DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LOS CONDUCTORES DE CINEMÓVILES
DURANTE LA AUDIENCIA GENERAL*
Villa Pontificia de Castelgandolfo
Miércoles 9 de agosto de 1961
¡Queridos hijos!
Estos encuentros de vida pastoral que se suceden en Roma y aquí en la residencia veraniega de Castelgandolfo entre el Papa y sus innumerables hijos espirituales son motivo de profunda alegría y emoción. Y lo son también a la hora del mediodía de los domingos y fiestas, al toque del Angelus Domini nuntiavit Mariae, et concepit de Spiritu Sancto. Ellos prosiguen con la invocación del diálogo entre e! Mensajero celestial y la dulce Madre de Jesús y Madre nuestra, el cual recapitula el más alto misterio de la vida y de la historia, diálogo seguido de la invocación dulcísima: Sancta María, Mater Dei, ora pro nobis, que infunde en el corazón una ternura, una exaltación que es ya como el gusto anticipado del Paraíso.
En verdad hemos sido formados de la tierra, hijos del hombre, pero todos suspiramos por el cielo.
Nuestra vida es una peregrinación que nos lleva de un punto a otro del globo terráqueo. El término de nuestro viaje brilla desde lo alto y es el Paraíso para el cual hemos sido creados; y nuestros años, los años de cada cual, se suceden por los diferentes caminos que surcan el mundo habitado.
Vivir es moverse, encontrarse; es alentarse mutuamente hacia cuanto es alegría y prosperidad de aquí abajo.
Sin embargo, este encuentro no siempre es serenidad y alegría, no es sólo encuentro agradable, sino muchas veces terrible y funesto.
¿Acaso no es verdad que jamás como en estos tiempos nuestros se alcanzó tanta perfección de medios eficaces y expeditivos para proseguir este viaje por los caminos de la tierra, del mar y de los cielos? Mas es igualmente frecuente y doloroso tener que comprobar que el drama del viaje termina en tragedia de muerte y llanto.
En efecto, ante Nos tenemos las estadísticas impresionantes de los muertos y heridos en accidentes de carretera, hasta el punto de que igualan casi a los desastres de la guerra de la época pasada.
Los progresos de la ciencia y de la técnica sitúan, por lo mismo, a la humanidad ante un inesperado problema que se añade al grande y tremendo problema de las actuales inquietudes humanas, cuya solución se revela incierta y amenazadora.
El que es depositario de la doctrina celestial, que Cristo enseñó a los hombres, se alegra de todo progreso conseguido por la ciencia y por la técnica. Pero al mismo tiempo no se deja sorprender ni turbar por fantasmagorías que encierran amenazas y engaños. El sentido de sus responsabilidades les obliga a decir y proclamar que los deberes de la vida se agravan a medida que el hombre logra nueva capacidad y poder de obrar y de arriesgarse.
La predicación de Jesús bendito fue toda ella un, doctrina de vida, que corresponde a una altísima y valiosísima concepción. Lo que mira al hombre en orden natural y sobrenatural, en su vida espiritual y corporal —alma y constitución física. inteligencia, voluntad, sensibilidad—, según la doctrina de Cristo, es todo sagrado y merece respeto.
El cristianismo en su conjunto doctrinal y aliento misionero quiere ser una marcha hacia todos los pueblos, a todos los hogares, al lado de cada hombre para repetirles aquellas misteriosas palabras que son una invitación universal para servirse también de la vida corporal y de su conservación, de aquellas energía espirituales y corporales al mismo tiempo, que aseguran el recto disfrute de la hora presente y de los bienes eternos. ¡Queridos hijos! Os comprendemos. En relación con el uso y el abuso de los derechos de la carretera hay, pues, un misterio de vida y de muerte que compromete las responsabilidades de todo hombre, responsabilidades a las que ninguno puede sustraerse.
Precisamente las leyes civiles de la convivencia humana refuerzan la gran ley del Non occides, no matar que resplandece en el Decálogo de todos los tiempos y para todos es sagrado precepto del Señor.
Pues bien, queridos hijos, permitidnos ahora que, al recordar los deberes de conciencia de la carretera, señalemos, conforme a la doctrina de la Iglesia, una protección celestial a segura y valiosísima, que representa uno de los puntos más esplendorosos de la enseñanza cristiana, a saber, la intervención de las falanges angélicas creadas por Dios para su servicio y enviadas por la Santísima Trinidad para proteger a la Santa Iglesia y a sus hijos de todo el mundo.
Esta protección es, en la práctica de la excelente vida cristiana, una devoción que ocupa en el ánimo de quien sabe profundizar en ella, un puesto de especial honor y es motivo de dulzura y afecto.
Dejad que muestra voz, elevada cual exhortación paternal y dolorida en favor del respeto a la vida humana, a toda vida, a la propia y a la ajena, encuentre aquí, al terminar esta sencilla plática, las primeras notas del lenguaje angélico, que nos alegramos de repetir con acentos más conmovedores, como el del Angelus Domini nuntiavit Mariae.
La evocación de los selectísimos espíritus que la solicitud del Padre celestial coloca y pone junto a cada uno de sus hijos, infunde alegría y ánimo, Pues los ángeles del Señor escudriñan nuestro interior y ¡quisieran hacerlo digno de las divinas complacencias!
