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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL PRIMER ANIVERSARIO
DE SU VISITA AL PARLAMENTO ITALIANO

 

Honorable señor
PIER FERDINANDO CASINI
Presidente de la Cámara de diputados

1. Con gran cortesía ha querido informarme de que, a un año de mi visita al Parlamento italiano, la Cámara de diputados quiere conmemorar dicho acontecimiento con una iniciativa especial. Me alegra, señor presidente, enviarle para la circunstancia un deferente saludo a usted y a sus honorables colegas, a quienes renuevo la expresión de mi más profunda gratitud por la amistosa acogida que me dispensaron entonces.

Perdura en mí el recuerdo de aquel día, en el que por primera vez la sala del palacio Montecitorio acogió entre sus paredes a un Sucesor del apóstol san Pedro, durante una sesión especial conjunta de todos los senadores y diputados de la República, y con la participación del presidente del Consejo de ministros, de los miembros del Gobierno y de los más altos cargos del Estado, comenzando por el presidente de la República. Recuerdo con emoción la sincera atención que dedicaron a mi persona, y aún hoy me conforta la demostración de unánime adhesión que dieron a mis palabras. Creo que aquella rápida pero intensa manifestación ha constituido una piedra miliar en la historia de las relaciones entre Italia y la Santa Sede. Ojalá que la celebración, con que esa insigne asamblea quiere conmemorar dicho aniversario, contribuya también a mantener vivo el espíritu de aquel encuentro.

2. En el último siglo Italia ha cambiado profundamente desde el punto de vista social. Ahora está afrontando los desafíos del tercer milenio con una renovada conciencia de su misión en el contexto europeo y mundial, marcado también por transformaciones rápidas y, a veces, sustanciales. La visita del Obispo de Roma al Parlamento italiano mostró, de modo muy simbólico, el papel determinante que el cristianismo ha desempeñado y desempeña aún en la historia y en la vida de la nación. El Evangelio —anuncio de fe, de esperanza y de amor— ha sido a lo largo de los siglos savia vital para el pueblo italiano, animando de muchos modos su búsqueda del bien, de la verdad y de la belleza. No se puede dejar de reconocer que, a pesar de los límites y los errores de los hombres, la Iglesia ha sido levadura de civilización y de progreso para las personas, las familias, las comunidades y el país entero. La misma Constitución republicana, en sus principios fundamentales, refleja de modo elocuente y siempre válido la verdad evangélica sobre el hombre y la sociedad.

Los italianos, a cualquier parte del planeta donde hayan emigrado, junto con sus reconocidas cualidades humanas y profesionales, han llevado el testimonio de la fe cristiana heredada de los padres en su tierra natal. La Iglesia, por su parte, jamás ha dejado de cultivar estas profundas raíces con su obra de evangelización, expresada mediante múltiples actividades pastorales.

3. Ojalá que también las nuevas generaciones hagan suyo y testimonien este patrimonio espiritual. Es una riqueza humana y religiosa que hay que salvaguardar, porque representa un bien precioso para toda la comunidad civil. Estoy seguro de que la fecunda cooperación existente entre la Santa Sede y la República italiana ayudará a la realización de esta ardua tarea. Por este nobilísimo fin elevo a Dios una especial oración, que encomiendo a la intercesión materna de María, venerada en todos los lugares de esta amada tierra italiana.

Con estos sentimientos, a la vez que le dirijo nuevamente mi deferente saludo a usted, señor presidente, y a los honorables diputados, de buen grado invoco sobre todo el Parlamento y sobre cuantos participan en esa significativa manifestación, la abundancia de las bendiciones celestiales.

Vaticano, 26 de noviembre de 2003

JUAN PABLO II



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