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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

 Miércoles 26 de febrero de 1964

 

Queridos hijos e hijas:

¡Os saludamos y os bendecimos a todos! Os agradecemos esta visita, que ciertamente confirma en vosotros la reverencia y la fidelidad a Cristo y a su Iglesia, y nos proporciona el consuelo de sabernos rodeados de hijos fieles y visitantes que nos honran con su presencia.

Quisiéramos tener una palabra especial para cada grupo, más aún, para cada persona, y decir a cada uno que nuestro espíritu está abierto a la comprensión, a la estima y al afecto por todos vosotros.

¿Qué decir, por ejemplo, al grupo tan importante y numeroso de los bomberos? Quisiéramos que supieran que apreciamos su especialidad, conocemos la dura y animosa preparación que requiere, sabemos la fuerza de ánimo, la prontitud, la audacia que infunde a quien la adopta y conocemos también los providenciales servicios que su especialidad rinde a la sociedad en circunstancias en extremo peligrosas. Al paso que manifestamos a estos apreciados y valerosos hijos nuestra admiración y nuestro aliento, y expresamos a los superiores e instructores, y a todos los miembros alumnos y adscritos al glorioso Cuerpo de Bomberos nuestro respetuoso y cordial saludo, permítasenos augurar… que su bravura no tenga nunca ocasión de ejercerse. Y que si se da el caso de tenerla que emplear contra la furia del fuego o del agua, que su valor merezca a ellos y a. cuantos sean objeto de su trabajo una perfecta incolumidad.

¿Y qué decir a los queridos y esforzados vencedores del concurso “Veritas” de la diócesis de Agnani? ¡Nuestra viva complacencia! Creemos que el concurso “Veritas” pone en evidencia las mejores prerrogativas de nuestra juventud estudiantil, su inteligencia por las cuestiones más profundas, más arduas, más útiles a la vida; su sensibilidad por los problemas espirituales de nuestro tiempo; su capacidad de sostener espontáneamente el peso de un trabajo escolar, de suyo facultativo; su magnífica actitud para estudiar en grupo y dar a sus propias convicciones religiosas y morales una expresión clara, fuerte y comunitaria.

No podemos menos que decirles ¡bravo! a estos hijos y asegurarles nuestro recuerdo particular en la oración.

Y así a los demás, a todos los demás, quisiéramos tener tiempo y oportunidad para una conversación particular. Pero como ahora no nos es posible, daremos a todos una exhortación, que el período litúrgico actual, la cuaresma, nos infunde en el corazón. Sí, la cuaresma nos ofrece la expresión apropiada para este momento. ¿Qué ha de decir el Papa a quienes lo visitan durante este período espiritual especial? Debe decirles, nos parece, ¡hijos, orad, orad un poco más, tratad de orar bien, procurad uniros a la oración de la Iglesia, que en este período de preparación pascual multiplica sus oraciones y les da una gama de ritos y fórmulas bellísimas y riquísimas!

Os confiaremos a este propósito un corto pero significativo episodio que ayer precisamente nos llenó el ánimo de gozo y admiración. Un señor, muy sabio e importante, que en los años siguientes a la guerra ha ocupado cargos de gran relieve y responsabilidad, ya anciano y cargado con una vasta y complicada experiencia acumulada en su larga vida profesional y política, nos decía, sacando casi del fondo del alma las palabras: “Santidad, ¿sabe lo que después de todo y sobre todo me parece lo más importante en la vida del hombre? La oración. ¡Sí, la oración!” Podemos atesorar tan abierto y precioso testimonio, que confirma la enseñanza recibida del Señor, que la Iglesia repite en estos días: “Es necesario orar siempre y no desfallecer jamás” (Lc 18, 1).

Que sea el recuerdo de esta audiencia haber recogido de la voz del Papa tan alto e importante precepto del Señor: la oración. Sabéis que el Concilio Ecuménico ha consagrado su primer pensamiento y su primera Constitución precisamente a la oración. ¡Veamos si la podemos reavivar en nuestras almas! Será una fortuna para ellas y lo será para todo cuanto apreciamos en el mundo. Es el voto que os formulamos, enriqueciéndolo con nuestra bendición apostólica.



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