MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A MONSEÑOR BERNARD YAGO, ARZOBISPO DE ABIYÁN,
EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA
DE LA REPÚBLICA DE COSTA DE MARFIL*
A nuestro venerable y querido hermano
Bernardo Yago, arzobispo de Abidjan:
¡Que este mensaje os lleve, venerable y querido hermano, así como a vuestros colegas en el Episcopado, a nuestros hijos católicos de la Costa de Marfil y a todos los habitantes de ese noble país, nuestra alegría y estímulos en este día solemne del primer aniversario de la independencia nacional!
Desde hace mucho tiempo la Iglesia se esforzó, con solicitud maternal, por la ascensión espiritual y progreso material de los pueblos de África. Y hoy no hay africano de buena voluntad que no reconozca la gran benevolencia que mostramos personalmente a ese Continente. Además, vos mismo, venerable hermano, habéis recibido hace poco de nuestras propias manos el carácter episcopal. Esta consagración conferida en la Basílica Vaticana sobre el glorioso sepulcro de San Pedro ha estrechado profundos lazos entre la Roma cristiana y la Costa de Marfil, entre el Papa y el arzobispo de Abiyán. Tales son los motivos particulares que nos han movido a enviaros a nuestro Delegado para el África Oriental, el muy querido monseñor Juan María Maury, y a hacer muy especialmente nuestra en esta ocasión la íntima alegría de nuestros hijos de la Costa de Marfil.
¿Cómo no atribuir toda la alegría de este día memorable a la divina Providencia en un inmenso ramillete de oraciones fervorosas y reconocidas? Vivís en un país privilegiado por muchos conceptos entre las tierras africanas; desde hace un año gozáis de la independencia y de la paz interna; el corazón de vuestros gobernantes aspira al entendimiento con los Estados vecinos y parecen muy deseosos de trabajar por el verdadero progreso de vuestra Nación.
Por encima de estos bienes, aunque considerables, Dios ha colmado también vuestras almas del don inestimable de la fe católica. Los primeros misioneros del Evangelio llegaron a vuestro país hace escasamente setenta años y muy pronto no temieron en sacrificar su vida para plantar la Iglesia en la Costa de Marfil. Y he aquí que por el sacrificio generoso de sí mismos, y gracias a la labor de sus valerosos sucesores, vuestra cristiandad forma actualmente cinco hermosas diócesis, comprende casi una décima parte de la población y cuenta con muchas almas consagradas a Dios en la vida religiosa o el sacerdocio, numerosos e indispensables catequistas, valientes militantes de Acción Católica. Por último, los dos seminarios de Bingerville y de Anyama cobijan y forman a los jóvenes que serán sacerdotes de mañana.
¡Oh, qué conveniente es dar gracias a Dios por esos inapreciables dones! Que a la belleza de los oficios litúrgicos, a vuestra asiduidad a participar en ellos, no dejéis de unir una fidelidad constante a la voluntad de Dios, recordando las mismas palabras de Jesús: "No todos los que me dicen Señor, Señor, entrarán en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Matth. 7, 21).
Pues bien, permitid al humilde Sucesor de San Pedro que os confíe, querido hijo, algunos pensamientos de nuestro corazón, que os ayudarán, como deseamos, a hacer más vuestra esta voluntad divina.
Recordad ante todo que debéis ser testigos fieles de Jesucristo. El don de la fe, que habéis recibido, os obliga, en adelante, a un doble deber; por una parle, debéis tender a una vida cristiana perfecta: orar cada día con confianza, vivir conforme a los mandamientos de Dios y de la Iglesia, ofrecer vuestros sacrificios, practicar la justicia y la caridad, en una palabra, poner en práctica el precepto evangélico: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas" y "amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Marc. 12, 30).
Vuestro segundo deber es llevar en vosotros un corazón misionero, como hace poco lo deseábamos para todos nuestros hijos del mundo, mostraros "fraternales" y amigos con todos y para todos para que vuestros compatriotas, que todavía no conocen a Jesucristo y a su Iglesia santa, se sientan impulsados a descubrirlos viéndoos vivir y oyéndoos hablar.
Sabemos, por otra parte, cuán preocupados están, justamente, los obispos de la Costa de Marfil por la formación humana y religiosa de los militantes de los diferentes movimientos de Acción Católica. Su desvelo pastoral es también nuestro. Estimamos vivamente todos los esfuerzos que se hacen para asegurar esta formación; estimulamos de buena gana a las personas que se consagran a ella con celo a pesar de las circunstancias a veces difíciles. Aquí está, efectivamente, una de las más seguras garantías de la solidez y del futuro desarrollo del catolicismo.
Ahora bien, tal formación no puede concebirse sin un serio conocimiento de las orientaciones dadas por la Iglesia en los diferentes campos de la actividad humana. Los católicos —sobre todo aquellos a quienes incumben grandes responsabilidades— se interesarán por iniciarse en la doctrina social de la Iglesia, para que sus pensamientos y actos se inspiren en ella y también sean capaces de ofrecer esos preciosos beneficios a los que los ignoran. Por eso, felicitémonos de los diversos organismos que se proponen como objetivo difundir el conocimiento indispensable de las enseñanzas de la Iglesia.
Finalmente, quisiéramos aprovechar este Mensaje para hacer oír de nuevo a los católicos del mundo el llamamiento, lanzado repetidas veces por nuestros inmediatos Predecesores y por Nos mismo para que socorran fraternalmente, entre otros, a vuestra cristiandad y a vuestro país. Reafirmamos la urgencia y la importancia de las tareas que cumplir. Deseamos ardientemente que, entre los sacerdotes, las almas consagradas a Dios y los seglares de naciones más favorecidas desde el punto de vista religioso o económico, esta apremiante invitación haga desaparecer las últimas vacilaciones de unos y encuentre un nuevo eco en otros.
Recientemente lo decíais, venerable hermano, sirviendo a la Iglesia se sirve al propio país con toda el alma. Estamos seguros de que nuestros hijos se muestran excelentes patriotas. Invitarles a ser mejores cristianos es impulsarlos también a contarse entre los más útiles servidores de su país. Los católicos fieles a todas las exigencias de su fe, sólo pueden ser los ciudadanos más leales, más activos y más deseosos de colaborar generosamente con un Gobierno que busca el verdadero bien común de su nación.
En el momento en que la Costa de Marfil cumple el segundo año de su independencia, nuestro corazón paternal formula ante Dios el deseo de que la Iglesia sea siempre allí joven y conquistadora y que el Estado, con todos los recursos de su dinamismo interior, halle el puesto que le corresponde en el concierto de los pueblos de África y del mundo entero. Invocando, pues, una copiosa efusión de los divinos favores sobre la población de la Costa de Marfil y sobre las autoridades religiosas y civiles, os impartimos de todo corazón, venerable hermano, así como a los Pastores y fieles de la Costa de Marfil una copiosa y afectuosa Bendición Apostólica.
Del Vaticano, el 7 de agosto de 1961
IOANNES PP.XXIII
* AAS LIII (1961) 568- 570. Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 843-846.
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