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JUAN PABLO II

HOMILÍA

Lowicz, 14 de junio de 1999

 

1. «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo» (Ga 1, 3).

Con las palabras del apóstol Pablo saludo cordialmente a los que se han reunido aquí para esta eucaristía. Esas palabras resuenan en este antiquísimo templo de Leczyca, que fue testigo de la vida de la Iglesia en esta tierra de los Piast, de tantos sínodos y de numerosos documentos legislativos, que demuestran la sabiduría de los obispos, pastores del pueblo de Dios en esta tierra de los Piast. Doy gracias a la divina Providencia por el don de este encuentro. Al hallarme ante el altar, en medio de vosotros, deseo unirme a todos los que han venido aquí, y también a todos los que cada día se reúnen en las iglesias en torno a sus sacerdotes, dando un testimonio de fe, de esperanza y de caridad. En la Eucaristía Cristo ha revelado del modo más perfecto el amor infinito de Dios al hombre: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13).

Delante de este templo, saludo a la joven Iglesia de Lowicz, y en particular a su pastor, mons. Alojzy Orszulik, s.a.c., juntamente con su obispo auxiliar mons. Józef Zawitkowski. Saludo a todos los huéspedes: cardenales, arzobispos y obispos, así como al clero diocesano y religioso, a los hermanos y hermanas religiosos y a todos los fieles de esta diócesis, y en especial a los numerosos niños y jóvenes aquí reunidos. Saludo a los peregrinos que han venido a este encuentro de las archidiócesis limítrofes de Varsovia y Lódz, así como de las diócesis de Plock y Wloclawek, juntamente con sus pastores, y también a los peregrinos venidos de las demás partes de Polonia y del extranjero.

Te saludo, tierra de Lowicz, con tu rica historia. En efecto, aquí, en la ciudad de Lowicz, durante siglos tuvieron su sede los arzobispos de Gniezno, primados de Polonia. Muchos de ellos han encontrado su lugar de eterno descanso en la cripta de la antigua colegiata de Lowicz, hoy catedral.

Te saludo, tierra de la beata María Francisca Siedliska, fundadora de la congregación de la Sagrada Familia de Nazaret; tierra de la beata Boleslawa Lament, fundadora de la congregación de las religiosas de la Sagrada Familia. Aquí, por obra de don Stanislaw Konarski, se realizó la reforma de las escuelas de los Escolapios. Por la historia conocemos la gran importancia que esa reforma tuvo en el período del iluminismo polaco y los grandes frutos que produjo en las generaciones de los polacos que vivieron durante la época de la repartición.

Te saludo, tierra tan rica en tradición cristiana y en fe de tu pueblo, que, a pesar de las tempestades de la historia, siempre ha perseverado, sin cambios, unido a Cristo y a su Iglesia.

2. «Os exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados» (Ef 4, 1).

Estas palabras, que san Pablo dirigió a los Efesios, nos las podría dirigir hoy a nosotros el obispo Michal Kozal, preso en el campo de concentración de Dachau, como las dirigió a sus compatriotas. Hoy celebramos la memoria litúrgica de este fiel testigo de Cristo. La gracia que Dios le concedió no quedó estéril (cf. 1 Co 15, 10), sino que ha dado fruto hasta hoy. El beato obispo Kozal nos exhorta a vivir de una manera digna de nuestra vocación humana y cristiana, como hijos e hijas de esta tierra, de esta patria, de la que él fue hijo. San Pablo destaca la grandeza de esta vocación. Somos miembros del Cuerpo de Cristo, es decir, de la Iglesia, que él instituyó y de la que es cabeza. En esta Iglesia, el Espíritu Santo distribuye continuamente los dones necesarios para los diferentes servicios y tareas. Esos dones constituyen la gran riqueza de la Iglesia y contribuyen al bien de todos.

