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 CARTA
IL TEMPIO MASSIMO*
DEL SANTO PADRE
JUAN XXIII
A LAS RELIGIOSAS DE TODO EL MUNDO

 

El Templo Máximo de la cristiandad se prepara a acoger a los padres del Concilio Ecuménico Vaticano II. El 11 de octubre comenzará la solemne celebración, en la que convergen la esperanza y oraciones de todos los católicos; podemos decir la esperanza de todos los hombres de buena voluntad. Es ésta una hora solemne para la historia de la Iglesia; se trata de reavivar su esfuerzo, siempre activo, de la renovación espiritual, y de dar un nuevo impulso a las obras e instituciones de su vida milenaria.

El clero recita ya, en unión con Nos, el Breviario de todos los días por el feliz éxito del Concilio Ecuménico[1]. Los seglares, invitados en numerosas ocasiones a ofrecer por tal fin oraciones y sacrificios —especialmente los niños, los enfermos y los ancianos— corresponden con generosa prontitud. Todos quieren prestar su colaboración para que el Concilio se transforme en “un nuevo Pentecostés” [2].

Es natural que en este clima de intensa preparación deban distinguirse los que han hecho a Dios ofrendo total de sí mismos, y se han familiarizado con el ejercicio de la oración y de la caridad más ferviente.

Queridas hijas. La Iglesia os ha recogido bajo su manto protector, ha aprobado vuestras Constituciones, ha defendido vuestros derechos, se ha beneficiado y se beneficia de vuestros trabajos. Merecéis que se os aplique, en expresión de gratitud por cuanto habéis hecho hasta ahora, y como augurio feliz para el porvenir, las palabras del Apóstol San Pablo. “Pedimos por vosotros al Señor para que os conceda espíritu de sabiduría y revelación, y con pleno conocimiento de él, iluminados los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál sea la esperanza de vuestra vocación, cuáles las riquezas de la gloria que os reserva su herencia entre los santos” (Ef 1, 15-18).

Meditad esta carta; y en la palabra del humilde Vicario de Cristo, escuchad cuanto el Maestro Divino quiere decir a cada una de vosotras. La preparación conciliar exige que las almas consagradas a Dios, según las formas aprobadas por la legislación canónica, se dediquen con renovado fervor a las tareas de su vocación. De esta manera, a su tiempo, la respuesta a las disposiciones del Concilio será pronta y generosa, preparada por un esfuerzo más intenso de santificación personal.

A fin de conseguir que la vida consagrada a Dios corresponda cada vez mejor a los deseos de Corazón Divino, es necesario que sea en realidad: 1. Vida de oración; 2. Vida de ejemplo; 3. Vida de apostolado.

I. VIDA DE ORACIÓN

Nos dirigimos de una manera especial a las monjas y hermanas de vida contemplativa y penitente.

El 2 de febrero de 1961, festividad de la Presentación de Jesús en el Templo, al enviar el regalo de los cirios recibidos en aquel día, dijimos: “El que lo enviemos a las casas religiosas de más rígida mortificación y penitencia, supone, una vez más, la primacía de los deberes del culto y total consagración a la vida de oración por encima de cualquier otra forma de apostolado; y al mismo tiempo subraya la grandeza y la necesidad de las vocaciones a este género de vida” (Alocución en la fiesta de la Purificación de la Virgen, 2 de febrero de 1961). La Iglesia alentará siempre a sus hijas, que para seguir de la manera más perfecta el llamamiento de su Divino Maestro, se entregan a la vida contemplativa.

Esto corresponde a una verdad universalmente válida, aun para las religiosas especialmente dedicadas a la vida activa; que sólo la vida interior es el fundamento y el alma de todo apostolado Meditad en esta verdad todas vosotras, queridas hijas, justamente llamadas “quasi aper argumentosae” (como activas abejas) por vuestro continuo ejercicio de las catorce obras de misericordia, en comunidad fraternal con las demás hermanas. También vosotras, que estáis consagradas a Dios en los Institutos seculares, debéis sacar de la oración toda la eficacia de vuestras empresas.

La vida de entrega al Señor tiene dificultades y sacrificios como cualquier otra forma de convivencia. Solamente la oración obtiene el don de la perseverancia. Las obras de bien a que os dedicáis no están siempre coronadas por el éxito, os aguardan desilusiones, incomprensiones, ingratitudes. Sin el auxilio de la oración no podréis gobernaros en el áspero camino. Y no olvidéis que un dinamismo mal entendido podría haceros caer en “la herejía de la acción”, condenada por Nuestros Predecesores. Superando este peligro, podéis creer que seréis verdaderamente colaboradoras en la salvación de las almas, y añadiréis méritos a vuestra corona.

