RADIOMENSAJE DEL PAPA JUAN XXIII
AL PUEBLO ARGELINO*
Jueves 5 de julio de 1962
El Señor escucha la oración de aquel que se dirige a El con humilde confianza. Nos tenemos esta experiencia confirmada en numerosas circunstancias a lo largo de las diversas etapas de nuestra vida. Cada mañana, al presentar a Dios las necesidades de toda la familia humana, unimos en la oración a todos los pueblos de la tierra en torno al altar y encomendamos a la Divina Providencia a los pequeños y a los grandes, a los hijos que están en la casa del Padre y a los que viven alejados de ella.
Cada día trae consigo su saco de acontecimientos felices y de acontecimientos dolorosos. Así no cesamos de temer por los países donde la paz es inestable, por aquellos donde la misma falta por completa, y por los demás, en fin, donde un cierto orden ha sido establecido, reportando quizá algún bienestar económico, pero sin saciar las exigencias espirituales —digamos mejor: los derechos y deberes— de la persona humana.
Tales son las tareas del Papa en el ejercicio de su ministerio universal: orar, ante todo orar, e inmediatamente enseñar, advertir, alentar.
A imitación del Divino Maestro, acontece que los ojos se llenan de lágrimas a la vista de ciudades, pueblos y naciones que están desgarrados por discordias intestinas, oponiéndose entre sí diversas comunidades étnicas, o que no gozan todavía del ejercicio de sus derechos y de la paz serena en el concierto de las naciones.
¡Oh cuánto hemos sufrido en estos últimos años, y particularmente en el decurso de estos últimos meses, por la queridísima Argelia! Los recientes acontecimientos invitan a concebir pensamientos de confianza, al mismo tiempo que los votos más cordiales acompañan a estas gentes en las tareas importantes que implica el estudio de la carta constitucional en el momento en que resuena en el mundo la voz de su joven libertad y en el que entablan relaciones normales y fructuosas con los diferentes pueblos de la tierra. Por nuestra parte, Nos continuaremos orando a fin de que prevalezcan en todo la sabiduría valerosa, la prudencia moderadora, la justicia, y la equidad. Que Dios Todopoderoso se digne edificar la casa y alejar de ella las tempestades. Que El esclarezca el alma de los gobernantes y dirija la buena voluntad de todos para que triunfen pacíficamente los principios indestructibles de la ley eterna, que Dios ha grabado en el corazón de todos los hombres.
De esta manera la Divina Providencia asegura a todos el pan, el trabajo, la tranquilidad de los hogares y la seguridad de las personas, lo mismo que el ejercicio de las actividades con las que se edifica la verdadera prosperidad social.
Estos pensamientos y estos deseos de nuestro corazón inspiran la gran bendición que en prenda de los dones celestiales invocamos ampliamente sobre la población argelina, que nos es tan querida.
* AAS 54 (1962) 524. Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 422-423.
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