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ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
AL SACRO COLEGIO Y A LA PRELATURA ROMANA
CON OCASIÓN DE LAS FELICITACIONES NAVIDEÑAS
*

Domingo 24 de diciembre de 1961

 

Vuestras palabras, señor cardenal, amplias precisas y corteses, relativas a las dos manifestaciones más importantes de la Santa Sede en el decurso de 1961, la encíclica Mater et Magistra sobre las relaciones sociales y las etapas de la preparación del Concilio Vaticano II, durante el sucederse serio y festivo, a la vez, de las asambleas de estudio, tanto de las Comisiones particulares como de la Comisión Central, presididas estas últimas por Nos mismo, vuestras palabras —decimos— avivan en nuestro espíritu la impresión de estos días que son de cierta ansiedad por las noticias de nuevas agitaciones de carácter bélico y político que se reciben de acá y de allá; pero acompañadas también de motivos que mitigan la tristeza y permiten abrigar ciertas esperanzas y complacencias más que un exagerado temor.

La acogida entusiasta y mundial de que continúa siendo objeto el documento pontificio de 15 de mayo de 1961, en materia de acción y de apostolado social, confirma en tono elevado la afirmación de un hecho histórico: desde la Rerum Novarum del Papa León, hasta Nos, a lo largo de un periodo de setenta anos, se ha recorrido un gran camino. La aceptación de la enseñanza de la Iglesia en materia de relaciones entre capital y trabajo y cuestión obrera, el estudio sucesivo de múltiples nuevos aspectos de la actividad social para la resolución de los novísimos problemas que vinieron yuxtaponiéndose, han merecido bien el aplauso respetuoso de los hombres y de los sociólogos de las más diversas posiciones intelectuales y religiosas.

¿Qué decir, además, de esa penetración decidida, ágil y amplia del magisterio apostólico en torno a las exigencias de la justicia en relación con las estructuras de producción, de las obras de reequilibrio y de propulsión en las zonas en vías de desarrollo y de incremento económico y demográfico y para la restructuraciónn de las relaciones de la convivencia humana, según criterios universales, correspondientes a la naturaleza y a los diversos ámbitos del orden temporal, así como a los caracteres de la sociedad contemporánea y, por ella, referibles a todos?

Escuchando vuestras palabras, señor cardenal, tan de viva actualidad, el pensamiento se remontaba a los recuerdos de nuestra juventud, cuando oíamos hablar de divergencias y de fatigoso esfuerzo a juicio de algunos, por lo demás bien intencionados, pero envueltos en prejuicios y reacios a cambiar, frente a las decididas directrices preceptivas para los católicos emanadas del venerando Papa León. Tenía entonces once años,  más los ochenta de su lejano y modesto sucesor que hoy os habla, recordando episodios de aquellos tiempos a base del testimonio de personas que tuvieron en ellos parte viva y ardiente. Testimonio, por lo demás, confirmado en el primer volumen de la biografía (E. Soderini, Pontificato di Leone XIII, volumen I, pag. 445), más conocida del gran Pontifice que, al recibir en Navidad al Sacro Colegio y a la Prelatura Romana, el 23 de diciembre de 1901, demostró la exquisitez de su indulgencia hacia la turbada sensibilidad de algunos, llegando hasta suspender la lectura de la segunda parte de la alocución por él mismo muy bien elaborada y cuya continuación recomendaba a los presentes que vieran en "L'Osservatore Romano" en las primeras horas de la tarde (Leonis XIII Acta, XXI, 1901, pàg. 198).

Señor cardenal decano: Para vos el honor de la continuación de aquella lectura. A setenta años justos de distancia, Navidad 1901-Navidad 1961, vuestra; palabras están hoy en consonancia, como eco amplificado y solemne, con la misma doctrina que va desde la Rerum Novarum, del 15 de mayo de 1891, y la Graves de communi, del 18 de enero de 1901 (Leonis XIII Acta, XXI, 1901, pág. 3), hasta la Mater et Magistra, del 15 de mayo último, a través de sabios toques de los dos Pios, el XI y el XII, con ocasión del cuadragésimo y quincuagésimo aniversario del documento más antiguo y fundamental.

En la sucesión de los siglos ésta es una nueva prueba del perenne rejuvenecerse de la Santa Iglesia y, a la vez, título de aliento para todos, jóvenes y viejos, especialmente para quien es maestro en Israel, para hacerse familiar con la doctrina social de la "Mater et Magistra, igualmente luminosa para el conocimiento de los caminos del cielo y para dirigir los pasos con seguridad y con honor entre las asperezas del camino terreno.

A quien está habituado a leer las divinar escrituras del Antiguo Testamento —¡ah si todos lo estuviésemos un poco más!— es fácil y útil comprobar cómo en ellas se compaginan historia antigua y advertencias sapienciales sobre la vida de los individuos y de los pueblos que precedieron a Cristo.

