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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS ALUMNOS DEL SEMINARIO ROMANO MAYOR

Sala Pablo VI
Sábado 1 de marzo de 2003

 

1. Nuestro tradicional encuentro con ocasión de la fiesta de la Virgen de la Confianza, tan sentida y participada por toda la familia espiritual del Seminario romano, tiene lugar este año aquí, en el Vaticano, en la sala Pablo VI. Amadísimos hermanos y hermanas, ¡sed bienvenidos todos y cada uno!

Saludo ante todo al cardenal vicario y a monseñor Pietro Fragnelli, que se han hecho intérpretes de vuestros sentimientos comunes. A la vez que les agradezco sus amables palabras, quisiera felicitar a monseñor Fragnelli por su reciente nombramiento como obispo de Castellaneta, asegurándole un recuerdo especial en la oración por su nueva misión eclesial. Al mismo tiempo, saludo al nuevo rector, monseñor Giovanni Tani, al que deseo un fecundo ministerio en el seminario y al servicio de las vocaciones.

Saludo, asimismo, a los ex alumnos del Seminario romano, a los obispos, a los sacerdotes y a vosotros, queridos muchachos y muchachas de Roma, que habéis querido participar en este intenso momento de reflexión y de comunión fraterna. Os abrazo con afecto especialmente a vosotros, amadísimos seminaristas, principales protagonistas de esta fiesta. Me alegra que juntamente con los alumnos del Seminario romano estén aquí presentes, esta tarde, también los del seminario "Redemptoris Mater", del seminario de la Virgen del Amor divino, y algunos del colegio Capránica.

2. Hemos seguido con emoción el oratorio compuesto por el queridísimo maestro monseñor Marco Frisina, inspirado en la historia humana y en el mensaje de santidad de sor Faustina Kowalska, testigo privilegiada de la Misericordia divina. El amor de Cristo sana las heridas del corazón humano y comunica a la persona, mediante la gracia, la vida misma de Dios.

Ya en el título de la sugestiva composición musical, que acabamos de gustar en la bella ejecución de los seminaristas y del coro diocesano, se propone la invocación ya conocida en todo el mundo: Jesús, en ti confío.

Es sencillo pero profundo este acto de confianza y abandono en el amor de Dios. Constituye un punto de fuerza fundamental para el hombre, porque es capaz de transformar la vida. Tanto en las pruebas y dificultades de la existencia, que nunca faltan, como en los momentos de alegría y entusiasmo, encomendarse al Señor infunde paz en el alma, impulsa a reconocer el primado de la iniciativa divina y abre el espíritu a la humildad y a la verdad.

Jesús, en ti confío. Innumerables devotos en todo el mundo repiten esta sencilla y sugestiva invocación.

En el corazón de Cristo encuentran paz los que están angustiados por las pruebas de la existencia; obtienen alivio los que se ven afligidos por el sufrimiento y la enfermedad; y experimentan alegría quienes se sienten agobiados por la incertidumbre y la angustia, porque el corazón de Cristo es abismo de consolación y de amor para quienes recurren a él con confianza.

3. Sé que, durante los días de preparación para esta fiesta de la Virgen de la Confianza, habéis reflexionado muchas veces en la necesidad de confiar en Jesús en toda circunstancia. Se trata de un provechoso camino de fe, que estamos invitados a recorrer sostenidos por María, Madre de la Misericordia divina.

A este propósito, resuenan en nuestro corazón las palabras que María dirigió a los sirvientes en las bodas de Caná:  "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5), palabras que alientan a confiar en Cristo. Precisamente a él nos guía la Virgen santísima, la Virgen de la Confianza.

En la reciente carta apostólica Rosarium Virginis Mariae quise reafirmar cuán importante es dejarse guiar por esta extraordinaria Maestra de vida espiritual, que se dedicó con gran asiduidad a la contemplación del rostro de Cristo, su Hijo. Su mirada es penetrante, "capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2, 5)" (n. 10). María compartió con Jesús alegrías y temores, expectativas y sufrimientos hasta el supremo sacrificio de la cruz; con él compartió también el júbilo de la Resurrección y, en oración con los Apóstoles en el Cenáculo, esperó la venida del Espíritu Santo.

