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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LOS PARTICIPANTES EN EL I CONGRESO NACIONAL ITALIANO
DE LAS VOCACIONES ECLESIÁSTICAS
*

Viernes 21 de abril de 1961

 

Venerables hermanos y queridos hijos:

Grande es la alegría que sentimos en recibiros al terminar los trabajos del primer Congreso Nacional Italiano de las Vocaciones Eclesiásticas.

Cuando se ultimaba el proyecto de este encuentro, nos habló de él con ,entusiasmo juvenil y fervor sacerdotal el venerable y carísimo Cardenal José Pizzardo, que se ha consagrado totalmente con sus valiosos colaboradores de la Congregación de Seminarios y Universidades a la santa causa de las vocaciones, de la sólida formación de los futuros sacerdotes, así como de la presencia de la Iglesia en todos los sectores de las ciencias sagradas y profanas y de las letras.

La oportuna iniciativa ha visto reunida por primera vez en Roma en la "Domus Mariae" —advocación y augurio de alegría y gracia celestial— a una escogida asamblea de venerables Obispos y distinguidos eclesiásticos de todas las regiones: para estudiar los problemas relativos a "la selección y formación de las vocaciones eclesiásticas en la actividad pastoral de hoy". La reunión ha sido, en realidad, una nueva prueba de las solicitudes con que la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades considera y afronta un problema de importancia capital para el futuro religioso de las diócesis italianas. Nos congratulamos vivamente con usted, señor Cardenal, del mismo modo que nos alegramos con los obispos informantes, que han prestado tan valiosa contribución de doctrina y experiencia, y con todos los que han acudido a un encuentro de tan alto significado y valor.

El tema escogido ha subrayado la insustituible actividad del clero en la preparación y formación de las vocaciones, con el fin de animar cada vez más a los sacerdotes a dar a semejante problema un lugar preeminente en el ejercicio del ministerio pastoral, . '

El punto capital está precisamente en esto: la vida de los sacerdotes santos lo demuestra con toda eficacia y la experiencia de cada uno de vosotros puede probarlo con evidencia. También el Papa que os habla conserva en este punto uno de sus más queridos y conmovedores recuerdos.

El recuerdo del día de su primera comunión, cuando, terminada la ceremonia, su venerable párroco, que todos los muchachos tenían por santo, le eligió para el honor de escribir en presencia de cada uno la incorporación al Apostolado de la Oración, primer compromiso de honor para dirigir una inocencia bendita y dichosa.

De este modo, la familiaridad respetuosa y piadosa del niño atraído amablemente por la persona y los ejemplos, terminó en una vocación sacerdotal tan espontánea y tranquila que no le hizo dudar jamás de que no fue llamado a la vida para otro fin. ¡Oh, qué gran eficacia la de los ejemplos admirados en la infancia como instrumento de la Providencia para hacer brillar a los ojos del niño el gran ideal del sacerdocio, el modo de orar, de enseñar, de hablar, de vivir; amabilidad y prudencia digna y serena; así es siempre el ejemplo de un sacerdote verdaderamente dado a Dios y a las almas!

La experiencia de toda vocación confirma la importancia del ministerio pastoral para la formación de los jóvenes llamados al sacerdocio y recuerda a todo sacerdote con cura de almas su responsabilidad y deberes en un terreno tan delicado y prometedor. Por lo cual queremos confiaros algunas consideraciones que sean como la confirmación de las conclusiones y propósitos de este Congreso.

I. Estima de la dignidad sacerdotal

Ante todo, el respeto y estima por la gran dignidad sacerdotal.

El sacerdote con cura de almas debe proponerse crear en las conciencias de los fieles, especialmente de los más sensibles y generosos, un concepto muy elevado de la dignidad y misión sacerdotales.

La prevalencia de los factores técnicos y científicos en la orientación de la civilización moderna y los caprichosos cambios de cierto espíritu mundano, alimentado por una prensa y espectáculo a menudo vacíos y superficiales, si no abiertamente deletéreos y corruptores, oscurecen, tal vez, en muchas almas la sugestiva belleza de un ideal superior que servir en los años más prometedores para una vida de apostolado y generosidad,

Corresponde principalmente al sacerdote, que está en contacto con la parte sana y manifiesta de la grey cristiana, hacer vislumbrar ante los ojos de sus fieles, especialmente de los adolescentes y jóvenes, la sublime belleza del estado sacerdotal, superior a toda otra misión, aun noble y ardua. Pues, como subraya nuestro predecesor Pío XII, de venerable memoria, en la Encíclica Mediator Dei, "el sacramento del Orden distingue a los sacerdotes de todos los otros cristianos no consagrados, pues sólo ellos por vocación sobrenatural fueron introducidos en el augusto ministerio que los destina al altar sagrado y los constituye divinos instrumentos mediante los cuales se comunica la vida divina y sobrenatural al Cuerpo Místico de Jesucristo. Sólo ellos están marcados con el carácter indeleble que los configura con Cristo sacerdote" (AAS 39 [1947], p. 539). ¡Oh, qué resplandor irradia de la figura del humilde sacerdote, ministro de salvación y de gracia, dador del divino perdón, divinamente absorto en la misma misión de Jesús, hasta prestarle su voz, sus manos y sus gestos!

