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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

 Miércoles 18 de marzo de 1964

 

Saludamos en primer lugar a los neosacerdotes presentes en esta audiencia, del Colegio Beda, del Pontificio Seminario Romano, de los Agustinos, del Colegio Escocés, del Pontificio Ateneo Salesiano, de la Congregación de Sacerdotes del Sagrado Corazón, de los Padres Mínimos, de los Oblatos de María Virgen y del Colegio Irlandés. Los saludamos con todo el corazón, gozoso de hacer nuestra la alegría de su ordenación, de confirmar su oblación al servicio de la Iglesia y al sacrificio de Cristo y de confortar las grandes esperanzas de su ministerio sacerdotal con nuestros votos y con nuestra bendición. Nuestra bendición va dirigida también a los familiares de estos neosacerdotes, que participan también del mérito del regalo que el Señor ha hecho a su vida a través de los nuevos ordenados, y dignos, por tanto, de ser con ellos recompensados por el Señor y por Nos bendecidos. Damos las gracias también a los superiores y a los educadores de estas santas vocaciones y también a ellos de corazón los bendecimos.

Debemos una particular gratitud al Consejo Nacional de Geómetras, y, especialmente, al Colegio de Geómetras de Milán, los cuales, al grato homenaje de su visita, han querido sumar el don precioso de instrumentos de pesas y medidas, que serán útiles a los misioneros seglares empeñados en la construcción de carreteras y edificios. Nuestro agradecimiento manifiesta ya desde ahora el de los futuros beneficiados; y conociendo los sentimientos de devoción a Cristo y a la Iglesia y la conciencia de la función profesional que han sugerido esta visita y este regalo, expresamos a estos representantes de la Geometría, milaneses e italianos, nuestra alabanza y nuestro aliento, e invocamos la abundancia de los divinos favores para sus personas, para sus familias y también para sus asociaciones, lo mismo que para su trabajo, con nuestra bendición apostólica.

Carísimos hijos e hijas: Vuestra visita nos ofrece la ocasión de dirigiros unas breves palabras y conversar un momento con vosotros; y si este diálogo debe ser el de un padre con sus hijos, os tenemos que hacer partícipes de los sentimientos que invaden nuestro espíritu durante estos días. Podréis comprender que estos sentimientos no son ni pocos, ni pequeños; el pensamiento del Papa está siempre lleno de muchos sentimientos y de grandes emociones. Entre tantas cosas que llevamos en nuestro corazón hay una que todos pueden imaginar y comprender, es la celebración pascual, de la que estamos ya tan cercanos.

La Pascua es, en verdad, para Nos, como para todos, sacerdotes y fieles, que participan bien de la vida de la Iglesia, un gran acontecimiento. Es un momento importante, mejor, extraordinario, aunque vuelva todos los años, con el curso del tiempo, en el desarrollo de la historia de la redención y en la orientación de los caminos hacia el reino de Dios en este mundo y en todas las almas. El misterio pascual está en el centro no sólo del culto de la Iglesia y merece ser celebrado como el tema más sagrado y más importante del año; sino que está también en el centro del Evangelio y de toda la religión cristiana, que procede del Evangelio. San Pedro exhortaba a los primeros cristianos a bendecir a Dios: “El Cual, según su gran misericordia, nos ha regenerado en una viva esperanza, mediante la resurrección de Cristo de entre los muertos” (1 P 1, 3).

Debemos dar a esta audiencia un matiz pascual, por dos razones circunstanciales. La primera, vosotros venís a visitar al Papa para expresar vuestra devoción al Vicario de Cristo y para recibir su bendición. Es decir, reconocéis en el Papa el grado más alto de los poderes sacerdotales. Pero el ejercicio de estos poderes tiende precisamente a la celebración y a la comunicación del “misterio de Cristo”, es decir, de su redención, cuya memoria y renovación es la Pascua. Honrando en el Papa el sacerdocio de Cristo evocáis su misteriosa función, que en la Pascua encuentra su expresión más plena y más benéfica. Y ved ahora la segunda razón, que nos hace recordar la conmemoración pascual; la de augurar que en verdad la Pascua sea feliz, sea buena, sea santa para vosotros. Nos la celebraremos precisamente con este fin; que sea para vosotros, para la Iglesia, para el mundo, una Pascua plena de gracia, de paz y de alegría. Recibiendo los sacramentos pascuales tendréis así en vuestras almas lo que ahora nuestros votos y nuestra bendición desean para vosotros: la vida de Cristo, es decir, la nueva vida de la gracia y de la rectitud en el camino terreno, y en prenda de la nueva vida de felicidad y de gloria en la eternidad. ¿Qué mejor bien os puede conseguir nuestra bendición y desear el corazón del Papa?



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