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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LOS DELEGADOS DE LA ASAMBLEA PARLAMENTARIA EUROPEA
Y DE LOS PAÍSES DE ULTRAMAR ASOCIADOS
A LA COMUNIDAD ECONÓMICA
*

Sala del Consistorio
Jueves 26 de enero de 1961

 

Señores:

Vuestra presencia aquí esta mañana nos es muy agradable. Vuestro mismo título de delegados de la Asamblea parlamentaria europea y de los países de ultramar asociados a la Comunidad económica europea indica suficientemente la importancia de la Conferencia que celebráis. Por eso, nos sentimos dichosos de desearos la bienvenida y de deciros en esta ocasión cuánto se interesa el Padre Común por vuestros trabajos y desea que vuestra reunión romana sea una etapa serena hacia una colaboración más estrecha entre las naciones europeas y los pueblos africanos y malgache.

Sin duda alguna, los diferentes países que representáis se distinguen por su profunda diversidad étnica, sicológica, política y social. Y es muy desigual el desarrollo económico de vuestras distintas patrias. Pero ¿cómo no saludar con una gran esperanza la reunión de tantas distinguidas personalidades reunidas para buscar y establecer en cada una de sus naciones formas de asistencia y de colaboración recíprocas?

Este encuentro amistoso, al facilitar un provechoso intercambio de ideas, mejor conocimiento de las instituciones, un análisis más a fondo de los hechos y un conocimiento exacto de las necesidades, echa los fundamentos para una cooperación económica mayor. Al procurar a las naciones en vías de desarrollo una ayuda apreciable, los países más favorecidos tomarán parte en la elevación del nivel de vida, contribuirán al desarrollo humano y establecerán una fraternidad más efectiva en la comunidad de los pueblos.

Así respondéis —y queremos subrayarlo— a la invitación apremiante, que hacíamos estos últimos días durante el reciente Consistorio: «Queremos esperar —y lo pedimos al Señor en la oración— que, después de satisfacer las legítimas aspiraciones de los pueblos a la libertad e independencia, los más ricos ayuden los más pobres, los más fuertes apoyen a los más débiles, los más avanzados tiendan la mano a los menos desarrollados, y todos se sentirán, en definitiva, más hermanados, porque todos son hijos del mismo Padre amantísimo que está en los cielos».

La tarea que tenéis que cumplir, señores, es inmensa, sin duda, y su realización exigirá cualidades eminentes en todos los que se esfuercen en contribuir a su realización. Pero, en todo caso, será vuestro el honor de haberla emprendido con dinamismo y entusiasmo, empleando todos los recursos de vuestra inteligencia y buena voluntad. Os acompañan nuestros votos y oraciones —nos complacemos en decíroslo— este noble empeño.

Y queremos repetiros, al terminar esta charla familiar, los estímulos que dábamos hace poco a los participantes en la Conferencia general de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura: «Los que promueven la práctica de la beneficencia entre las naciones, la ayuda: mutua en el plano económico, con un espíritu de desinterés y de benevolencia amistosa, ¿no son acaso también los que trazan el camino más seguro para la unión y la paz entre los hombres? ¡Ojalá, señores, continuando vuestras excelentes actividades, trabajéis también por la paz del mundo!» (AAS., vol. LI, 1959, pág. 867).

Estos son los votos que formulamos de todo corazón por vuestra labor, señores. Y en prenda de nuestra benevolencia paternal, invocamos de corazón sobre vuestras personas y actividades la abundancia de las divinas gracias y os impartimos una especial Bendición Apostólica.


* AAS 53 (1961) 104-105.

Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 139-141.

 



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