Todas vosotras, tanto las dedicadas a la vida contemplativa, como las de vida activa, comprendéis esta expresión: “Vida de oración”. No es una repetición mecánica de fórmulas, sino el medio insustituible, que permite entrar en comunicación con el Señor, comprender mejor la dignidad de hijas de Dios, de esposas del Espíritu Santo, el “dulcis hospes animae” (el dulce huésped del alma) que habla al que sabe escuchar en el recogimiento.

Vuestra oración se ha de alimentar en las fuentes de un profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, especialmente del Nuevo Testamento y luego en la Liturgia y en la enseñanza de la Iglesia en toda su plenitud. La Santa Misa debe ser el centro de la jornada, de tal forma que todos vuestros actos sean de preparación o de acción de gracias; que la Sagrada Comunión sea el alimento cotidiano que os nutra, conforte y robustezca. De esta forma no correréis el peligro —como sucedió a las vírgenes necias de la parábola— de olvidar el aceite de las lámparas, y os encontraréis siempre dispuestas a todo: a la gloria y al desprecio, a la salud y a la enfermedad, a continuar en el trabajo o a morir: “Ya viene el esposo, salid a su encuentro” (Mt 25, 6).

Es oportuno aquí recordar, una vez más, las tres devociones que consideramos fundamentales aun para los simples fieles del laicado: “Para ilustrar y alentar la adoración a Cristo no hay nada mejor que meditar y orar a la triple luz de su Nombre, de su Sangre y de su Corazón” [3].

El Nombre, la Sangre y el Corazón de Cristo. He ahí el alimento sustancial de una vida sólida de piedad.

Nomen Iesu! En realidad “nil canitur suavius, nil auditur iucundius, nil cogitatur dulcius, quam Iesus Dei Filius: no hay canto más suave, no se puede escuchar nada más agradable, ni pensar en nada más dulce que en Cristo Hijo de Dios”[4].

Cor Iesu! Pío XII, de v. m., en la encíclica Haurietis aquas del 15 de mayo de 1956, que recomendamos meditar atentamente, habla en estos términos: “Si debidamente se pesan los argumentos en que apoya el culto tributado al Corazón traspasado de Cristo, a todo el mundo aparecerá claro, que no se trata de una práctica cualquiera de piedad que sea lícito posponer y tener el menor aprecio que a otras, sino de una forma de culto sumamente idónea para alcanzar la perfección cristiana” [5].

Sanguis Christi! “Es la nota más alta del sacrificio redentor de Cristo que se renueva mística y realmente en la Santa Misa y da sentido y orientación a la vida cristiana” [6].

II. VIDA DE EJEMPLO

Palabras de Cristo: “Os he dado ejemplo para qui también vosotros lo hagáis como yo” (Jn 13, 15). A las almas deseosas de seguir fielmente los pasos de Cristo se les ofrece la práctica de los consejos evangélicos que es “el camino real de la santificación cristiana” [7].

1. Pobreza evangélica

Cristo nació en un establo; durante la vida pública no tuvo donde reclinar su cabeza por la noche (Mt 8, 20), y murió sobre la Cruz desnuda. Esta es la primera condición que él pone a quien le quiere seguir: “Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, da el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19, 21).

Vosotras habéis sido arrastradas por el ejemplo y las enseñanzas del Divino Maestro, y habéis ofrecido todo a él: “laetus obtuli universa” (alegre le ofrecí todo) (2 Par 29, 17). A la luz de la imitación de Cristo pobre, el voto adquiere pleno valor; nos hace contentarnos día a día con lo indispensable; nos hace dar a los pobres y a las obras buenas lo superfluo según la obediencia; y para las incógnitas del mañana, para la enfermedad, la vejez, nos confía, sin excluir las previsiones prudentes, a los cuidados de la Divina Providencia.

El abandono de los bienes de la tierra exige la atención general, demostrando a todos que la pobreza no es tacañería ni avaricia; y hace pensar más seriamente en la sentencia divina “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si luego pierde su alma?” (Mt 16, 26).

Vivid íntegramente el voto o la promesa que os asemeja a Aquel, que, siendo rico, se hizo pobre, para que nosotros nos hiciéramos ricos con su pobreza (cd. 2 Cor 8, 9).

