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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS PARTICIPANTES EN EL I CONGRESO SOBRE «TURISMO Y PASTORAL»
PROMOVIDO POR LA SAGRADA CONGREGACIÓN DEL CONCILIO
 

 Martes 19 de febrero de 1963

 

Venerables hermanos y queridos hijos:

Es natural que nos llenemos de alegría cuando las circunstancias permiten un encuentro sacerdotal en esta casa de todos.

Aquí tenéis a vuestro lado al Papa al comenzar el primer Congreso, promovido por la Sagrada Congregación del Concilio, sobre “Turismo y pastoral”. Os saludamos como vosotros mismos gustáis llamaros: pastores de almas, no como a miembros de alguna asociación, como sacerdotes que ejercen el ministerio perenne en la Iglesia, que paso a paso se enriquece con nuevas experiencias y sugiere medidas oportunas, de forma que la Autoridad superior puede acoger gustosa propuestas y proyectos que reglamenten, en pro del bien común, los nuevos campos de trabajo.

Esto adquiere una luz particular dentro del marco del Concilio Ecuménico, cuya característica pastoral de modernización de las estructuras, por el bien de las almas, sigue siendo nuestra más viva preocupación, correspondida felizmente por los obispos de todo el mundo.

Queremos testimoniar la sensibilidad que han demostrado el cardenal prefecto de la Sagrada Congregación del Concilio y sus colaboradores del Centro para la Preservación de la Fe, al preparar este Congreso, laudablemente organizado por el Centro de Orientación Pastoral. Los venerables obispos aquí presentes y la alta dirección de la Acción Católica son los maestros y guías de estos días de estudios, al paso que los párrocos de las conocidas localidades son eficaces y gustosos colaboradores con relación al tema propuesto.

Quien dice “Turismo y pastoral” pone el acento sobre un problema urgente —y hasta ahora no estudiado bien, sistemáticamente— que se presenta a muchos sacerdotes en la cura de almas.

Deseamos, por tanto, expresar con sencillez nuestro parecer, bajando a algunas indicaciones prácticas, para que podáis continuar con fruto vuestros trabajos.

I. — Siempre y en todas partes pastores de almas

Juzgamos de utilidad el reclamar la atención sobre el significado de cada una de las palabras que definen vuestra calificada asamblea: pastores de almas en las localidades de veraneo, turísticas y termales.

a) Alto título de honor el de pastores de almas, pastores de un pequeño y místico rebaño, que en determinados meses del año tiende a aumentar, adquiriendo una fisonomía diversa a la habitual: acoge a personas ansiosas de luz y de calor, almas cuyo momento espera el Señor, el momento que Él ha fijado, el momento de su Gracia.

En la simple enunciación de la expresión: pastores de almas, va incluida una Suma de Teología dogmática, ascética y pastoral; toda una serie de generosos cometidos —ministerium, magisterium, regimen— con la riqueza de aplicaciones que las circunstancias sugieren al celo de todo buen sacerdote.

Prestando la atención debida a la constitución de la Iglesia en todas sus partes es evidente que esta nueva actividad pastoral, sin fiarse jamás a las improvisaciones y a las iniciativas puramente personales, está encuadrada dentro de las actividades parroquiales, de las cuales es responsable el párroco, y cuyas líneas vienen marcadas por el obispo de la diócesis o, en ocasiones también, por la Conferencia Episcopal de la región.

Esto asegura regularidad, disciplina y coordinación para conseguir resultados eficaces y duraderos.

b) Los términos que especifican la orientación de vuestro servicio hablan de localidades veraniegas, turísticas y termales. Dos de ellas, la tercera y la primera, evidencian la categoría de personas directamente interesadas por aquellos lugares: los enfermos y los jóvenes en la edad del desarrollo, por lo común necesitados de cuidados especiales.

