimiento de la República democrática de Timor, cuyo pueblo y cuyos líderes están decididos a reconstruir el país, destruido por el odio y la incapacidad de comprender una opción: la de ser timorenses y, en su gran mayoría, timorenses católicos.
Desde hace siglos, la religión, parte integrante de todo pueblo, ha sublimado el miedo supersticioso de las creencias tradicionales con el timor Dei, el temor de Dios, pero un Dios de esperanza, sensible al anhelo de futuro y a la fuerza de la oración. De hecho, cuando la inseguridad obligó a los timorenses a huir a las montañas, no pudieron llevarse nada, pero llevaban consigo el crucifijo o la imagen de la Virgen de Fátima, de sus oratorios familiares. Es preciso dar gracias a Dios, que, en su bondad y providencia, nos ha concedido ver el regreso a vuestra tierra de la libertad y de la paz, permitiendo que os dediquéis ahora con todas vuestras energías al servicio de una cosecha prometedora.
En la medida de lo posible, ayudad a vuestras comunidades eclesiales a reanudar el ritmo normal de su vida y testimonio cristiano. Están llamadas a ofrecer, allí y en otros lugares, el abrazo de reconciliación, como el padre del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), a los hermanos que, confiando en el perdón fraterno, vuelven a la "casa de la comunión" (Novo millennio ineunte, 43). Tal vez engañados, forzados o convencidos, han sembrado luto y orfandad. Probablemente no sabían que, al matar a otros, se mataban a sí mismos; ahora llaman a la puerta de la Iglesia, cuyo "único anhelo es continuar la misión de servicio y amor, para que todos los habitantes del continente "tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10)" (Ecclesia in Asia, 50).
El recuerdo de aquella enorme tragedia no puede por menos de suscitar una pregunta: ¿cómo se pudo desencadenar una violencia tan cruel e irracional? Si se exceptúa a los que dieron su vida perdonando, ¿alguien puede considerarse inmune del contagio de esa violencia homicida? A este respecto, se pueden aplicar las palabras de Jesús: "Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra" (Jn 8, 7), que suscitaron, en las personas implicadas directamente, un examen de conciencia y la consiguiente decisión, es decir, una "purificación de la memoria". Este acto de purificación podría resultar útil para vuestras comunidades eclesiales, como sucedió en el Año santo, que "ha reforzado nuestros pasos en el camino hacia el futuro, haciéndonos a la vez más humildes y atentos en nuestra adhesión al Evangelio" (Novo millennio ineunte, 6), en nuestra fe.
3. Creer en Jesús significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que todas las formas de mal en las que la humanidad y el mundo están implicados. Por eso, "dar testimonio de Jesucristo es el servicio supremo que la Iglesia puede prestar a los [timorenses] puesto que responde a su profunda búsqueda de Absoluto y revela las verdades y los valores que les garantizan el desarrollo humano integral" (Ecclesia in Asia, 20).
Para permitir a los fieles, tanto jóvenes como adultos, redescubrir de forma cada vez más clara su vocación y una disponibilidad cada vez mayor a vivirla en el cumplimiento de su misión, es necesario que se les imparta una catequesis completa sobre las verdades de la fe y sobre sus implicaciones concretas en la vida, para hacer que se encuentren con Jesucristo, dialoguen con él, se dejen abrasar por su amor y se inflamen con el deseo de hacer que todos lo conozcan y amen. Esta formación, dada y recibida en la Iglesia, engendrará comunidades cristianas sólidas y misioneras, puesto que "sólo se puede encender un fuego con algo que esté ya encendido" (ib., 23).
El sujeto de esta propuesta catequística es toda la comunidad cristiana, en sus diversos componentes. Sin embargo, la acción educativa de las familias es fundamental para que los padres puedan transmitir a sus hijos lo que ellos mismos han recibido. Si la vida familiar se funda en el amor, en la sencillez, en el compromiso concreto y en el testimonio diario, se defenderán sus valores esenciales frente a la disgregación que, con demasiada frecuencia en nuestros días, amenaza a esta institución primordial de la sociedad y de la Iglesia. Amadísimos hermanos en el episcopado, seguid proclamando, a tiempo y a destiempo, el llamamiento que hicieron los padres de la Asamblea para Asia del Sínodo de los obispos "a los fieles de sus países, donde la cuestión demográfica se usa a menudo como argumento para la necesidad de introducir el aborto y programas de control artificial de población, a resistir frente a la cultura de la muerte" (ib., 35). Contra el pesimismo y el egoísmo, que ensombrecen al mundo, la Iglesia está de parte de la vida.