No faltan en este punto las tentaciones, como el andar tras las pequeñas comodidades, la santificación en la comida, el uso de los bienes. La pobreza, como ya sabéis, tiene sus espinas, que es necesario amar para que se conviertan en rosas de cielo.

Otras veces, la necesidad de legítimas modernizaciones puede terminar en la ostentación de construcciones y mobiliario, que a veces han suscitado comentarios poco favorables, aunque tales novedades no alcancen a los modestos alojamientos de las hermanas. Vosotras Nos comprendéis, queridas hijas: no queremos decir que cuanto es indispensable a la salud física y a la recreación sana y oportuna vaya en contra del voto de pobreza. Pero deseamos confiaros que la mirada del Divino Maestro jamás se entristezca por la avidez de comodidad que podría influir negativamente en la vida interior de las personas consagradas a Dios cuando viven en un ambiente alejado de las auras de austeridad. Tened siempre la pobreza como un gran honor

Queremos dirigir una palabra de aliento, especialmente a las monjas de clausura, para las que hermana pobreza resulta con frecuencia “hermana indigencia”. Cristo, el Hijo de Dios hecho pobre, vendrá a consolaros. Entretanto, en su nombre, Nos mismo extendemos por vosotras la mano a vuestras hermanas, que se encuentran en condiciones económicas más firmes, y a los generosos bienhechores: alentamos también las empresas realizadas en este sentido que la Federación de Monasterios de Clausura, en la Congregación de religiosos, recordando a todos la promesa divina: “Bienaventurados los pobres, porque es vuestra el reino de los cielos” (Lc 6, 20).

2. Castidad angélica

Se lee en el Evangelio cuanto Cristo sufrió; las injurias que le hicieron. Pero desde Belén al Calvario, el esplendor que irradia su divina pureza es cada vez más extenso, y arrebata a las multitudes. Tan grande era la austeridad y el encanto de su comportamiento.

Que sea así también entre vosotras, queridas hijas. Benditas sean las delicadezas, las mortificaciones, las renuncias, con las que procuráis hacer más resplandeciente esta virtud, sobre la que Pío XII ha escrito una memorable encíclica[8]. Vivid las enseñanzas, que vuestra conducta demuestre a todos que la castidad es no solamente una virtud posible, sino una virtud social, que se defiende magníficamente con la oración, la vigilancia y la mortificación de los sentidos.

Que vuestro ejemplo enseñe que el corazón no lo tenéis encerrado en el egoísmo estéril, sino que ha escogido la condición indispensable para abrirse solícito a las necesidades del prójimo. A este fin cultivad las reglas de la cortesía —lo repetimos—, cultivadlas y aplicadlas; sin prestar oídos a quien quieren introducir en vuestra vida un comportamiento menos acorde con el debido recogimiento.

En las obras de apostolado, despreciad la teoría de quien quisiera que no se hablase más, o poco, de modestia, y de pudor, para introducir en los método de educación, criterios y orientaciones contrarios las enseñanzas de los Libros Sagrados y de la Tradición Católica.

Si el materialismo teórico o simplemente práctico amenaza de una parte, y el hedonismo y la corrupción quieren, por otro lado, romper todos los diques, Nuestro ánimo se serena al contemplar las escuadras angélicas, que han ofrecido al Señor su castidad, y que con la oración y el sacrificio, obtienen los prodigios de la Divina Misericordia para los descarriados y la propiciación del perdón por los pecados de los individuo, y de los pueblos.

3. Espíritu de obediencia

El Apóstol San Pablo desarrolla el concepto de la humillación de Cristo que se hizo obediente hasta muerte de cruz (Ef 2, 8). Vosotras, para mejor seguir al Divino Maestro, os habéis unido a El con el voto o con la promesa de obediencia.

Esta continua inmolación del propio yo, esta negación de sí mismo, puede costar mucho, pero es también verdad que aquí está la victoria (cf. Pr 21, 28), porque de esta crucifixión espiritual se siguen gracias celestiales para vosotras y para la humanidad.

La enseñanza de la Iglesia es clara y precisa sobre los inalienables derechos de la persona humana. Las dotes peculiares de cada hombre deben poder desarrollarse debidamente, de tal manera, que cada uno corresponda a los dones recibidos por Dios. Todo esto es claro. Pero si del respeto a la persona se pasa a la exaltación de la personalidad y a la afirmación del personalismo, resultan graves peligros Que sean preciosas indicaciones también para vosotras las palabras de Pío XII en la exhortación Menti Nostrae: “En una época como la nuestra en que está gravemente quebrantado el principio de autoridad, es absolutamente necesario que el sacerdote, afianzado en los principios de la fe, considere y acepte la autoridad no sólo como salvaguarda del orden, social y religioso, sino también como fundamento de su misma santificación personal” [9].