Estos dan un aspecto característico a muchísimas localidades, privilegiadas por los regalos de una naturaleza bendita y saludable. Por tanto, las atenciones pastorales deberán tender principalmente a la preocupación y a los cuidados de los enfermos y de los niños lo mismo que la tonalidad de todo el ambiente. Cuidarse de los veraneantes y turistas no quiere decir —ya lo sabéis vosotros— ocuparse con menos amor de los otros, pensando quizá que basta lo mucho realizado ya por beneméritas instituciones. Con los enfermos, jóvenes y ancianos, es preciso ser atentos y oportunos, y multiplicar los cuidados que permiten recoger frutos muy consoladores.

Mas vuestro Congreso se ocupa ex profeso de los veraneantes y turistas, a los cuales dedicáis especial atención. Pues bien, recordad amablemente a vuestros hermanos que el aire, el sol, el mar y las termas hacen pensar en los enfermos y en los que sufren, y, consiguientemente, hacedles reflexionar sobre la importancia de la salud física, que, a pesar de ser tan frágil, es indispensable para el cumplimiento de los deberes diarios. No se puede dilapidar la salud, es un imperioso corolario del quinto Mandamiento; sería impropio recordarlo a quien busca el descanso de las vacaciones para restablecer su salud física, si la experiencia no demostrase cuántos excesos, desasosiegos y aun verdaderos peligros del cuerpo y del espíritu se dan cita con frecuencia en los habitantes de las zonas veraniegas.

Lo mismo que ahora, en el campo de la arquitectura se vuelve al grande y noble pasado, en el que los edificios se insertaban en el ambiente natural para mejor expresar el alma de una edad y de un pueblo; esto mismo debería recordar a los hombres de las ciudades que van a los mares, a los lagos, a los montes, a las verdes y perdidas llanuras, el que estas metas no sean ocasión de disipación espiritual o pretexto para evasiones o incontroladas libertades, favorecidas por el hecho de encontrarse fuera de los ambientes ordinarios de la vida. Haced comprender que en el tiempo de vacaciones, de honesto y legítimo descanso, los hombres deben y pueden injertarse en la naturaleza para reencontrar la serenidad, la calma, la armonía interior y disponerse también para un coloquio espiritual que abre los horizontes de la vida sobrenatural de la gracia.

Esta es la finalidad última, del ver, del gozar, del recorrer las bellezas que la mano del Padre Celestial ha sembrado por la creación, como una huella de su sabiduría y belleza eterna: “Abres tu mano y llenas todas las vidas de bendición” (Ps 144, 16).

El período de descanso anual puede abrir a muchas almas posibilidades maravillosas de edificación interior, de un mayor acercamiento a la práctica cristiana, de conseguir una gran plenitud en la concepción religiosa. Vuestra tarea será, pues, facilitar estos caminos a las almas, disponerlas o madurarlas, buscando métodos pastorales adaptados y amablemente persuasivos.

II.—Forma concreta del celo apostólico

Este es el segundo tema en el que deseamos fijar vuestra atención: los métodos de apostolado en que dar forma concreta al celo pastoral en los lugares de veraneo.

Vuestros estudios, las comunicaciones, el intercambio de experiencias os darán —estamos seguros— buenas directrices y os ayudarán a mejor comprender el problema y a facilitar las soluciones. He aquí algunos puntos que a este respecto exponemos a vuestra consideración:

a) Multiplicad los encuentros e id a buscar a las ovejas casi por todas partes. Este “casi” lo decimos de propósito. Pues pensamos que la prudencia debe sugerir muchos reparos a la conveniencia de llevar la palabra de Dios indiscriminadamente a todos los ambientes.

Están admitidas las excepciones de acuerdo con los obispos. Mas a estas ovejas difíciles, como son los turistas y veraneantes, debéis enseñarles el camino que lleva al templo del Señor. En su atmósfera es donde se dispensa la palabra de Dios.

