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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA NUEVA EMBAJADORA DE EGIPTO ANTE LA SANTA SEDE*


Sábado 18 de septiembre de 2004

 

Señora embajadora:

1. Me alegra darle la bienvenida a su excelencia con ocasión de la presentación de las cartas que la acreditan como embajadora extraordinaria y plenipotenciaria de la República árabe de Egipto ante la Santa Sede.

Le doy vivamente las gracias por haberme transmitido las cordiales palabras que ha querido dirigirme su excelencia el señor Mohamed Hosni Mubarak, presidente de la República. Le ruego tenga la bondad de expresarle, de mi parte, los mejores deseos para su persona y para la prosperidad del pueblo egipcio.

2. Usted ha recordado, señora embajadora, la necesidad de construir una cultura de la paz, a fin de permitir una solidaridad real entre los hombres y favorecer de verdad un futuro de concordia entre las naciones. Como la Santa Sede no cesa de recordar en estos tiempos turbulentos, sólo podrá haber tranquilidad duradera en las relaciones internacionales, si la voluntad de diálogo prevalece sobre la lógica del enfrentamiento. En Irak, donde la vuelta a la paz civil parece tan difícil de realizar; en Tierra Santa, lamentablemente desfigurada por un conflicto sin fin que se alimenta de odios y recíprocos deseos de venganza; o en otros países desgarrados por el terrorismo que afecta tan cruelmente a los inocentes, dondequiera la violencia manifiesta su horror y su incapacidad de resolver los conflictos. La violencia no produce nada bueno; sólo odio, destrucción y muerte. Una vez más apelo a la comunidad internacional recordándole su deber de favorecer la vuelta a la razón y a las negociaciones, único camino posible de salida para los conflictos entre los hombres, pues todos los pueblos tienen derecho a vivir en la serenidad y la paz.

Usted, señora embajadora, ha destacado cómo la voluntad de servir a la paz es una de las principales preocupaciones de la Santa Sede. Por mi parte, me complace recordar la cultura de su país y su tradicional política, que le han otorgado, a través de las vicisitudes de la historia, y le otorgan un puesto particular en las relaciones entre las naciones, en los confines de los continentes africano y asiático, para promover la paz y la reconciliación entre los hombres y entre los pueblos.

3. Garantizar la paz, el bienestar y la seguridad de los ciudadanos es uno de los principales deberes del Estado. Implica garantizar la igualdad de todos ante la ley, como usted, excelencia, ha recordado a propósito del lugar de la mujer en la sociedad egipcia, y favorecer el respeto mutuo y el buen entendimiento entre los distintos componentes de la nación. Sé que se puede contar con la vigilancia de las autoridades egipcias para garantizar a todos los ciudadanos en particular el principio de la libertad de culto y de religión, que es una forma eminente de la libertad de las personas y, por tanto, forma parte de los derechos humanos fundamentales. Apelo a todos los responsables de la sociedad civil para que se respeten efectivamente estos derechos de las personas dondequiera que vivan comunidades de cristianos, sin que tengan que temer ninguna forma de discriminación o de violencia. Los católicos de Egipto, por su parte, se sienten felices de participar activamente en el desarrollo de su país, esforzándose siempre por mantener relaciones cordiales con sus compatriotas.

4. Para realizar bien la construcción de la paz, misión esencial con vistas al futuro de la humanidad, las religiones desempeñan un papel importante. Todas tienen una palabra sobre el hombre, acerca de sus deberes con respecto al Creador, a sí mismo y a sus semejantes. Difunden una enseñanza que honra la vida como un don sagrado de Dios que el hombre debe respetar y amar. Por eso mismo, como he repetido en diversas ocasiones, las religiones están llamadas a comprometerse decididamente a denunciar y a rechazar cualquier recurso a la violencia como contraria a su finalidad propia, que es precisamente reconciliar a los hombres entre sí y con Dios. Al desempeñar tareas específicamente educativas en favor de los niños y los jóvenes, las religiones tienen a este respecto una responsabilidad importante en lo que atañe a los contenidos de su enseñanza, para que se combata y rechace cualquier enfoque sectario, y, por el contrario, para que se desarrolle y favorezca todo lo que permita un conocimiento más profundo y el respeto del otro. Puede tener la seguridad de que la Iglesia católica, por lo que a ella concierne, vela con determinación por el cumplimiento de esta misión.

La presencia en Egipto de la prestigiosa universidad Al-Azhar, que tuve la ocasión de visitar y que desempeña un papel fundamental en el mundo musulmán, brinda la oportunidad de proseguir e intensificar el diálogo interreligioso, particularmente entre cristianos y musulmanes. Es preciso lograr un mejor conocimiento mutuo de las tradiciones y de las mentalidades de las dos religiones, de su papel en la historia, así como de sus deberes en el mundo contemporáneo, a través de encuentros entre los responsables religiosos; pero también conviene suscitar el respeto y el deseo de conocimiento mutuo a nivel de las personas y de las comunidades de creyentes, en las ciudades y en las aldeas. Así, estimándose mutuamente, los cristianos y los musulmanes podrán colaborar mejor al servicio de la causa de la paz y de un futuro mejor para la humanidad.

5. Su presencia aquí, excelencia, me permite saludar cordialmente, a través de usted, a los pastores y a los fieles de los diferentes ritos que componen la comunidad católica de Egipto. Deseo que los fieles se esfuercen siempre por mantener entre sí relaciones fraternas y constructivas, poniendo en común sus riquezas específicas y rindiendo así homenaje a la unidad católica. Deben velar especialmente por la calidad del testimonio evangélico que dan a la población entera en las escuelas que dirigen y en las obras de caridad que ponen al servicio del país. Los invito a proseguir también el diálogo con sus hermanos cristianos, en particular de la Iglesia copta ortodoxa y de la Iglesia greco-ortodoxa, actualmente probada por la muerte de su pastor, Su Beatitud Petros VII, Patriarca de Alejandría y de toda África. Ojalá que se empeñen en colaborar, siempre que les sea posible, en las actividades comunes al servicio del hombre.

6. En este momento, en que inicia su noble misión de representación ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para su feliz cumplimiento. Señora embajadora, tenga la seguridad de que en mis colaboradores siempre encontrará acogida y comprensión.

Sobre su excelencia, sobre su familia, así como sobre todo el pueblo egipcio y sus dirigentes, invoco de corazón la abundancia de las bendiciones del Todopoderoso.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 40, p.6.



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