Recordando esas palabras, pienso especialmente en vosotros, queridos padres de familia. Dios os ha dado una vocación particular. Para conservar la vida humana en la tierra, instituyó la sociedad familiar. Vosotros sois los primeros custodios y protectores de la vida que aún no ha venido a la luz, pero que ya ha sido concebida. Aceptad el don de la vida como la mayor gracia de Dios, como su bendición para la familia, para la nación y para la Iglesia. Desde este lugar quiero decir a todos los padres y a todas las madres de mi patria y del mundo entero, a todos los hombres, sin ninguna excepción: todo hombre concebido en el seno de la madre tiene derecho a la vida. Repito una vez más lo que ya he dicho en muchas ocasiones: «La vida humana es sagrada. (...) Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente. (...) Dios se proclama Señor absoluto de la vida del hombre, creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26-28). Por tanto, la vida humana tiene un carácter sagrado e inviolable, en el que se refleja la inviolabilidad misma del Creador» (Evangelium vitae, 53). Dios protege la vida con la firme prohibición pronunciada en el Sinaí: «No matarás» (Ex 20, 13). Conservad la fidelidad a este mandamiento. El cardenal Stefan Wyszylski, el Primado del milenio, dijo: «Queremos ser una nación de vivos, no de muertos».

La familia está llamada también a educar a sus hijos. El proceso educativo de un joven comienza en la casa paterna. Cada niño tiene el derecho natural, inalienable, a tener una familia, unos padres, hermanos y hermanas, entre los que pueda reconocer que es una persona necesitada de amor y capaz de dar ese mismo sentimiento a otros, a sus seres queridos. Tomad como ejemplo a la Sagrada Familia de Nazaret, en la que creció Cristo con su madre, María, y su padre putativo, José. Los padres, por dar la vida a sus hijos, tienen derecho a ser reconocidos como los primeros y principales educadores. A la vez, tienen el deber de crear un clima familiar impregnado de amor y respeto a Dios y a los hombres, favoreciendo la educación personal y social de sus hijos. ¡Qué gran tarea tiene la madre! Gracias al vínculo tan profundo que la une a su hijo, puede acercarlo eficazmente a Cristo y a la Iglesia. Sin embargo, en esa tarea le ha de ayudar siempre su esposo, el padre de familia.

Queridos padres, sabéis bien que en este tiempo no es fácil crear las condiciones cristianas necesarias para la educación de los hijos. Debéis hacer todo lo posible para que Dios esté presente y sea glorificado en vuestras familias. No os olvidéis de hacer diariamente oración en común, especialmente por la noche, santificar el domingo, y participar en la misa dominical. Para vuestros hijos sois los primeros maestros de oración y de virtudes cristianas, y nadie os puede sustituir en esta tarea. Conservad las costumbres religiosas y cultivad la tradición cristiana; enseñad a vuestros hijos el respeto a todo hombre. Que vuestro mayor deseo sea educar a las generaciones jóvenes en unión con Cristo y con la Iglesia. Sólo así seréis fieles a vuestra vocación de padres y responderéis a las necesidades espirituales de vuestros hijos.

3. En el cumplimiento de esta responsabilidad de educación, no se ha de dejar sola a la familia. Necesita y espera la ayuda de la Iglesia y del Estado. No se trata de sustituir a la familia en sus deberes, sino de que todos colaboren armoniosamente en esta gran tarea.

Así pues, me dirijo a vosotros, hermanos sacerdotes y a todos los que trabajan en la catequesis: abrid de par en par las puertas de la Iglesia para que todos, especialmente los jóvenes, puedan acudir a su gran tesoro espiritual y tomen de él en abundancia. Hoy en nuestro país la Iglesia puede realizar sin estorbos la enseñanza de la religión en las escuelas. Han pasado ya los tiempos de las luchas por la libertad de la catequesis. Muchos de nosotros sabemos cuántos sacrificios y cuánta valentía ha costado a la sociedad católica de Polonia. Se ha reparado una injusticia hecha a los creyentes en los tiempos del sistema totalitario.