El coloquio, en este punto, continúa con quienes tienen tareas de dirección y responsabilidad.

Pedid la más generosa obediencia a las Reglas; y también tened comprensión con las hermanas; favoreced en cada una el desarrollo de las aptitudes naturales. Es oficio de los superiores hacer amable la obediencia, no obtener solamente un obsequio exterior, y mucho menos el imponer cargas insoportables.

Queridas hijas. Os exhortamos a todas a vivir en el espíritu de esta virtud, que se alimenta de una humildad profunda, de un absoluto desinterés, de un completo abandono. Hecha la obediencia programa de toda una vida se comprenden las palabras de Santa Catalina de Sena: “¡Qué dulce y gloriosa es esta virtud, en la que se encuentran todas las otras virtudes! ¡Oh, obediencia que navega sin fatiga y sin peligro, llega al puerto de salvación! Tú te igualas con el Verbo Unigénito…; tú subes en al navecilla de la Santísima Cruz, contribuyendo a sostenerse, para que no falte a la obediencia del Verbo ni se aparte de su doctrina… Eres grande con gran perseverancia, y tan grande que llegas desde el cielo a la tierra, porque contigo se abre el cielo” [10].

III. VIDA DE APOSTOLADO

San Pablo enseña que el misterio revelado por Dios es el plan dispuesto desde toda la eternidad en Cristo, a realizarse en El en la plenitud de los tiempos; y es “poner bajo un solo jefe, Cristo, a todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (Ef 9, 10).

Ningún alma que se consagre al Señor está dispensada de la sublime tarea de continuar la misión salvadora del Redentor Divino.

La Iglesia espera mucho de las almas que viven en el silencio del claustro. Ellas, como Moisés, tienen los brazos alzados en oración, conscientes de que con esta actitud orante obtienen la victoria. Y es tan grande la importancia de la contribución de los religiosas de vida contemplativa al apostolado que Pío XI quiso como copatrona de las Misiones —émula por tanto de San Francisco Javier—, no a una religiosa de vida activa, sino a una carmelita, Santa Teresita del Niño Jesús.

Sí, debéis estar espiritualmente presentes en todas las necesidades de la Iglesia militante. Que ninguna desgracia, ningún luto o calamidad os resulte ajeno; que ningún descubrimiento científico, congreso de cultura, reuniones sociales y políticas, os haga pensar: “son cosas que no nos atañen”. Que la Iglesia militante os sienta presentes en todas partes donde se requiera vuestra contribución espiritual por el bien de las almas y también en pro del verdadero progreso humano y de la paz universal. Que obtengan vuestros sufragios las almas del purgatorio, para que se les acelere el momento de su visión beatífica. Unidas al coro de los ángeles y de los santos, continuad repitiendo el eterno aleluya a la Augusta Trinidad.

Cuantas se dedican a la vida activa recuerden que no sólo con la oración, sino también con las obras, se logra que la nueva orientación de la sociedad se nutra del Evangelio; y para que todo sea para gloria de Dios y salvación de las almas.

Y puesto que en el campo escolar, caritativo, asistencial, no se pueden utilizar personas que no estén preparadas para las crecientes exigencias, que las modernas reglamentaciones imponen, esforzaos, por la obediencia, en realizar los estudios y en obtener los diplomas necesarios para salvar todas las dificultades. De esta forma, aparte de la imprescindible y probada capacidad, será mejor apreciado vuestro espíritu de entrega, de paciencia y de sacrificio.

Además, se prevén mayores exigencias en los nuevos países, que han entrado en la comunidad de Naciones libres. Sin disminuir en el afecto por la propia patria, el mundo entero, más aún que en el pasado, es la patria común. Ya son numerosas las hermanas que han escuchado esta invitación. El campo es inmenso, Inútil lamentar que los hijos de este mundo lleguen antes que los Apóstoles de Cristo. Las lamentaciones no resuelven nada, es preciso moverse, prevenir, confiar.

En esta tarea ni siquiera las hermanas dedicadas a la contemplación quedan excluidas. En algunas regiones del África y del Extremo Oriente las poblaciones son mayormente atraídas a la vida contemplativa, que está más de acuerdo con el desarrollo de su civilización. Algunos grupos sociales lamentan que la vida dinámica de los misioneros tenga menos relación con su modo de concebir la religión y de adherirse al cristianismo.