Pensemos en María y en José que suben al templo con el niño Jesús, y que habiéndolo perdido, lo encuentran precisamente en las inmediaciones del templo, en medio de los doctores de la Ley: “oyéndolos e interrogándolos” (Lc 2, 46).

Y si también se trata de una iglesia modesta —pero acogedora, como lo son las esparcidas por los países cristianos—, a la gracia de estado del sacerdote se suma, podemos decir, la gracia del lugar. El decoro de la casa de Dios, las funciones bien preparadas, las comunidades parroquiales fervorosas, que con la oración y el canto comunitario parecen mantener al sacerdote en el altar, precisamente en estos santuarios vibrantes de fe muchos, distraídos o alejados, han recuperado el significado de la vida cristiana, la gracia y la bendición de pertenecer a la Iglesia.

b) Queridos hijos. Derramad con largueza la palabra de Dios. La parábola del pasado domingo es luminosamente persuasiva: la semilla es la palabra de Dios (Lc 8, 11). Ningún temor, pues, por la abundancia o el aparente derroche.

La técnica científica de la publicidad moderna no tiene temor a repetirse, y, sin embargo, el sacerdote sí. Y puede suceder que precisamente cuando es más necesario y obligado, como en los períodos estivales, éste se contente con llenar el surco abierto. Queridos hijos: siempre está viva la fuerza de la enseñanza del apostolado: “praedica verbum, insta opportune et importune... in omni patientia et doctrina” (predica la palabra, insiste oportuna e inoportunamente..., lleno de paciencia y doctrina) (2 Tim 4, 2). El que siembra hoy no recoge en un inmediato mañana. El sembrador continúa años y años su tarea. Y cuando el tímido tallo salga sobre la tierra, para dar el sesenta o el ciento por uno (cfr. Brevi. Rom. Dom. in Sexagésima, Antífona para Sexta), el cansado obrero habrá entrado tal vez ya en el gozo de su Señor.

c) Cuidad la manera de exponer la palabra de Dios: sencillez, claridad y buenas formas; de modo que los oyentes no se equivoquen, que apenas sientan la fascinación de la oratoria, y se detengan únicamente en el ideal de la belleza del precepto.

El precepto ha de surgir de su verdadera fuente, que es la verdad eterna, grabada en el corazón del hombre y revelada en la doble armonía del Antiguo y del Nuevo Testamento. Por tanto, hay que exponer el decálogo y la ley evangélica con humilde decisión en todos sus aspectos, también en los que imponen deberes arduos y renuncias.

No se puede, pues, hablar de cristianismo —decimos hablar a quien se encuentra dotado de los bienes de la tierra— sin referirse explícitamente al sacrificio y a la mortificación, a la voluntaria y, por ello mismo, animosa participación de todos los que viven aquí abajo, en las ansias y sufrimientos de sus hermanos de toda condición.

Vastos horizontes de la vida sacerdotal.

A este propósito, sin retóricas ni polémicas, exponed la doctrina social de la Iglesia, que debéis conocer en toda su integridad. Estáis convencidos de que ésta habla ya de por sí, de que penetra en los corazones y los convence con la fuerza de la persuasión, iluminada por los eternos principios del Evangelio. En contacto con esta exposición franca, accesible, adaptada a las exigencias de hoy, las almas sabrán interesarse vivamente en los problemas; descubrirán la actualidad y las maravillosas perspectivas aun en el desempeño de sus normales ocupaciones. Sabed comunicar ideas fuertes y unitarias que ayuden a ver la vida en su totalidad de entrega a Cristo y a su Iglesia.

Venerables hermanos y queridos hijos. El servicio pastoral abre vastos horizontes a vuestro celo, que hay que considerarlo siempre a la luz de su fecunda irradiación, que requiere en vosotros una generosidad juvenil y fervor en las ideas y en las actividades. Queremos también repetiros las palabras que dirigimos en charla paternal del 24 de julio de 1956 en La Mendola a un congreso de sacerdotes, directamente dedicadas al apostolado entre obreros, y que nos han parecido oportunas para terminar el encuentro de hoy: «Si el mérito del sacerdote es grande con relación a cada uno —decíamos entonces—, es mucho más grande con relación a toda la Iglesia, que es servida en toda su universalidad.