El gran bien que significa la enseñanza de la religión en la escuela exige un compromiso sincero y responsable. Debemos hacer el mejor uso posible de ese bien. Gracias a la catequesis, la Iglesia puede realizar su actividad evangelizadora con mayor eficacia aún, para ampliar así el ámbito de su misión.

Me dirijo también a vosotros, queridos profesores y educadores. Habéis asumido la gran tarea de la transmisión de la ciencia y de la educación a los niños y a los jóvenes que os han sido encomendados. Os encontráis ante una misión difícil y seria. Los jóvenes os necesitan. Buscan modelos como puntos de referencia. Esperan respuestas a muchos interrogantes existenciales que agobian su mente y su corazón, y sobre todo exigen que les deis ejemplo de vida. Debéis ser sus amigos, sus compañeros fieles y aliados en sus luchas. Ayudadles a poner los cimientos de su futuro.

Me alegra que en Polonia estén surgiendo numerosas escuelas católicas. Es señal de que la Iglesia está presente de modo concreto en el campo de la enseñanza. Hay que sostener esas escuelas, creando las condiciones para que, en colaboración con todo el mundo escolar de Polonia, puedan contribuir al bien común de la sociedad. Don Stanislaw Konarski nos dio un gran ejemplo de esa actividad.

Hace falta una particular sensibilidad en todos los que están comprometidos en el ámbito de la enseñanza, a fin de crear un clima de diálogo amistoso y abierto. Ojalá que reine en todas las escuelas el espíritu de familiaridad y respeto recíproco, que era y es característico de la escuela polaca. La escuela debería ser el crisol de las virtudes sociales, que tanto necesita nuestra nación. Es preciso que ese clima contribuya a que los niños y jóvenes tengan la posibilidad de profesar abiertamente sus convicciones religiosas y vivir de acuerdo con ellas. Tratemos de desarrollar y profundizar en el corazón de los niños y de los jóvenes los sentimientos patrióticos y su relación con la patria. Tratemos de sensibilizarlos con vistas al bien común de la nación, enseñándoles su responsabilidad con respecto al futuro. La educación de las generaciones jóvenes en el espíritu de amor a la patria tiene gran importancia para el porvenir de la nación, pues no es posible servir bien a la nación sin conocer su historia, su rica tradición y su cultura. Polonia necesita hombres abiertos al mundo, que amen a su país.

Queridos profesores y educadores, quiero manifestaros mi aprecio por vuestra labor de educación de las generaciones jóvenes. Os agradezco cordialmente vuestro trabajo, tan importante y difícil. Os doy gracias por vuestro servicio a la patria. Yo mismo tengo una deuda personal de gratitud hacia la escuela polaca, hacia sus profesores y educadores, a los que recuerdo aún hoy y por los que oro cada día. Lo que recibí en los años de la escuela sigue fructificando hasta hoy en mi vida.

Que el bien de las generaciones jóvenes sea la solicitud de vuestra vida y de vuestra labor educativa. San Pablo dice: «Os exhorto (...) a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados (...) para edificación del Cuerpo de Cristo» (Ef 4, 1. 12). ¿Puede haber una vocación más grande que la que Dios os ha dado?

4. «A cada uno de nosotros le ha sido concedida la gracia divina a la medida de los dones de Cristo» (Ef 4, 7), nos dice hoy san Pablo; al mismo tiempo, nos explica que la gracia es el don por medio del cual Dios nos da su vida, haciéndonos hijos suyos, partícipes de su naturaleza. Entonces, surge la pregunta: ¿cómo debo vivir para que se manifieste en mí del modo más pleno posible la fuerza de la gracia de Dios, como se revela la fuerza misteriosa de un grano de trigo que produce el ciento por uno?

Queridos muchachos y muchachas, alumnos de las escuelas primarias y secundarias de la diócesis de Lowicz y de las diócesis vecinas, y también de otras partes de Polonia, me alegra que estéis presentes hoy en este encuentro. Lo que acabáis de oír se refiere de manera especial a vosotros y a vuestra educación. Os quiero asegurar que el Papa os ama mucho y se interesa por vuestro futuro; todos se interesan por vuestro futuro, a fin de que os preparéis bien para las tareas que os esperan.

