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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LA SESIÓN ESPECIAL DE LA FAO*

Jueves 14 de marzo de 1962

 

Con la preocupación de ser fiel a la doctrina de Cristo – y siguiendo en esto la más pura tradición de la Iglesia – Nos tuvimos la satisfacción de alentar, cuando se inauguró en 1960 la Campaña contra el hambre, tan loablemente promovida por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

En el momento en que está a punto de abrirse, en el cuadro de esta vasta campaña, la Semana Mundial contra el hambre, y ante la proximidad del Congreso Mundial de la Alimentación, Nos deseamos decir cuán oportunas Nos consideramos estas nuevas iniciativas y cuánto Nos deseamos que se vean beneficiadas por la colaboración universal.

Se trata de conseguir la utilización de energías humanas en grandísima escala. Conforme a la idea de sus autores, esta noble empresa no tiene como finalidad únicamente –lo que seria ya de por sí meritorio y digno de respeto– aportar un alivio momentáneo a las insuficiencias de los pueblos en fase de desarrollo. Aspira sobre todo a provocar un esfuerzo unánime, por parte de todos los que se encuentran en condiciones de hacerlo, para enseñar al hombre el pleno uso de los dones sobreabundantes que el Creador ha puesto al servicio de la humanidad.

¡Cuántas expresiones admirables, en la Santa Escritura, ante las maravillas de la creación, ante la bondad de Dios, que ha entregado al hombre el dominio soberano, «coronándolo de gloria y de esplendor y estableciéndolo sobre la obra de sus propias manos»! (Sal. 8, 6).

Este imperio del hombre sobre la naturaleza, evocado por el inspirado autor, se revela cada día más amplio. Los modernos medios de investigación hacen entrever los tesoros todavía casi inexplorados que ocultan las entrañas de la tierra y las profundidades de los océanos. Al hombre le toca poner en juego los dones de inteligencia y de voluntad que ha recibido para dedicarse a valorizar esas riquezas inmensas.

Pero por otra parte existe ya desde ahora el deber de la sociedad, con los recursos con que cuenta, de dar una ayuda concreta a aquellos de sus miembros que carecen de lo mínimo necesario para el desarrollo normal de su personalidad. La advertencia de San Pablo a los Gálatas es siempre de actualidad: «Ayudaos los unos a los otros a llevar el peso y de este modo cumpliréis con la ley de Cristo» (Gal. 6, 2).

Dado el prodigioso crecimiento de las facilidades de transporte y de desplazamiento en el mundo moderno, ya no puede decirse que el hambre y la desnutrición que reinan en algunas regiones del globo se deban únicamente a insuficiencia de los recursos naturales actualmente disponibles, ya que éstos sobreabundan en otras regiones. Lo que falta es el esfuerzo coordenado de la inteligencia y de la voluntad organizadoras, capaz de asegurar su justa distribución. Por otra parte, en los pueblos en fase de desarrollo, falta la suficiente valorización de sus propios recursos.

¡Ojalá que esta Semana mundial para la lucha contra el hambre –y pronto el Congreso Mundial de la Alimentación, de Washington– pueda ser un llamamiento y un estímulo para todos los hombres de buena voluntad! Que se ingenien en acelerar los programas de desarrollo agrícola, en apresurar –conforme a las conclusiones de la reciente Conferencia de Ginebra– la aplicación de la ciencia y de la técnica en favor de las regiones menos desarrolladas. Que se entreguen, en una palabra, a promover en todas partes un mejor uso y una mejor distribución de los recursos humanos y materiales. Al hacerlo así pueden estar seguros de merecer el elogio y el agradecimiento de todos los hombres de bien, así como la abundancia de las bendiciones divinas. Nos las invocamos de todo corazón, por Nuestra parte, sobre los organizadores de estas meritorias iniciativas y sobre todos los que –personas e instituciones– en ellas tomen parte o de ellas se beneficien.


*ORe (Buenos Aires), año XIII, n°553, p.2.



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