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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA*


Jueves 15 de mayo de 2003

 

Monseñor presidente;
queridos sacerdotes alumnos de la Academia eclesiástica pontificia: 

1. Os agradezco esta visita y os saludo con afecto a todos. Saludo, en primer lugar, al presidente, el arzobispo Justo Mullor García, al que doy las gracias, no sólo por las palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes, sino también por la diligencia y la generosidad con que se dedica diariamente a su ardua tarea. Extiendo estos sentimientos de gratitud a todos los que, de diferentes modos y con diversas funciones, colaboran con él en la obra de formación.

Os saludo de manera especial a vosotros, queridos alumnos. Algunos completarán dentro de poco el curriculum académico y están a punto de iniciar un servicio directo a la Sede apostólica. Les expreso mis mejores deseos de un ministerio fecundo, y pido al Señor que los acompañe en todos los momentos de su existencia.

2. Amadísimos alumnos, ya en otras ocasiones he destacado la importancia de vuestra peculiar "misión", que os llevará lejos de vuestras familias, ofreciéndoos, al mismo tiempo, la oportunidad de entrar en contacto con múltiples y diversas realidades eclesiales y sociales.

Para cumplir fielmente las misiones que se os confíen, es indispensable que desde los años de formación vuestro objetivo prioritario sea tender a la santidad. Esto lo recordé también durante la visita a vuestra Academia, hace dos años, con ocasión de su tercer centenario. Aspirar a la perfección evangélica ha de ser vuestro compromiso diario, alimentando una relación ininterrumpida de amor con Dios en la oración, en la escucha de su palabra y, especialmente, en la devota participación en el sacrificio eucarístico. Aquí se encuentra, queridos hermanos, el secreto de la eficacia de todo ministerio y servicio en la Iglesia.

3. Provenís de naciones, culturas y experiencias diversas. La vida en común en la Academia, aquí en Roma, centro del catolicismo, os educa en la comunión y en la comprensión recíproca, os abre a la dimensión universal de la Iglesia y os brinda la oportunidad de comprender mejor las complejas realidades humanas de nuestro tiempo. Todo ello os ayudará en gran medida cuando desarrolléis vuestra actividad entre poblaciones de costumbres, civilizaciones, lenguas y tradiciones religiosas diferentes. Vuestro servicio será tanto más provechoso cuanto más os esforcéis, con espíritu auténticamente sacerdotal, por promover el crecimiento de las Iglesias locales, uniéndolas a la Cátedra de Pedro, y por el bien de los pueblos.

La Virgen María, a la que veneramos de modo particular en este año dedicado al rosario, dirija su mirada sobre cada uno de vosotros y os acompañe con su protección materna en todos vuestros pasos. Os aseguro mi oración, y os bendigo de corazón a todos.


* L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española , n.22, p.7.


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