Ya sabéis que nos estamos acercando al gran jubileo del año 2000. A este respecto, tal vez muchos de vosotros os hayáis planteado la pregunta: ¿cómo será el tercer milenio, que ya está a punto de llegar? ¿Será mejor que éste, que está a punto de terminar? ¿Traerá cambios importantes y positivos para el mundo? ¿o todo seguirá como antes? Os quiero decir que, en gran medida, el futuro del mundo, de Polonia y de la Iglesia depende de vosotros. Vosotros lo formaréis; vosotros tenéis la gran responsabilidad de construir los tiempos futuros. Ahora podéis comprender por qué antes he hablado tanto de la educación de los jóvenes.

No temáis seguir el camino de vuestra vocación; no temáis buscar la verdad sobre vosotros mismos y sobre el mundo que os rodea. Quisiera que todos vivierais en vuestra casa dentro de un clima de auténtico amor. Dios os ha dado vuestros padres y debéis agradecerle frecuentemente ese gran don. Respetad y amad a vuestros padres. Ellos os han engendrado y os están educando. Cumplen con vosotros la misión de Dios Creador y Padre. También son para vosotros los amigos más íntimos -deben serlo-, a quienes podéis acudir para buscar ayuda y consejo en los problemas de vuestra vida. En este momento pienso con dolor y con gran preocupación en todos vuestros coetáneos que no tienen un hogar paterno, que carecen del amor y del calor de sus padres. Decidles que el Papa los recuerda en sus oraciones y que los quiere mucho.

Vuestra edad es la etapa más adecuada de la vida para sembrar y preparar el terreno con vistas a la cosecha futura. Cuanto más serio sea el empeño con que cumplís vuestros deberes, tanto mayor será la eficacia con que realizaréis vuestra misión en el futuro. Poned gran esmero en el estudio. Esforzaos por aprender materias nuevas, pues el saber abre horizontes y favorece el desarrollo espiritual del hombre. Es realmente grande el hombre que siempre quiere aprender algo nuevo.

La juventud busca modelos y ejemplos. Os ayuda Cristo mismo, que dedicó toda su vida al bien de los demás. Dirigid a él vuestra mirada. Que esté presente en vuestros pensamientos, en vuestros juegos y en vuestras conversaciones. Vivid siempre en amistad con él. El Señor Jesús os quiere ayudar. Quiere ser vuestro apoyo y fortaleceros en las luchas juveniles por conquistar las virtudes como la fe, el amor, la honradez, la pureza y la generosidad. Cuando tengáis que afrontar algo difícil; cuando experimentéis en vuestra vida algún fracaso o decepción, dirigid vuestro pensamiento a Cristo, que os ama, es vuestro compañero fiel de viaje y os ayuda a superar cualquier dificultad. Sabed que no estáis solos. Os acompaña alguien que nunca os defraudará. Cristo conoce los anhelos más secretos de vuestro corazón. Espera vuestro amor y vuestro testimonio.

5. «Uno solo es vuestro maestro y vosotros sois todos hermanos» (Mt 23, 8).

Queridos hermanos y hermanas, elevemos nuestro corazón hacia Cristo, «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9). Él es el Maestro, el Resucitado, que vive y permanece siempre presente en la Iglesia y en el mundo. Es él quien nos revela la voluntad del Padre y nos enseña cómo realizar la vocación recibida de Dios por obra del Espíritu Santo. Encomendemos a Cristo la gran tarea de la educación. Sólo él conoce plenamente al hombre y sabe lo que hay en lo más íntimo de su corazón. Hoy Cristo nos dice: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5); yo, vuestro Maestro, quiero ser para vosotros el camino y la luz, la vida y la verdad «todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Amén.

 



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