Ved, queridas hijas, cuántos son los motivos que Nos hacen alentar las reuniones entre las superioras generales, inspirados por la Sagrada Congregación de Religiosos, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. De esta forma podréis poneros mejor al día en las condiciones modernas, aprovechar las comunes experiencias, alentaros con el pensamiento de que la Iglesia posee un ejército valeroso de almas capaces de afrontar cualquier obstáculo.

Las almas consagradas en los nuevos Institutos seculares sepan que también su obra es apreciada y alentada a que contribuya a la penetración del Evangelio en todas las Manifestaciones del mundo moderno.

En los puestos de las más distintas responsabilidades, a que algunas pueden llegar, conviene que se hagan apreciar por su competencia, laboriosidad, sentido de responsabilidad, y en conjunto, por las virtudes que sublima la gracia, impidiendo así que prevalezca el que se apoya casi exclusivamente en la habilidad humana y en el poder de los medios económicos, científicos y técnicos. “Nos autem in Domine Dei nostri fortes sumus” (Nosotros somos fuertes en el nombre de nuestro Dios) (Sal 18, 8).

Invitamos a todas vosotras, almas consagradas al Señor en la vida contemplativa o en la vida activa ,  a uniros en fraterna caridad. El Espíritu de Pentecostés aletee sobre vuestras selectas Familias, las reúna en la fusión de almas, que presentaba el Cenáculo, donde con la Madre de Dios y los Apóstoles, estaban presentes algunas piadosas mujeres (cf. Hch 1, 14).

CONCLUSIÓN

Estos son Nuestros votos, Nuestras oraciones, Nuestras esperanzas. La Iglesia en las vísperas del Concilio Vaticano II ha convocado a todos los fieles, proponiendo a cada uno su acto de presencia, de testimonio, de aliento.

Sed vosotras, queridas hijas, las primeras en cultivar el santo entusiasmo. La “Imitación de Cristo” tiene sobre este punto una sentencia apropiada: “Nos conviene renovar todos los días nuestros buenos propósitos, y ejercitar el fervor, como si nos acabásemos de convertir, y decir: Ayúdame, Señor, en los buenos propósitos y en tu santo servicio; y haz que hoy comience perfectamente, porque cuanto he hecho hasta aquí no vale nada”[11].

Que os encienda en nuevo fervor la Madre de Dios y nuestra. Confiad en esta Madre celestial; que también San José os sea familiar, él que también es Patrono del Concilio Vaticano II; pedid además a los Santos y Santas, que son honrados con especial honor en vuestras instituciones, para que unan su eficaz intercesión para obtener que “la santa Iglesia, reunida en unánime e intensa oración en torno a María, Madre de Cristo, y guiada por Pedro, extienda el Reino del divino Salvador, que es reino de verdad, de justicia de amor y de paz”[12].

La generosa Bendición Apostólica que concedemos a todas las comunidades religiosas y a todas las almas consagradas a Dios, en particular, quiere ser prenda de los favores celestiales y aliento para una vida y una buena labor “in Ecclesia et in Christo Iesu”(Ef 3, 21).

Palacio Apostólico Vaticano, 2 de julio de 1962 cuarto año de Nuestro Pontificado.

JUAN PP. XXIII

 


* AAS 54 (1962) 508; Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 927-938.

[1] Exhort. Apo. Sacrae laudis, 6 de enero de 1962; AAS 54 (1962) p. 66

[2] Oración por el Concilio Ecuménico; cf. AAS 51 (1959) p. 832

[3] Discurso de clausura del Sínodo Romano, 31 de enero de 1960;   AAS 52 (1960) 285-296 .

[4] Himno de Vísperas de la fiesta del Nombre de Jesús.

[5] Encíclica Haurietis aquas, 15 de mayo de 1956; AAS 48 (1956) 346.

[6] Discurso a la Familia religiosa de la Preciosísima Sangre, 2 de junio de 1962.

[7] Encíclica Sacerdotii Nostri primordia; AAS 51 (1959) 745-579.

[8] Encíclica Sacra Virginitatis; AAS 46 (1954) 161.

[9] Exhortación Menti Nostrae, 23 de septiembre de 1950; AAS 42 (1950) 657.

[10] Diálogo, c. 155.

[11] I, 19, 1.

[12] Oración por el Concilio Ecuménico; cf. AAS 51 (1959) p. 832.



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