RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
POR LA PAZ Y LA FRATERNIDAD ENTRE LOS HOMBRES*
Jueves 25 de octubre de 1962
«Oh, Señor, que esté atento tu oído a la plegaria de tu siervo y a la de los siervos tuyos que desean venerar tu nombre» (Ne 1, 11).
Esta antigua plegaria bíblica aflora hoy a nuestros labios temblorosos, desde el fondo del corazón ansioso y afligido.
Apenas, abierto el Concilio Ecuménico Vaticano II, en medio de la alegría y la esperanza de todos los hombres de buena voluntad, he aquí que nubes amenazadoras comienzan a ensombrecer el horizonte internacional y a sembrar el pánico entre millones de familias.
La Iglesia —lo decíamos hace poco, al recibir a las ochenta y seis misiones extraordinarias que presenciaron la apertura del Concilio—, la Iglesia nada ama tanto como la paz y la fraternidad entre los hombres y, por ello, trabaja incansablemente en su consecución. A tal propósito, recordábamos los graves deberes de quienes ostentan la responsabilidad del poder. Y añadimos: "Que ellos, con la mano en el pecho, escuchen el grito angustioso que, desde todos los puntos de la Tierra, niños inocentes y ancianos, individuos y comunidades, elevan al Cielo: ¡Paz, paz!
Nos renovamos hoy esta solemne apelación. Nos suplicamos a todos los gobernantes que no permanezcan sordos a este grito de la Humanidad. Que hagan cuanto esté de su parte para salvar la paz; así evitarán al mundo los horrores de la guerra, cuyas terribles consecuencias nadie puede prever.
Que ellos continúen tratando, ya que tal actitud leal y abierta tiene un gran valor como testimonio para la conciencia de cada uno y también ante la Historia. Promover, favorecer y aceptar negociaciones a todos los niveles y en cualquier tiempo es una medida de sabiduría y de prudencia que atrae las bendiciones del Cielo y de la Tierra.
Que todos nuestros hijos, que todos aquellos que llevan sobre sí el sello del Bautismo y se nutren con la esperanza cristiana; que todos cuantos, en fin, nos están unidos por la fe en Dios asocien sus plegarias a la nuestra para obtener del Cielo el don de la paz: de una paz que no será verdadera ni durable si no está basada en la justicia y en la equidad. Y que a todos los artífices de esta paz, a todos los que con un corazón sincero se esfuercen por el verdadero bien de la Humanidad vaya la amplia bendición que, con amor, les concedemos en nombre de aquel que quiso ser llamado "Príncipe de la Paz".
* AAS 54 (1962) 861; Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 614-615.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana