DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
AL CUERPO DIPLOMÁTICO*
Sala del Consistorio
Jueves 28 de diciembre de 1961
Excelencias y queridos señores:
Estamos vivamente emocionados con los votos que acaba de formular, en nombre de todos, vuestro digno intérprete, su excelencia el señor embajador de Irlanda. Os damos las gracias y Nos consideramos felices de encontraros en esta agradable circunstancia, tradicionalmente consagrada a una breve ojeada sobre el año transcurrido y al intercambio de augurios por el que viene.
El año que se acaba nos deja el recuerdo de episodios ricos de emoción: creación de nuevos cardenales, consagración de obispos pertenecientes a los cinco continentes, canonización de una humilde hija del pueblo, Santa María Bertila Boscardi; conmemoración del septuagésimo aniversario de la encíclica Rerum Novarum, acontecimientos todos a los que se asoció de cerca el Cuerpo Diplomático. Este también nos rodeaba en la dolorosa circunstancia de la muerte de nuestro queridísimo e inolvidable secretario de Estado, el cardenal Domingo Tardini. Y cuando se produjo la agravación de la situación internacional en septiembre último y ello nos sugirió dirigir al mundo una llamada en favor de la paz, vosotros, queridos señores, estabais también ocupando la primera fila de nuestros auditores y tuvimos el placer de leer en vuestros rostros las señales de vuestra emoción y de vuestro acuerdo.
Que Nos sea permitido recordar, en fin, con sentimiento de humilde reconocimiento y conservar como un querido recuerdo del año transcurrido el calor tan espontáneo y emotivo con el que, el pasado mes, tantas almas buenas han querido celebrar nuestro octogésimo aniversario. Allí también estabais, señores, entre cuantos compartieron más de cerca nuestro gozo y acciones de gracias, y ahora nos complacernos en repetiros cuán emotivo todo esto nos resulta.
Pero todo esto pertenece ya al pasado y es necesario que nos volvamos hacia el futuro.
La entrada de un año nuevo representa siempre una circunstancia cargada de gozo y de esperanza.
Ninguna mirada humana puede, ciertamente, penetrar el porvenir, que permanece, también para Nos, lleno de lo desconocido y misterioso. Pero cada uno se goza en revestirlo de los colores más prometedores.
Por nuestra parte, habituado a considerar en todas las cosas el aspecto positivo y alentador que las mismas pueden presentar, Nos regocijamos con este nuevo don de Dios y vamos, con el alma serena y confianza, hacia lo que la Divina Providencia nos tenga reservado de penas o de alegrías.
Hace algunos días —vosotros os recordáis— implorarnos conjuntamente, en el silencio de la noche de Navidad, el gran don de la paz. Dios quiera que este incomparable beneficio se afirme por todas las partes sobre la tierra a lo largo de 1962. Nosotros sabemos que es el deseo más querido de todas las naciones que vosotros aquí representáis. Será también el primero de entre los que formulemos para el bienestar de la gran familia humana.
La reunión del II Concilio Ecuménico del Vaticano contribuirá indirectamente, de ello tenemos la firme confianza, al desarrollo de una atmósfera de comprensión y de buen entendimiento. Con esta intención Nos escogimos, para promulgar la bula de Indicción, el día de Navidad, fiesta de la reconciliación y la paz entre los hombres y con Dios.
Vosotros habéis estado en mejores condiciones que otros, aquí, en Roma, para seguir los trabajos preparatorios que permiten juzgar como próxima la apertura de esta solemne asamblea. Ciertamente se tratará, ante todo, de un acontecimiento religioso, orientado hacia el bien de la Iglesia y de la cristiandad. Pero toda la humanidad —Nos formulamos el deseo en la bula de Indicción—experimentará de alguna manera el beneficio de esta grandiosa movilización de fuerzas espirituales, de la que hemos sido humilde instrumento. Espléndido espectáculo de unidad, de universalidad, de fraternidad, el Concilio será —Nos lo esperamos vivamente— un ejemplo y un llamamiento para los innumerables hombres de buena voluntad que están, por todas las partes del mundo, unidos a los valores morales y espirituales, y que desean sinceramente verlos afirmados siempre más, para el bien de la humanidad.
El 1 de enero de 1947, en París, interpretando los deseos del Cuerpo Diplomático, Nos evocamos el uso de la Roma antigua de ofrecer el primer día de año, a algunos personajes de calidad, una lámpara artística que llevaba, con la cifra del año nuevo, algunas palabras augurales. Presidir el gobierno de un gran país, dijimos entonces, es un poco sostener la lámpara: ver claro e indicar el buen camino.
Deseamos hoy repetir esta imagen sugestiva. Pero Nos place ir en espíritu a las claridades de la gruta de Belén para encender la lámpara de 1962 y entregárosla, excelencias y queridos señores, portadora del deseo cordial y gozoso que os rogamos transmitáis a vuestra vez a los gobiernos y a los pueblos que representáis: "Año nuevo, año venturoso, año pacifico".
* AAS 54 (1962) 44-46.
Discorsi, messaggi, colloqui, vol. IV, págs. 128-130.
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