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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Sábado 13 de julio de 1963

 

Hijos e hijas, todos queridísimos:

Se puede decir que ésta es la primera audiencia general de nuestro pontificado. Hemos recibido ya a muchas personas y a muchos grupos, pero vosotros sois los primeros en ofrecernos esta bella y gran multitud que refleja en su número y, todavía más, en la variedad de grupos que la componen la catolicidad, es decir, la universalidad de la Iglesia. Sed todos bienvenidos y benditos.

Nos deseamos que este encuentro imprima en vuestras almas una doble experiencia espiritual, una y otra realmente romanas. La de la paternidad del Vicario de Cristo. En verdad, nuestro corazón os está abierto para acogeros a todos, confortaros y bendeciros. Os diremos, con San Pablo: “Nuestros labios se han abierto para vosotros..., nuestro corazón se ha dilatado ante vosotros” (Cfr. 2 Co 6 11). Luego, la otra experiencia, la de la fraternidad que aquí os une a todos en un mismo vínculo de fe y de caridad. También a este respecto nos enseña San Pablo: “Todos vosotros sois uno solo en Cristo” (Ga 3, 28).

Quisiéramos tener tiempo y forma para saludar a cada grupo y a cada persona; pero esto nos es materialmente imposible.

Nos limitamos a daros en cada una de las lenguas, y en la medida que nos es posible, un paternal saludo:

* * *

Tras repetir el propio Pontífice este breve discurso, en francés, español, alemán e inglés, dirigió el siguiente especial saludo a los participantes en el III Congreso Internacional Dominicano del Rosario, en lengua francesa.

Nos dirigimos ahora a los peregrinos franceses, entre los cuales se encuentran los que han participado en el III Congreso Internacional Dominicano del Rosario.

Comunicamos ya a los congresistas nuestros votos y nuestra bendición; pero queremos decirles una vez más, aquí, cuán gozosos nos sentimos por el éxito de su Congreso, que ha tenido un tema general de gran interés y de gran actualidad, a saber: el Rosario y la pastoral.

Nos deseamos que sus trabajos y su actividad puedan verdaderamente mostrar que el Rosario —como se dijo en el sermón de apertura— es, desde luego, una “devoción de la Iglesia” que, por su carácter popular, por su espíritu “cristocéntrico” y por la filial devoción que inspira hacia la Virgen, puede reanimar la fe y la piedad en los más diferentes medios y en los más abiertos a la acción pastoral: parroquias, escuelas, familias, hospitales, etc.

A todos los meritorios hijos de Santo Domingo, organizadores del Congreso, a los diversos oradores y a todos los congresistas, vaya nuestra particular y paternalísima bendición apostólica.

 



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