4. Amadísimos muchachos y muchachas, dejaos guiar por María, que en el Seminario romano, corazón de nuestra diócesis, es venerada con el hermoso título de "Virgen de la Confianza". En su escuela aprenderéis el sublime arte de fiarse de Dios. Siguiendo a María, como hizo santa Faustina Kowalska, sor Faustina, podréis cumplir la voluntad de Dios, dispuestos a servir generosamente a la causa del Evangelio. Podréis recorrer el camino que lleva a la santidad, vocación de todo cristiano. Así seréis fieles discípulos de Cristo.

Queridos jóvenes amigos, esto es lo que os deseo y por esto oro, a la vez que os bendigo de corazón juntamente con vuestros formadores, con vuestras familias y con las personas que sostienen la actividad del Seminario romano y la pastoral vocacional de la diócesis de Roma.

Antes de concluir este discurso, quisiera volver a hablaros de mi seminario. Era un seminario clandestino. Durante la guerra, con la ocupación nazi de Polonia y de Cracovia, habían sido cerrados todos los seminarios. El cardenal Sapieha, mi obispo de Cracovia, había organizado un seminario clandestino y yo pertenecía a ese seminario clandestino, que podríamos llamar de catacumbas. Mi experiencia está vinculada sobre todo a ese seminario. Y tanto más cuanto que hoy hemos recordado a sor Faustina. Sor Faustina vivió y ahora está sepultada cerca de Cracovia, en una localidad que se llama Lagiewniki. Precisamente junto a Lagiewniki estaba la fábrica química de la Solvay, donde yo trabajé como obrero durante los cuatro años de la guerra y de la ocupación nazi. En aquellos tiempos, cuando era obrero, no podía imaginar que un día, como obispo de Roma, hablaría de aquella experiencia a los seminaristas romanos.

Aquella experiencia de obrero y, al mismo tiempo, de seminarista clandestino ha marcado toda mi vida. A la fábrica me llevaba algunos libros, para leer durante mi turno de ocho horas, tanto de día como de noche. Mis compañeros obreros se sorprendían un poco, pero no se escandalizaban.

Más aún, me decían:  "Te ayudaremos; puedes incluso descansar y nosotros, en tu lugar, trataremos de vigilar". Y así pude hacer también los exámenes ante mis profesores. Todo en la clandestinidad:  filosofía, metafísica... Estudié la metafísica por mi cuenta, y trataba de entender sus categorías. Y entendí. Sin la ayuda de los profesores, entendí. Además de superar el examen, pude constatar que la metafísica, la filosofía cristiana, me daba una nueva visión del mundo, una visión más profunda de la realidad. Anteriormente había hecho sólo estudios humanísticos, de literatura, de lengua. Con la metafísica y con la filosofía encontré la clave para comprender a fondo el mundo. Una comprensión más profunda, podría decir, última.

Tal vez habría otras cosas que recordar, pero, por desgracia, no podemos alargarnos demasiado.
Con todo, quería decir esto, que me vino a la mente durante la ejecución musical del oratorio:  "Tú que fuiste seminarista clandestino debes hablar a los seminaristas de Roma de aquellos días, de aquella experiencia". Doy gracias al Señor porque me dio esa experiencia extraordinaria y me ha permitido también hablar de esa experiencia del seminario clandestino, de catacumbas, a los seminaristas de Roma, después de más de cincuenta años. Y creo que esto es también un hermoso homenaje a la Virgen de la Confianza, porque durante todos esos años clandestinos se vivía también gracias a esta confianza, la confianza en Dios y en su Madre. Aprendí la confianza en la Virgen santísima, que es la patrona de vuestro seminario. Aprendí a tener confianza sobre todo durante los terribles años de la guerra y de la clandestinidad.

Muchas gracias.

 



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