4. La experiencia eclesial enseña que "sólo desde dentro y a través de la cultura, la fe cristiana llega a hacerse histórica y creadora de historia. (...) Por eso la Iglesia pide que los fieles laicos estén presentes, con el distintivo de la valentía y de la creatividad intelectual, en los puestos privilegiados de la cultura, como son el mundo de la escuela y de la universidad, los ambientes de investigación científica y técnica, los lugares de la creación artística y de la reflexión humanista" (Christifideles laici, 44). Esa presencia es de suma importancia en esta fase de arranque de la vida nacional de Timor oriental, que espera mucho de la competencia y experiencia de la Iglesia, sobre todo a través de sus instituciones educativas, con vistas a una adecuada preparación de los futuros animadores y líderes socio-económicos y políticos del país.
A la vez que me congratulo con vosotros por la benemérita obra de las escuelas católicas en Timor, recuerdo que a ellas les corresponde "afrontar con decisión la nueva situación cultural, presentarse como instancia crítica de los proyectos educativos parciales, como ejemplo y estímulo para las demás instituciones de educación, y estar en la vanguardia de la solicitud educativa de la comunidad eclesial" (Congregación para la educación católica, La escuela católica en el umbral del tercer milenio, 16). De este modo, la escuela católica presta un servicio de utilidad pública y, aunque se presente declaradamente desde la perspectiva de la fe católica, no está reservada solamente a los católicos, sino que se abre a todos los que aprecian y comparten una propuesta de educación cualificada.
5. La eficacia de toda esta acción evangelizadora depende en gran parte de la tensión espiritual de los sacerdotes, "colaboradores diligentes de los obispos" (Lumen gentium, 28). Si es verdad que corresponde a los obispos ser "los pregoneros de la fe" y "los maestros auténticos" de la misma (ib., 25) en medio de la grey que el Espíritu Santo les ha confiado, sólo la acción específica de sus presbíteros podrá garantizar a toda comunidad cristiana alimentarse con la palabra de Dios y sustentarse con la gracia de los sacramentos, en particular el de la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección del Señor que edifica la Iglesia, y el de la reconciliación, del que he tratado recientemente en el motu proprio "Misericordia Dei", deseando dar un "nuevo impulso" a este sacramento.
Ojalá que los sacerdotes sean siempre hombres de fe y de oración, que tanto necesita el mundo: "No sólo como agentes de la caridad o administradores de la institución, sino como hombres que tengan su mente y su corazón sintonizados con las profundidades del Espíritu (Ecclesia in Asia, 43). De acuerdo con su vocación de pastores, deben dar prioridad al servicio espiritual de los fieles que les han sido confiados, para llevarlos a Jesucristo, a quien ellos mismos representan, siendo hombres de misión y de diálogo. Los invito a promover cada vez más entre sí el espíritu de fraternidad sacerdotal y de colaboración, con vistas a una fecunda acción pastoral común.
6. Los religiosos y las religiosas, tanto originarios del país como venidos de fuera, participan plenamente en la obra de evangelización de la Iglesia, reservando un lugar de predilección a las personas más pobres y más frágiles de la sociedad. En nombre de la Iglesia les agradezco el elocuente testimonio de caridad que dan con la entrega total de sí mismos a Dios y a los hermanos. La vida consagrada contribuye decididamente a la implantación y al desarrollo de la Iglesia en Timor. Deseo que siga siendo objeto de vuestra solicitud, venerados hermanos en el episcopado, que la promováis tanto en su forma activa como en la contemplativa, y que salvaguardéis su carácter peculiar de servicio al reino de Dios.
Me alegra saber que hoy en vuestras diócesis las vocaciones sacerdotales y religiosas aumentan en número. Os felicito por la atención que les dedicáis y por los esfuerzos que realizáis para la formación de los jóvenes que, siguiendo los pasos de Cristo, desean servir a la Iglesia. A todos los jóvenes que responden a la llamada del Señor, así como a sus familias, transmitidles el agradecimiento del Papa por el generoso don que han hecho a Cristo.
7. Al concluir nuestro encuentro, mi pensamiento va a vuestro noble país, exhortando a todos sus hijos e hijas, según el nivel de responsabilidad que corresponde a cada uno, a comprometerse decididamente en la construcción de una sociedad cada vez más fraterna y solidaria, cuyos miembros compartan equitativamente el honor y el peso de la nueva nación. Que Dios derrame sobre todos su Espíritu de amor y paz.
Que los discípulos de Cristo se dirijan al Padre de toda misericordia, en actitud de conversión profunda y de oración intensa para pedirle la fuerza y la valentía de ser, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, agentes convencidos de diálogo y reconciliación. Asegurad a cada una de vuestras comunidades y a sus miembros que aún viven lejos de la patria o privados de su hogar, la cercanía del Papa. Ojalá que este tiempo proporcione a la Iglesia en Timor una nueva primavera de vida cristiana y permita responder con audacia a las llamadas del Espíritu.
Encomiendo a la Inmaculada Virgen María vuestro ministerio y la vida de vuestras comunidades, para que ella guíe sus pasos hacia Cristo Señor, y os imparto de corazón mi bendición apostólica, extendiéndola a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles de vuestras diócesis.
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