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MENSAJE DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
A LOS PARTICIPANTES DE LA 31ª CONFERENCIA INDUSTRIAL DE ARGENTINA

[Centro de Convenciones, Buenos Aires, 13 de noviembre de 2025]

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Saludo cordialmente a los participantes de la 31ª Conferencia Industrial de Argentina, que se celebra en Buenos Aires el 13 de noviembre de 2025. Agradezco a los organizadores de este encuentro la amable invitación a dirigirme a todos ustedes. Este espacio nos ofrece, en el marco del Jubileo de la Esperanza, una entrañable ocasión para reconocer que la economía y la empresa, cuando se orientan al bien común, pueden y deben ser motores de futuro, de inclusión y de justicia.

En continuidad con otras intervenciones del Magisterio, en 1891, la Rerum Novarum constituyó el acto fundacional de la Doctrina Social de la Iglesia en su forma actual. Allí se denunciaban las condiciones injustas de muchos trabajadores y se afirmaba con fuerza «que ni la justicia ni la humanidad toleran la exigencia de un rendimiento tal, que el espíritu se embote por el exceso de trabajo y al mismo tiempo el cuerpo se rinda a la fatiga» (n. 31). De igual modo, se subrayaba el derecho a un salario justo, a formar asociaciones y a vivir con dignidad. Estas enseñanzas, nacidas en un tiempo de profundas transformaciones industriales, siguen teniendo una sorprendente actualidad en el mundo globalizado que habitamos, donde la dignidad del trabajador muchas veces continúa siendo vulnerada.

La Iglesia recuerda que la economía no es un fin en sí misma, sino un aspecto esencial pero parcial del tejido social, en el que se desarrolla el proyecto de amor que Dios tiene para cada ser humano. El bien común exige que la producción y el beneficio no se persigan de manera aislada, sino que se orienten a la promoción integral de cada hombre y de cada mujer. Por eso, mi predecesor León XIII recordaba que, si los trabajadores reciben un salario justo, ello les permite no sólo sostener a sus familias, sino también aspirar a una pequeña propiedad y amar más la tierra trabajada por sus propias manos, de la que esperan sustento y dignidad, y así, abrirse a más altas aspiraciones para su vida y la de los suyos (cf. n. 33).

En la misma línea, advertía también que quienes gozan de abundancia material deben evitar cuidadosamente perjudicar en lo más mínimo el sustento de los menos favorecidos, el cual —aunque modesto— se debe considerar sagrado, precisamente porque constituye el sostén indispensable de su existencia (cf. n. 15). Estas palabras resuenan como un desafío constante, porque nos invitan a no medir el éxito de la empresa únicamente en términos económicos, sino también en su capacidad de generar desarrollo humano, cohesión social y cuidado de la creación.

En Argentina, esta visión encuentra un ejemplo luminoso y cercano en el venerable siervo de Dios Enrique Shaw, empresario que entendió que la industria no era sólo un engranaje productivo ni un medio de acumulación de capital, sino una verdadera comunidad de personas llamadas a crecer juntas. Su liderazgo se distinguió por la transparencia, por la capacidad de escucha y por el empeño para que cada trabajador pudiera sentirse parte de un proyecto compartido. En él, la fe y la gestión empresarial se unieron de manera armónica, demostrando que la Doctrina Social no es una teoría abstracta ni una utopía irrealizable, sino un camino posible que transforma la vida de las personas y de las instituciones al poner a Cristo como centro de toda actividad humana.

Enrique promovió salarios justos, impulsó programas de formación, se preocupó por la salud de los obreros y acompañó a sus familias en sus necesidades más concretas. No concebía la rentabilidad como un absoluto, sino como un aspecto importante para sostener una empresa humana, justa y solidaria. En sus escritos y decisiones se percibe claramente la inspiración de Rerum Novarum, que pedía a los empresarios «no considerar a los obreros como esclavos; respetar en ellos, como es justo, la dignidad de la persona, sobre todo ennoblecida por lo que se llama el carácter cristiano» (n. 15).

Pero la coherencia del Siervo de Dios no se limitó al ejercicio de su profesión. También conoció la incomprensión y la persecución profetizadas por Cristo para los que trabajan por la justicia (cf. Mt 5,10). Fue encarcelado en tiempos de tensiones políticas y aceptó esa experiencia con paz y serenidad. Más tarde afrontó la enfermedad, pero nunca dejó de trabajar ni de alentar a los suyos. Ofrecía el sufrimiento a Dios como acto de amor y, aún en medio del dolor, se mantenía cercano a sus obreros.

Su padecer por amor a la justicia y por fidelidad a los principios de servicio, progreso y ascenso humano que propuso como deberes del dirigente de empresa en su obra “…y dominad la tierra”, hacen de Enrique Shaw un modelo actual para todos los que conforman el mundo laboral. Su vida muestra que se puede ser empresario y santo, que la eficacia económica y la fidelidad al Evangelio no se excluyen, y que la caridad puede penetrar incluso en las estructuras industriales y financieras.

Queridos amigos: La santidad debe florecer precisamente allí donde se toman decisiones que afectan la vida de miles de familias. El mundo necesita con urgencia empresarios y dirigentes que, por amor a Dios y al prójimo, trabajen en favor de una economía que esté al servicio del bien común. Que esta Conferencia Industrial sea un espacio para renovar el compromiso con una industria innovadora, competitiva y, sobre todo, humana, capaz de sostener el desarrollo de nuestros pueblos sin dejar a nadie atrás. Los encomiendo a la intercesión de san José obrero y de corazón les imparto la implorada Bendición Apostólica.

Vaticano, 8 de septiembre de 2025, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María.

LEÓN PP. XIV