Más que lamentarse de la escasez e insuficiencia de vocaciones en tantas partes del mundo conviene mostrar a los jóvenes la inmensidad del campo que espera a los obreros de la mies, la hermosura del ideal sacerdotal, para que surjan entre las familias cristianas muchas vocaciones al sacerdocio.

II. Lugar del Seminario

El lugar del Seminario en la formación de las vocaciones eclesiásticas nos lleva a los estudios predilectos de nuestra juventud sacerdotal, que incluso en medio de las graves ocupaciones de aquellos años fecundos, nos impulsaron a profundizar un tanto en el conocimiento de la principal preocupación del Concilio de Trento con relación a la cura de almas, es decir, de los seminarios diocesanos, que fueron la feliz realización del proyecto de florecimiento de vida católica. Hicimos un estudio cuyo título era: "Los comienzos del seminario de Bérgamo y San Carlos Borromeo", respecto a la aplicación —como es natural— de los decretos conciliares en el ámbito de nuestra diócesis de origen.

En aquel trabajo pusimos todo nuestro cariño por el Seminario, el cual puede verdaderamente definirse como el jardín de la diócesis, en el cual se desarrollan y maduran las energías juveniles de mañana, los recursos del trabajo pastoral, las promesas de una perpetua juventud de vida sacramental y espiritual en la santa Iglesia.

Nos consuela saber que este Congreso ha sido preparado con un año de trabajo en las diecinueve regiones conciliares italianas, mediante oportunas reuniones de los rectores de seminarios y directores diocesanos de las Obras de Vocaciones Eclesiásticas. Las conclusiones de esos encuentros demuestran el empeños con que los seminarios de Italia procuran hacerse cada vez más aptos para el desenvolvimiento de su delicada y única misión.

¡Animo, queridos hijos! Seguid sin descanso en la obra santa que os ha sido confiada. El joven que entra en el seminario con buenas disposiciones y pureza de intención es un depósito sagrado que secundar con toda solicitud. El encuentra en su seminario el ambiente más adecuado para formarse en las virtudes humanas y cristianas, para templarse contra las futuras dificultades y contradicciones, para prepararse al sacrificio; halla a superiores solícitos y ejemplares, paternales y comprensivos, severos, si es necesario, equilibrados, justos, pacientes; halla maestros de sabiduría celestial, antes que de erudición humana, que forman su mente y corazón y lo hacen sensible a las necesidades de las almas más que a las vanas curiosidades de una ciencia, fin en sí misma; es formado especialmente en los años decisivos en la escuela de la caridad y del apostolado, como manifestamos en un artículo del primer Sínodo Romano: «Extremis praesertim studiorum annis doctrina et usus alumnis explanetur de catechismo tradendo, de sacris orationibus habendis, de Poenitentiae sacramento ministrando atque directione animarum... de aegrotis ac pauperibus invisendis, deque moribundis iuvandis» (478, §3). Y de nuevo: «Qui sacrorum alumnos ad sacerdotium instituunt, ad id in primis operam conferant, ut eorum iuvenum animi moresque ad pietatem cum primis probe conformentur; quoniam si secus acciderit, vel exquisitissima doctrina, ob superbiam et arrogantiam quae facile descenderet in animos, maximas edere poterit ruinas» (479).

El joven seminarista está, además, apoyado y defendido en su perseverancia por la vigilancia paternal de los párrocos y por el ejemplo del clero joven y se le ayuda en sus dificultades económicas. Nos complacemos en pensar que en este punto los sacerdotes de hoy sabrán emular a sus compañeros del pasado, dando ejemplo edificante y empuje a los miembros de la Obra de Vocaciones y a los seglares siempre sensibles y generosos.

¡Oh, cuánto se puede y se debe hacer para que el don de Dios, como es la vocación escogida oportunamente, ayudada y rodeada de cuidados, pueda alcanzar su pleno florecimiento en el sacerdocio santo y santificador! Esto es, pues, todo lo que nos sugiere la obra de los seminarios en la elección y formación de las vocaciones eclesiásticas.

III. Angustioso problema vocacional.

Un tercer pensamiento nos lo ofrecen, por último, los datos estadísticos que tenemos siempre en la memoria y ante la vista. Sin duda, las consideraciones que brotan del número de sacerdotes, aunque insuficientes para las necesidades de una población en continuo aumento y de un ministerio pastoral tan complejo, justifican la angustia de los Pastores. La triste palabra de Jesús, que atraviesa los siglos, sigue siendo verdadera y amonestadora: "La mies es mucha, pero los obreros son pocos" (Luc. 10,2). Con todo, el número de los nuevos sacerdotes y especialmente de los alumnos de los seminarios menores hacen presagiar un florecimiento más esperanzador de seminarios mayores en los próximos años. ¡Qué consolador es esto!

