DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A LA SEGUNDA SESIÓN PLENARIA DE LA COMISIÓN CENTRAL
PARA LA PREPARACIÓN DEL CONCILIO ECUMÉNICO*
Martes 7 de noviembre de 1961
Venerables hermanos y amados hijos:
Después de la solemne celebración llevada a cabo en la patriarcal basílica vaticana, donde los pueblos de distintas lenguas y razas, honrando extraordinariamente al Sumo Pontífice, han sido atraídos al amor de Jesucristo, tenemos ocasión de presidir la segunda sesión plenaria de la Comisión Central para la preparación del Concilio Ecuménico.
Con el auxilio divino, pues, hemos de mirar los ejemplares de los decretos que han publicado las Comisiones y Secretariados. Tenemos por cierto que han de venir frutos exuberantes y muy útiles para la vida de la Iglesia si avanzamos animosamente en la obra que hasta aquí nos ha traído preocupados.
La misma esperanza de las tareas que habéis de realizar en los próximos días infunde confianza fundada, ya que está destinada a la realización final y próspera por parte de las Comisiones y Secretariados para el Concilio de los trabajos a los que afanosamente se dedicaron. Algunos ejemplares ya han sido editados, otros lo serán en breve. Convendrá, pues, reunir estas sesiones con más frecuencia, así como hicimos en el mes de junio de este año, ya que así podéis manifestar y compartir con los demás vuestra opinión. Vuestro cargo, de gran prudencia, debe considerar todas las cosas que se van a realizar y a examinar los ejemplares editados ya, cuya mayor parte se propondrá a las reuniones del Concilio Ecuménico. En verdad, con razón esperamos que este trabajo laborioso ha de acabar próspera y felizmente, pues vosotros, venerables hermanos y amados hijos, sois ministros de la Iglesia, varones eclesiásticos, bien conocedores de las cosas que exigen nuestros tiempos.
Sabemos, además, que se trabaja ardientemente en preparar al detalle todos y cada uno de los asuntos, pues mientras los principales miembros de la reunión examinarán juntamente los ejemplares editados, los Consejos auxiliares prepararán las normas que se han de observar, ordenarán adecuadamente las materias, juzgarán las cosas que, según los ejemplares discutidos, se ha acordado enmendar, analizarán las cuestiones relativas a la técnica y al orden y asimismo las terminarán, todo lo cual pertenece a la convocación, principio y realización del Concilio.
Pero además de estas razones, gracias a las cuales confiadamente esperamos y que se basan en vuestra excelente labor y preclaras dotes de inteligencia y espíritu, hay otras, y más universales, que atañen a espacios de la Iglesia mucho más extensos respecto al mundo entero. Estas, en verdad, nos hacen concebir una esperanza todavía mayor. A saber: los espíritus de los obispos, de los sacerdotes y de los laicos que les ayudan en sus trabajos y preocupaciones; estos mismos os asisten con sus oraciones y con gran abundancia de exhortaciones y consejos.
Diremos todavía más, a saber: que los hermanos separados de la unidad de la Iglesia y muchos de los que no conocen a Cristo, y, sin embargo, brilla en su conciencia la luz de la revelación natural, vuelven sus mentes hacia el Concilio. El que se preocupen y al mismo tiempo esperen con ansiedad llenos de respeto, nos alegra, como se deben alegrar todos los que se tienen por católicos.
No faltan, en verdad, quienes murmurando tímidamente preguntan si amenazan graves males al mundo. En lo que a esto se refiere, ya hemos manifestado nuestra opinión el día 10 de septiembre de este año en la alocución radiofónica a todo el mundo. Con el deseo de defender el bien excelente de una verdadera y fecunda paz, mandamos se elevaran preces para conservarla. Rogamos a los que están al frente de las naciones y pueblos que recapaciten en el gravísimo deber que pesa sobre ellos. Florezcan por fin la verdad y la justicia mediante las cuales se colocarán a buen seguro las libertades elementales y los inviolables derechos de todos los pueblos y de cada uno de los hombres.
