DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Martes 25 de marzo de 1964
Eminencias;
excelencias;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Me complace saludaros a vosotros, miembros, consultores, personal y expertos del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, al reuniros con ocasión de vuestra asamblea plenaria. En efecto, es oportuno que vuestro encuentro tenga lugar durante esta semana en la que la Iglesia celebra la solemnidad de la Anunciación, cuando el ángel Gabriel anunció a María la buena nueva de nuestra salvación en Jesucristo. Todos los pueblos, en todos los tiempos y lugares, han de compartir esta buena nueva, y vosotros tenéis el preciso deber de hacerla presente de una forma cada vez más eficaz en el mundo de los medios de comunicación social. Os agradezco vuestro compromiso a este respecto, y os animo a perseverar en él.
No cabe duda de que los medios de comunicación ejercen hoy un influjo muy fuerte y amplio, formando e informando la opinión pública a escala local, nacional y mundial. Al reflexionar en este hecho, viene a la mente una afirmación de la carta de san Pablo a los Efesios: "Hable cada uno verazmente con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros" (Ef 4, 25). Estas palabras del Apóstol son una buena síntesis de lo que deberían ser los objetivos básicos de las comunicaciones sociales modernas: difundir cada vez más ampliamente el conocimiento de la verdad, y hacer que aumente la solidaridad en la familia humana.
Hace cuarenta años, mi predecesor el beato Papa Juan XXIII pensaba en algo semejante cuando, en su encíclica Pacem in terris, exhortó a la "lealtad e imparcialidad" en el uso de los medios de información, que "sirven para fomentar y extender el mutuo conocimiento de los pueblos" (n. 90).
Yo mismo recogí ese tema en mi reciente mensaje para la XXXVII Jornada mundial de las comunicaciones sociales, que se celebrará el 1 de junio de 2003. En ese mensaje afirmé que "la exigencia moral fundamental de toda comunicación es el respeto y el servicio a la verdad". Y luego expliqué que "la libertad de buscar y decir la verdad es un elemento esencial de la comunicación humana, no sólo en relación con los hechos y la información, sino también y especialmente en lo que atañe a la naturaleza y al destino de la persona humana, a la sociedad y al bien común, y a nuestra relación con Dios" (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de enero de 2003, p. 7).
En efecto, la verdad y la solidaridad son dos de los medios más eficaces para superar el odio, resolver los conflictos y eliminar la violencia. También son indispensables para restablecer y afianzar los vínculos mutuos de comprensión, confianza y compasión que unen a las personas, a los pueblos y a las naciones, independientemente de sus orígenes étnicos o culturales. Es decir, la verdad y la solidaridad son necesarias para que la humanidad construya con éxito una cultura de la vida, una civilización del amor y un mundo de paz.
Este es el desafío que afrontan los hombres y mujeres de los medios de comunicación, y vuestro Consejo pontificio tiene la misión de ayudarles y guiarlos para que respondan de forma positiva y eficaz a esa obligación. Oro para que vuestros esfuerzos a este respecto sigan dando mucho fruto. Durante este Año del Rosario, os encomiendo a todos a la intercesión amorosa de la santísima Virgen María: que su respuesta llena de fe al ángel, que dio al mundo al Salvador, sirva como modelo para nuestro anuncio del mensaje salvífico de su Hijo. Como prenda de gracia y fuerza en el Verbo encarnado, os imparto de corazón mi bendición apostólica.
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