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VIDEOMENSAJE DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
A LOS JÓVENES DE CHICAGO Y DE TODO EL MUNDO
[14 de junio de 2025]
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Mis queridos amigos,
Es un placer para mí saludar a todos ustedes reunidos en el White Sox Park para esta gran celebración como comunidad de fe en la Arquidiócesis de Chicago. Un saludo especial al Cardenal Cupich, a los obispos auxiliares, a todos mis amigos que se han reunido hoy para la Solemnidad de la Santísima Trinidad.
Y empiezo así porque la Trinidad es el modelo del amor de Dios por nosotros. Dios: Padre, Hijo y Espíritu. Tres personas en un solo Dios que viven unidas en la profundidad del amor, en comunidad, compartiendo esa comunión con todos nosotros.
Por eso, reunidos hoy en esta gran celebración, deseo expresarles mi gratitud y, al mismo tiempo, animarlos a seguir construyendo la comunidad, la amistad, como hermanos y hermanas en su vida cotidiana, en sus familias, en sus parroquias, en la arquidiócesis y en todo el mundo.
Quisiera enviar un saludo especial a todos los jóvenes - a ustedes que están reunidos hoy aquí y a los que puedan estar viendo este saludo a través de medios tecnológicos, en internet. A medida que crecen juntos, es posible que conozcan - sobre todo después de haber vivido el tiempo de la pandemia - tiempos de aislamiento, de grandes dificultades, a veces incluso de problemas en sus familias o en nuestro mundo actual. A veces puede ser que las circunstancias de sus vidas no les hayan dado la oportunidad de vivir de la fe, de vivir como miembros de una comunidad de fe, y me gustaría aprovechar esta oportunidad para invitarlos a cada uno de ustedes a mirar en su propio corazón, a reconocer que Dios está presente y que, tal vez de muchas maneras diferentes, Dios los busca, los llama, los invita a venir a conocer a su Hijo Jesucristo, a través de las Escrituras, tal vez a través de un amigo o un pariente..., un abuelo o una abuela, que tal vez sea una persona de fe. Descubrir lo importante que es para cada uno de nosotros prestar atención a la presencia de Dios en nuestros corazones, a ese deseo de amor en nuestras vidas, buscar de verdad, y encontrar formas en las que podamos hacer algo con nuestras vidas para servir a los demás.
Y en ese servicio a los demás, podemos descubrir que uniéndonos en amistad, construyendo comunidad, también nosotros podemos encontrar el verdadero sentido de nuestras vidas. Momentos de angustia, de soledad.... Tantas personas que sufren diversas experiencias de depresión o tristeza pueden descubrir que el amor de Dios es realmente capaz de curar, que trae esperanza, y que, de hecho, al reunirnos como amigos, como hermanos y hermanas, en una comunidad, en una parroquia, en una experiencia de vida vivida juntos en la fe, podemos descubrir que la gracia del Señor, el amor de Dios, puede realmente curarnos, puede darnos la fuerza que necesitamos, puede ser la fuente de esa esperanza que todos necesitamos en nuestras vidas.
Compartir este mensaje de esperanza unos con otros -concienciando, sirviendo, buscando formas de hacer de nuestro mundo un lugar mejor- nos da verdadera vida a todos y es un signo de esperanza para el mundo entero.
A los jóvenes aquí reunidos deseo decirles, una vez más, que son la promesa de esperanza para muchos de nosotros. El mundo los mira y les dice: los necesitamos, los queremos con nosotros para compartir esta misión -como Iglesia y en la sociedad- de proclamar un mensaje de verdadera esperanza y de promover la paz, de promover la armonía entre todos los pueblos.
Debemos mirar más allá de nuestros -si podemos llamarlos así- egoísmos. Debemos buscar formas de unirnos y promover un mensaje de esperanza. San Agustín nos dice que si queremos que el mundo sea un lugar mejor, debemos empezar por nosotros mismos, debemos empezar por nuestras propias vidas, nuestros propios corazones (cf. Sermón 311; Comentario al Evangelio de San Juan, Homilía 77).
Y así, en ese sentido, al reuniros como comunidad de fe, al celebrar en la Arquidiócesis de Chicago, al ofrecer su experiencia de alegría y esperanza, pueden comprender, pueden descubrir que ustedes también son, de hecho, faros de esperanza. Esa luz, que puede no ser fácil de ver en el horizonte; sin embargo, a medida que crecemos en nuestra unidad, a medida que nos reunimos en comunión, descubrimos que esa luz se hace cada vez más brillante. Esa luz que, en realidad, es nuestra fe en Jesucristo. Y podemos convertirnos en ese mensaje de esperanza, para promover la paz y la unidad en todo el mundo.
Todos vivimos con muchas preguntas en el corazón. San Agustín habla tantas veces de nuestro corazón "que no tiene descanso" y dice: "nuestro corazón no tiene descanso hasta que descanse en ti, Señor" (Confesiones 1,1). Esta inquietud no es algo malo, y deberíamos buscar la manera de apagarla, de eliminar o incluso anestesiar las tensiones que sentimos, las dificultades que experimentamos. Más bien, deberíamos entrar en contacto con nuestro corazón y reconocer que Dios puede actuar en nuestras vidas, a través de nuestras vidas, y a través de nosotros, llegar a otras personas.
Quisiera terminar este breve mensaje dirigido a todos ustedes con una invitación a ser verdaderamente esa luz de esperanza. "La esperanza no defrauda", nos dice San Pablo en su carta a los Romanos (5,5). Cuando los veo a cada uno de ustedes, cuando veo cómo la gente se reúne para celebrar su fe, me doy cuenta de cuánta esperanza hay en el mundo.
En este Año Jubilar de la Esperanza, Cristo, que es nuestra esperanza, nos llama verdaderamente a todos a unirnos, para que seamos un verdadero ejemplo vivo: la luz de la esperanza en el mundo de hoy.
Así que me gustaría invitarlos a todos a tomaros un momento, a abrir sus corazones a Dios, al amor de Dios, a esa paz que sólo el Señor puede darnos. A sentir lo profundamente hermoso, lo fuerte, lo significativo que es el amor de Dios en nuestras vidas. Y reconocer que, aunque no hacemos nada para merecer el amor de Dios, Dios, en su generosidad, sigue derramando su amor sobre nosotros. Y mientras nos da su amor, sólo nos pide que seamos generosos y compartamos con los demás lo que nos ha dado.
Que sean verdaderamente bendecidos al reunirse en esta celebración. Que el amor y la paz del Señor desciendan sobre cada uno de ustedes, sobre sus familias, y que Dios los bendiga a todos, para que sean siempre faros de esperanza, signo de esperanza y de paz en todo el mundo.
Y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros y permanezca siempre con vosotros. Amén.
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