Con estas mismas palabras os exhortamos hoy de nuevo y añadimos esto: que intentamos humilde pero firmemente contribuir a restablecer la confianza entre los hombres, a avivar la concordia, a extender el respeto a la persona humana que Cristo redimió y a establecer la paz ventajosa para todos los mortales.
Otra cosa, asimismo, hemos de notar, que nos infunde gozo: pues cuando los hombres parecen estar preocupados extraordinariamente por las cuestiones económicas y políticas, por los avances de las doctrinas naturales y técnicas, por el aumento de las artes liberales, por los pacíficos y tranquilos certámenes deportivos y, en general, por todos los aspectos tan variados de las costumbres civiles, puede sobrevenir el temor de que se desprecian los estudios morales y religiosos propiamente dichos y la vida exuberante de la que disfruta la Iglesia católica. Sin embargo, ya que la acción y los documentos eclesiásticos conmueven grandemente no sólo a los católicos de todo el mundo, sino también a los que están apartados de ellos, con razón se concluye que estos estudios no solamente no han disminuido, sino que, incluso, han aumentado, a medida que han crecido las preocupaciones y las dudas. Lo cual, gran motivo de gozo, se deja traslucir por la acogida que ha tenido nuestra encíclica Mater et Magistra, por la impresión manifestada a propósito de nuestra alocución radiofónica del día 10 de septiembre; se manifiesta, además, por la gran cantidad de hombres de todo el mundo que han participado tan gustosamente en el aniversario solemne de nuestro pontificado, cosa que nos ha impresionado. Finalmente, dado que los hombres esperan reverentes y confiados el Concilio Ecuménico, se puede fundadamente esperar que en esto manifiestan que aceptarán en el futuro, con espíritu sincero y afectuoso, los decretos del Concilio.
Todas estas cosas que nos infunden esperanza era útil que las manifestáramos al inaugurar una sesión de tanta importancia; todas estas cosas deben animaros a seguir vuestro trabajo con redoblados esfuerzos. Cumpla cada uno sus obligaciones, persuadido de que su trabajo contribuye en gran manera a restaurar el orden deseado por todas las naciones. Principalmente todas estas razones de esperanza deben movernos a pedir al Espíritu Paráclito, Dedo de la diestra del Padre, que guíe esta empresa de tanto peso y lleve adelante con sus dones de sabiduría y consejo el trabajo común. Vuestra diligencia recibe luz y estima según aquellas palabras del profeta Ezequiel, que ayer u hoy, propone el breviario romano: "He aquí que me fue enviada la mano en la que estaba arrollado el libro y lo abrió delante de mí; el libro estaba escrito por dentro y por fuera y en él aparecían las lamentaciones, el poema y los ayes" (Ez. 2, 9).
Este es, en verdad, ,l libro que se nos entrega para que lo desenvolvamos con la ayuda de Dios. En él están ocultas las lamentaciones, el vaticinio y los ayes que pueden aplicarse a los tiempos presentes y futuros. De las lamentaciones preferimos no hablar, y, por lo que a los ayes se refiere, bastante tiene cada uno con poner ante los ojos sus propios cuidados y preocupaciones. Volvamos a nuestra profecía, que estos días. se nos ofrece: "Graba en tu corazón y fija en tus oídos todas las palabras que yo te hablo" (Ez. 3, 10). Para todos vosotros invocamos la luz del mismo Espíritu divino, a fin de que recibáis amorosamente las palabras, venerables hermanos y amados hijos, en lo que se refiere a una obra que es para la utilidad de la Iglesia, para provecho de la sociedad moderna y que está muy unida con el progreso espiritual de las almas.
Prenda de los dones celestiales y augurio de fructífera labor sea la apostólica bendición que os damos con mucho amor en el Señor, confirmándoos en el común trabajo.
* AAS LIII (1961) 728-731; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. IV, págs. 37-41.
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