También a ellos fue confiada la misión de guiar nuestras pasos. Y ¿cómo no podría suscitar este pensamiento una justa emoción ante el espectáculo casi diario de la sangre que riega nuestras carreteras y clama al cielo misericordia para tantas preciosas vidas, vidas jóvenes tan prometedoras, truncadas inútil e inconsideradamente?
Por esto, el sentimiento de caridad viva y paternal nos ha movido a dar relieve especial a la invocación a los Santos Ángeles Custodios. Su presencia penetra y cubre la historia entera de los siglos, junto a nuestros antepasados, y luego a los jefes del pueblo elegido, a sus profetas, hasta al mismo Jesús y a sus Apóstoles.
La humilde invocación a la intervención de los Ángeles concedidos a nosotros como guardianes de nuestra infancia y de la peregrinación —en toda edad y circunstancia de la vida y del obrar— ¿no creéis, queridos hijos, que logrará impresionar al que se deja llevar por la fascinación engañosa y arrebatadora de la velocidad, hasta el punto de obligarle, en última instancia, al absoluto y universal respeto a las leyes que regulan el tráfico?
Ojalá —repetimos— que penetre dulce y delicadamente la devoción a los ángeles y que sea propicia con las mentes y las voluntades humanas e incluso con las fuerzas mismas de la técnica que una mal entendida emulación y afán de ser los primeros puede convertir en catastróficas.
Por lo cual, nuestro deseo es que se acreciente la devoción al Ángel Custodio. Cada uno tiene el suyo y cada uno puede conversar con los ángeles de sus semejantes.
Bajo esta luz de cielo, que se refleja familiar y bienhechora en cada paso de la vida diaria, adquiere un relieve particular de elevado mérito la empresa del Ministerio Italiano de Obras Públicas que tiende a crear una conciencia más despierta en todos los ciudadanos, mediante una información que llega a las capas más extensas de la población.
La ceremonia íntima de esta mañana en los comienzos de nuestra reunión es el coronamiento de semejante solicitud, que honra a quien la ha querido y llevado a cabo y ha querido ser, por nuestra parte, amable y sincero aliento.
La bendición dada poco ha a los coches cinemóviles ha implorado, precisamente, la gracia de Dios Todopoderoso —sin la que nada puede prosperar— sobre los esfuerzos unidos y la buena voluntad de autoridades y ciudadanos y sobre el empeño de mutuo respeto. Y para que el rito de esta mañana tuviese carácter más .universal, hemos aceptado como acólitos a una representación de los queridos alumnos del Colegio Urbano de Propaganda Fide, cuya presencia es siempre una evocación de universalidad.
Id, pues, queridos hijos, id por toda Italia y cumplid vuestro cometido. Y así como en algunas naciones os habéis adelantado en el excelente servicio, ojalá que podáis ser imitados.
Escuchad las impresionantes palabras pronunciadas antes en la antigua lengua litúrgica de la Iglesia de Roma; acogedlas y reeditadlas en vuestro corazón:
«Señor Dios Omnipotente..., derramad vuestra bendición sobre estos cinemóviles destinados a dar a conocer el código de la carretera. Que en virtud de sus normas vuestros servidores, que recorren los caminos a pie o en automóvil, aprendan la prudencia, la vigilancia y vuestro santo temor, y de este modo estén en condiciones de velar por toda seguridad, por la integridad propia y ajena.
»Apartad, Señor, todo mal que pueda sobrevenir a los hombres de las dificultades del viaje, del cansancio físico, de la velocidad inconsiderada... Y así como os dignasteis designar para el hijo de Tobías al Arcángel Rafael por compañero de viaje, librad a vuestros hijos de todo peligro de alma y cuerpo, para que, caminando rectamente en vuestra presencia por los caminos del mundo, merezcan llegar al puerto de la eterna salvación. Por Cristo Nuestro Señor. Amén».
(Texto de la nueva fórmula litúrgica —usada el 9 de agosto por el Santo Padre— para la bendición de los cinemóviles)
V. Adiutorium nostrum in nomine Domini.
R. Qui fecit caelum et terram.
V. Dominus vobiscum.
R. Et cum spiritu tuo.
OREMUS
Omnipotens sempiterne Deus, qui ad Tui nominis gloriam et ad humani generis utilitatem opera manuum hominum ordinari voluisti, super has machinas, normis per viam eundi evulgandis destinatas, Benedictionis Tuae gratiam effunde.
Discant earum ope famuli Tui viam pedibus gradientes, discant vehiculo utentes, prudentiam, vigilantiam, timorem Tui, ut omni securitate, suae aliorumque incolumitati prospicere valeant. Ne eis noceant, Domine, difficultas itineris, corporis fatigatio, temeritas velociter properantium. Caveant mentis inconsiderantiam, tarditatem molestam. Et quemadmodum Tobiae filio Archangelum Raphaélem comitem adiunxisti in via, ita Angelorum ministerio fideles Tuos libera ab omnibus corporis et animae periculis, ut recte coram Te ambulantes in terris, ad portum salutis aeternae pervenire mereantur. Per Christum Dominum Nostrum. Amen.
* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 381-386.
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