Pero un sacerdote no se improvisa, una vocación no surge espontáneamente; es necesario, por tanto, trabajar, todos concordes y con buena voluntad; primero los sacerdotes y luego los buenos seglares, los padres, cada cual según sus propias posibilidades, pero sin vacilaciones ni temores.

El trabajo del espigador no es complicado. Sencillamente, requiere un corazón abierto y dispuesto, intuición y discreción, celo sincero y amor de Dios. Basta con seguir por el surco, que es tanto como decir la huella de la Providencia; descubrir un indicio, respetar un secreto, alentar una idea escogiendo el momento justo para dirigir, aconsejar, conducir con mano suave y firme en los momentos de crisis y tentación.

Pero sobre todo orar y hacer que oren siguiendo la persuasiva invitación de Jesús; "Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe operarios a su campo" (Luc. 10,2) .

Queremos que nuestras palabras terminen precisamente con una súplica ardiente y confiada al Padre celestial, "ex quo omnis paternitas in caelis et in terra nominatur" (Eph. 3,5), para que envíe sacerdotes numerosos y santos; acudimos a la Madre de Jesús y nuestra, que estuvo junto a los Apóstoles en el Cenáculo con su presencia orante y silenciosa; a los santos Apóstoles, los primeros doce, y a todos los otros que los siguieron, para que sigan derramando los tesoros de su ejemplo e intercesión valiosísima.

Mas también queremos hacer extensiva nuestra súplica a nuestro queridísimo clero, con el fin de que resplandezca con aquellas virtudes que atraen a las almas juveniles y son ardor y estímulo para los jóvenes, provocando así un continuo florecimiento de vocaciones que son el honor y salvación de nuestro pueblo cristiano.

Asimismo nos dirigimos a las familias fieles y generosas para que consideren como el más alto honor que pueda corresponderles en la tierra el poder ofrecer al Señor un sacerdote, que será su corona de gloria y consuelo en la vida. y en la muerte y especialmente en el Paraíso. Sepamos conservar en su seno una atmósfera serena y alegre, laboriosa y pura, en la que las tempestades amenazadoras se alejen como un lejano eco; tengamos la fortaleza de efectuar la separación cuando lo exija el Señor. Sean preciosa reserva de corazones ardientes, dispuestos a responder a la suprema llamada para trabajar por el Reino de Dios.

Venerables hermanos y queridos hijos: ¿Acaso no queréis permitir al Papa que os confíe una pena que lleva siempre en su corazón? Es natural que Nos nos ocupemos y preocupemos por la formación y número conveniente de los futuros sacerdotes para las diócesis de Italia y Europa, pero los ojos angustiados tratan de mirar a todas las naciones del mundo y especialmente a Hispanoamérica, en donde los inmensos territorios. el rápido incremento de la población, la coordinación política y económica han contribuido, entre otras causas, a retrasar, a dificultar la solución del grave problema de las vocaciones y de los aspectos particulares de la acción pastoral según las crecientes exigencias de los tiempos.

Nos queremos mirar al futuro con la confianza anima a la Pontificia Comisión para Hispanoamérica, que ha sabido precisar la situación y sugerir oportunos remedios.

La conciencia del Papa está preocupada en este punto.

Permitidnos que hagamos votos por que las diócesis de Italia no sólo provean pronta y generosamente a sus necesidades, sino para que también estén en condiciones —especialmente las del Norte— de ofrecer a la Iglesia las preciosas energías de sus hijos, invitados a dirigirse con amor hacia los inmensos campos de las diócesis, doblemente hermanas, de Hispanoamérica.

Señor Cardenal Prefecto de la Congregación de Seminarios; cobremos alientos y consuelo de esta cooperación pronta, elevada y generosa de los Dicasterios Romanos, que sienten, viven y difunden con toda amplitud el mandato del Señor Jesús, que siempre está apresurando sus pasos hacia otras ciudades y pueblos que esperan su palabra.

¡Venerables hermanos y queridos hijos! Estas son nuestras solicitudes y nuestros votos paternales. Haceos intérpretes de ellos en el trabajo que realizáis al servicio de un ideal tan alto y valioso. Y para que vuestras actividades produzcan los más copiosos y consoladores frutos, nos complacemos en secundarlos con nuestra Bendición Apostólica, que de corazón impartimos sobre vosotros, sobre vuestros seminaristas, sobre vuestros colaboradores en la Obra de las Vocaciones Eclesiásticas y sobre todos los que se preocupan por esta misión de incomparable mérito ante Dios y la Iglesia.

 


* AAS 53 (1961) 308-314;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 219-226.

 

 



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