»Es impresionante el pensamiento de San Juan Crisóstomo a este respecto: “No solamente de vuestra vida —palabras verdaderamente de oro que gustamos repetir con frecuencia—, sino de la de todo el universo se os pedirá cuentas” (Homilia XV in Mat.).

»Esto es lo que todo apóstol del Evangelio debe recordar: esto crea en él una responsabilidad de pastor y de pontífice y le asegura también una gloria inconmensurable. Este mérito supone también muchas veces sacrificios diarios, desconocidos y duros, pequeños actos ignorados, pero que contribuyen a disponer la vida en pro del bien común...

»La vida sacerdotal en estos últimos tiempos es completamente distinta que en el pasado y está expuesta a nuevas y seductoras tentaciones: comodidad de puestos y de ocupaciones, tendencia a cierta tranquilidad sin preocupaciones, con poco celo y sin calor por las almas. Y en vez de orar a una, para edificación mutua de los fieles, en vez de cantar con alegría, de cara al sol, nos dejamos con presteza sorprender por el cansancio; no se habla sino en tono de lamentación cuando se trata de uno mismo, y con murmuraciones nada caritativas ni piadosas cuando se trata de los demás. ¡Qué penitencia entonces el tener que vivir con algún compañero, con su palabra siempre ocupada en aquello que, en la actividad sacerdotal, es forma exterior y que en mala hora consigue mantener en el corazón un desmedido afán y una pretensión no siempre velada ni modesta, de promoción, de ascenso, de singularidad: una costumbre, de interpretar todo en tono menor, adelantando de esta forma la participación de una vejez descolorida y fastidiosa.

»Mas ¡qué bella y alegre es la juventud sacerdotal inspirada en las altas finalidades del ministerio sagrado de la Santa Iglesia, que despliega sus alas sobre la inmensa plebs christiana!... Recordamos el fervor de la invocación diaria tantas veces repetida al comienzo de las actividades del cuerpo y del espíritu, durante los doce años de la preparación al sacerdocio divino que tanto nos honra y nos exalta. “Te rogamos, Señor, que prevengas nuestras acciones con tu inspiración y nos ayudes a continuarlas”. Que así sea siempre para cada uno de nosotros. Que todas nuestras oraciones y todas las preocupaciones de nuestro apostolado... vayan dirigidas al triunfo de Cristo, comenzándolas bien y terminándolas felizmente» (A. J. Roncalli, "Escritos y Discursos", IV, págs. 98-99).

Venerables hermanos y queridos hijos. Esto es todo lo que deseábamos confiaros como paternal sugerencia a los temas de estos días. Y estamos seguros que sabréis también profundizar en los problemas que se refieren a la santificación de las fiestas, a la tutela de la moralidad pública, especialmente con relación a los niños y a los jóvenes, la valoración de la familia, el respeto a los mutuos deberes de la cortesía humana y de la caridad cristiana.

Os pedimos, queridos hijos, que, en todo tiempo y con todos, os comportéis evangélicamente, enseñando con la palabra y el ejemplo esta norma santísima, que es la flor de la civilización santificada por el cristianismo. Alejad de vosotros la sugestión de la polémica, áspera y dura, que termina por convertirse en dañosa e injusta.

Auguramos para vuestro congreso un feliz resultado en propósitos y adquisiciones, invocando sobre todos la luz y el calor del Espíritu Santo.

En prenda de las celestiales complacencias, y para manifestar la benevolencia con que seguimos vuestros trabajos, de corazón derramamos sobre vosotros y sobre las poblaciones confiadas a vuestro ministerio nuestra bendición apostólica.

Fiat, fiat.

 



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