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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL DÉCIMO ANIVERSARIO DE FUNDACIÓN
DE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA

 

Venerados hermanos;
ilustres señores y amables señoras:

1. Me complace enviaros este mensaje con ocasión de la jornada conmemorativa del X aniversario de fundación de la Academia pontificia para la vida. Os renuevo a cada uno la expresión de mi gratitud por el cualificado servicio que la Academia presta a la difusión del "evangelio de la vida". Saludo de modo especial al presidente, profesor Juan de Dios Vial Correa, así como al vicepresidente, monseñor Elio Sgreccia, y a todo el consejo directivo.

Juntamente con vosotros, doy gracias ante todo al Señor por vuestra próvida institución, que hace diez años se sumó a otras creadas después del Concilio. Los organismos doctrinales y pastorales de la Sede apostólica son los primeros en beneficiarse de vuestra colaboración por lo que respecta a los conocimientos y los datos necesarios para las decisiones que conviene tomar en el ámbito de la norma moral concerniente a la vida. Así sucede con los Consejos pontificios para la familia y para la pastoral de la salud, así como en respuesta a peticiones de la sección de la Secretaría de Estado para las Relaciones con los Estados, y de la Congregación para la doctrina de la fe. Y esto puede ampliarse también a otros dicasterios y oficinas.

2. Con el paso de los años resulta cada vez más evidente la importancia de la Academia pontificia para la vida. En efecto, los progresos de las ciencias biomédicas, a la vez que permiten vislumbrar prospectivas prometedoras para el bien de la humanidad y para el tratamiento de enfermedades graves y aflictivas, a menudo plantean serios problemas en lo que atañe al respeto a la vida humana y a la dignidad de la persona.

El dominio creciente de la tecnología médica sobre los procesos de la procreación humana, los descubrimientos en el campo de la genética y de la biología molecular y los cambios que se han producido en la gestión terapéutica de los pacientes graves, junto con la difusión de corrientes de pensamiento de inspiración utilitarista y hedonista, son factores que pueden llevar a conductas aberrantes, así como a la formulación de leyes injustas en relación con la dignidad de la persona y el respeto que exige la inviolabilidad de la vida inocente.

3. Vuestra aportación es, además, valiosa para los intelectuales, especialmente para los católicos, "llamados a estar presentes activamente en los círculos privilegiados de elaboración cultural, en  el  mundo  de  la escuela y de la universidad, en los ambientes de investigación científica y técnica" (Evangelium vitae, 98). Precisamente con esta perspectiva se instituyó la Academia pontificia para la vida, con la misión de "estudiar, informar y formar en lo que atañe a las principales cuestiones de biomedicina y derecho, relativas a la promoción y a la defensa de la vida, sobre todo en las que guardan mayor relación con la moral cristiana y las directrices del Magisterio de la Iglesia" (motu proprio Vitae mysterium AAS 86 [1994] 386-387; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de marzo de 1994, p. 5).

En una palabra, la compleja materia hoy denominada "bioética" forma parte de vuestra tarea de alta responsabilidad. Os agradezco el esmero con que examináis cuestiones específicas de gran interés, y también vuestro empeño por favorecer el diálogo entre la investigación científica y la reflexión filosófica y teológica guiada por el Magisterio. Es necesario sensibilizar cada vez más a los investigadores, especialmente a los del ámbito biomédico, con respecto al enriquecimiento benéfico que se puede conseguir conjugando el rigor científico con las instancias de la antropología y de la ética cristianas.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, ojalá que vuestro servicio ya decenal prosiga cada vez más apreciado y apoyado, dando los frutos esperados en el campo de la humanización de la ciencia biomédica y del encuentro entre la investigación científica y la fe.

Con este fin, invoco sobre la Academia para la vida, por intercesión de la Virgen María, la continua asistencia divina y, a la vez que os aseguro a cada uno mi recuerdo en la oración, os imparto a todos una especial bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestros colaboradores y a vuestros seres queridos.

Vaticano, 17 de febrero de 2004

JUAN PABLO II



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