Los libros del Nuevo Testamento, Evangelios y Hechos, Cartas Apostólicas y Apocalipsis, se despliegan, incluso con mayor amplitud, en la sucesión de los veinte siglos de historia y de vibrante modernidad, a través de la enseñanza que ininterrumpidamente desciende de esta Cátedra Apostólica, bajo las más variadas formas de sermones antiguos y recientes, de encíclicas de alto contenido doctrinal, de actos conciliares que son análisis o síntesis, siempre admirable, de los puntos más importantes de la enseñanza evangélica ad lumen et ad revelationem gentium.

En cuanto al Concilio Ecuménico, habéis dicho bien, señor cardenal decano, que el mundo demuestra, de muy diversas maneras, haber entendido bien y que comprenderá cada vez más la importancia del acontecimiento que, en el nombre del Señor, con humildad y fervor, Nos estamos preparando.

La primera aparición de los numerosos prelados y consultores congregados de todos los continentes en las asambleas preparatorias ha hecho popular, según vuestras hermosas expresiones, el carácter de universalidad de la Santa Iglesia y de las organizaciones que tienen en Roma su cabeza.

De estos ensayos de humana y cristiana comprensión obtenemos todos alientos para confiar y trabajar.

Nos place recordar el coloquio que, con ocasión del Sínodo Romano, tuvimos ante los congregados en el segundo día del mismo, 26 de enero de 1960.

A propósito de nuestra exhortación a todos los sacerdotes para su santificación, expresamos nuestro pensamiento en tres palabras: cabeza, corazón, lengua.

¿Recordáis el aplauso cerrado que brotó de la asamblea sagrada y enfervorizada de todos los eclesiásticos de Roma ante aquella sencilla expresión?

Pues bien, en esas tres palabras se contiene la advertencia y el augurio que queremos, también en la oración intima, formular por el Concilio Ecuménico. Que éste sea seguido y vivido por todos y por cada uno, y siempre, hasta el fin: cabeza, corazón, lengua.

Y puesto que los dos temas, la encíclica Mater et Magistra, que señala la completa actualidad de la enseñanza social de la Iglesia, y el próximo Concilio, son motivos de la serena paz, que, a pesar de todo, gozamos en esta Navidad, permitid que la celebración de la exhortación y del encuentro inesperado del antiguo y glorioso Pontífice con el humilde joven seminarista al que la Providencia predestinaba como su lejano y modesto sucesor, ponga fin a estas palabras con las mismas de exhortación con que el Papa León XIII saludaba a los presentes en aquel intercambio de augurios del Colegio Cardenalicio de la Prelatura Romana en aquel 23 de diciembre de 1901.

Así, pues, que aquella parte de la alocución que el venerable Pontífice no consideró oportuno pronunciar con su voz pueda resonar bajo las bóvedas del Palacio Apostólico y que vosotros sepáis gustarla, como voz de dos Papas sobre el mismo tema, a sesenta años de distancia, y quede como elocuente huella de la misma doctrina y del mismo fervor.

Es la activa presencia de los católicos en la vida y en la historia de las naciones, para el verdadero progreso de la humanidad, la que viene así reafirmada y proclamada.

Su éxito —según las palabras exactas del Papa León— «consiste en el espíritu de obediencia y en la concordia de los espíritus. Nos pedimos el concurso unánime y armónico de todas las buenas voluntades. Vengan los jóvenes y presten gustosos su enérgica y cálida laboriosidad propia de su edad; vengan los más maduros y aporten confiados, además de su probada fe, la ponderación y la medida, frutos de la experiencia. Uno y común es el objetivo; igual debe ser e igualmente sincero en unos y otros el celo. No desconfianzas, sino reciproca confianza; no censuras, sino comprensión cristiana; no sinsabores, sino caridad reciproca.

»El Divino Redentor, que en su primera aparición entre los hombres los consoló con una dulzura espiritual nueva, mediante el anuncio de la paz, dígnese ahora alegrar a la Iglesia con la perfecta concordia de todos sus hijos».

Estas son exactamente las palabras del Papa León en 1901, que hemos hecho nuestras. Con el mismo augurio de bendición del venerable anciano queremos concluir la gratísima reunión de hoy, venerables hermanos y queridos hijos. Helo aquí:

«Reciba el Sacro Colegio la expresión de nuestro grato animo y del paterno afecto, junto con la bendición apostólica que damos de todo corazón a todos sus miembros, al igual que a los obispos, a los prelados y a cuantos otros Nos rodean en este momento».

 


* AAS 54 (1962) 37-41;  Discorsi, messaggi, colloqui, vol. IV, págs. 114-118.

 

 



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