DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LOS DELEGADOS DEL MUNICIPIO DE PARIS*
Martes 23 de mayo de 1961
Señor presidente, señores:
Es para Nos una alegría muy grande concederos la audiencia que nos habéis pedido con un anhelo filial que nos ha conmovido sobremanera.
Recibir aquí, en el Vaticano, al Municipio de París es, sin duda, renovar —con la emoción que podéis suponer— los recuerdos inolvidables que están vinculados para Nos a nuestra estancia en vuestra capital. ¡Qué intensa vida intelectual, cultural y espiritual! ¡Qué efervescencia de proyectos, realizaciones, empresas de todas clases que, en gran parte, tenían en el Ayuntamiento de París su origen y recibían de vuestra ilustre Asamblea su empuje inicial!
Y ¿qué decir de la deferencia, cordialidad y delicadeza de que estaban penetradas las relaciones de los miembros del Consejo Municipal de París con el humilde representante de la Santa Sede? Jamás olvidaremos las delicadas atenciones con que nos honró vuestro Consejo en tantas circunstancias, durante esos años de nuestra Nunciatura.
Desde que la Providencia nos llamó a un nuevo y más amplio apostolado, podemos decir que Francia está diariamente presente en nuestro espíritu y corazón, y cuando hablamos de Francia, es a París adonde se dirige con toda naturalidad y ante todo nuestro pensamiento. ¡Cuántos paisanos vuestros han llegado hasta Nos en estos treinta meses de Pontificado! Y ¡qué alegría siempre renovada de reconocer, al recibirlos, a uno u otro con quienes manteníamos en París relaciones penetradas de una amistad tan cordial y respetuosa!
La vida de vuestra capital conoce pruebas que tienen sus repercusiones en el mundo. No hace falta deciros que hemos seguido de cerca —y con qué ansiedad— los recientes acontecimientos que han motivado por todas partes tan graves preocupaciones. Pero nos parecía oír una voz que desde el fondo de nuestros recuerdos nos repetía al oído con insistencia: Fluctuat nec mergitur. Y una vez más el lema tan sugestivo de vuestra hermosa ciudad se ha cumplido en los hechos.
Permitidnos, señores, que formulemos para el futuro un presagio esperanzador y reconfortante: ¡Que Dios asista siempre al esquife que simboliza de modo tan elocuente el destino de la capital de Francia y de la cual una bella reproducción en bronce, gracias a vosotros, vendrá a adornar en Roma la calle que lleva el nombre de París. La antigua "carabela" será, sin duda, azotada todavía por las tempestades. ¡Qué nunca sea anegada! ¡Que se lance con un vigor cada vez mayor hacia nuevas conquistas dignas de glorioso pasado! Y ¡que Dios derrame sobre todos vosotros, sobre vuestros trabajos, vuestras familias y vuestra querida, grande y noble ciudad, la abundancia de sus divinas bendiciones!
* AAS 53 (1961) 363-364; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 309-310.
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