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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Castelgandolfo
Miércoles 19 de agosto de 1964

 

Queridos hijos e hijas:

Una de las impresiones características de la visita al Papa es la que invita a volverse hacia atrás y mirar al pasado, a la Historia, a la tradición. No es desde luego ésta la única impresión de quien viene a la audiencia, pues otras muchas impresiones invitan a tomar conciencia del presente, y otras a mirar hacia adelante, al futuro, al destino final de la vida humana, tanto individual como universal. Pero de hecho, el visitante, sea peregrino, fiel, o simplemente observador, al venir junto al Papa encuentra cien estímulos, que le hacen encaminar su pensamiento a lo antiguo, a costumbres pasadas, a recuerdos de tiempos lejanos; tanto es así, que con frecuencia el que no tiene un conocimiento exacto de la Iglesia se siente tentado a sospechar que la Iglesia es una

institución de otros tiempos, anticuada, quizá superada, interesante para los estudiosos de la Historia, para los arqueólogos y anticuarios, pero no para los hombres de nuestro tiempo. Aquí la lengua, las vestiduras, las ceremonias, etc., parecen cosas extrañas, que difícilmente se comprenden, muy curiosas y bellas quizá, pero ajenas y superfluas para la vida moderna.

No podemos, naturalmente, compartir esta opinión, que a veces creemos leer en la mirada de muchos de nuestros visitantes, aunque estemos dispuestos a discutir la oportunidad de ciertas formas especiales, que revisten el aspecto exterior de la Iglesia, y que en otros tiempos tenían significación clara para el observador, y cuya justificación es ahora más difícil de explicar. Sin embargo, nos sentimos muy contentos de que nuestros visitantes, al entrar en nuestra casa y respirar nuestra atmósfera, se sientan movidos a una mirada retrospectiva, aunque sea rápida y esquemática, pues esta mirada hacia atrás, creemos, es uno de los beneficios de la audiencia pontificia. Es un rayo de luz sobre los siglos pasados, que despierta en quien lo descubre una vibración espiritual, que podríamos llamar “sentido histórico”. Vosotros ya sabéis que la cultura moderna ha celebrado este sentido histórico como una de las expresiones más elevadas del espíritu, y quizá sepáis la necesidad que hay, especialmente en nuestro país, de un sentido histórico verdadero y popular, estando como está la opinión pública totalmente absorbida por el futuro, olvidando el pasado y con frecuencia renegándolo con la locura de las reformas intempestivas y de las revoluciones.

Pero esta vibración espiritual que trae a nuestra memoria el camino lento, fatigoso y dramático que la Humanidad ha recorrido hasta nuestro presente, se puede sentir también visitando museos, monumentos, bibliotecas, donde se guardan los tesoros del pasado. Al visitar la casa del Papa hay un doble elemento que sorprende; es decir, la continuidad histórica de lo que aquí se ve con un origen determinado, y la vitalidad actual de la institución a la que estas cosas se refieren, no es un museo, ni un cementerio, ni una colección preciosa o exótica de objetos antiguos, que se ofrecen aquí a la admiración del visitante atento, es algo vivo; y que sea precisamente algo muy antiguo es un fenómeno maravilloso. El que sea antiquísima y siempre igual a sí misma, siempre coherente, siempre fiel a las normas de su origen lejano, es, repetimos, maravilloso; más aún misterioso.

Ved, pues, cómo la visión del pasado de la Iglesia, documentada aquí por particulares tan curiosos y acaso algo incomprensibles, proyecta una nueva luz sobre el presente no sólo de la Iglesia, sino también sobre el nuestro, hay en la actualidad, en medio de nosotros, un testimonio poderoso, cuya voz y fuerza procede de Pentecostés, y que dice: Cristo está aquí, Cristo el resucitado, vive en su Iglesia y vivirá.

¿Os fijasteis al leer el evangelio del domingo pasado, el de los diez leprosos, en que la idea central de aquella página evangélica está expresada en el hecho de que uno de aquellos leprosos sanados milagrosamente se volvió hacia atrás, para reconocer en Cristo a su salvador y darle las gracias? (Lc 17, 15).

Este “volverse hacia atrás” nos parece un hecho muy significativo y ejemplar, y por desgracia, como en el episodio evangélico, demasiado raro. Nosotros somos reacios a mirar hacia atrás para reconocer la procedencia de nuestra civilización, estamos distraídos por nuestros intereses presentes y no nos preocupamos de pensar en que todo el patrimonio de nuestra cultura es una herencia. Y este olvido atañe también a nuestra conciencia cristiana, que no advierte que todo lo que encuentra en la Iglesia es un tesoro transmitido, un recuerdo perenne, una historia azarosa, pero consistente en sí misma, una tradición, un don.

La visita al Papa os debería hacer pensar en este hecho, en esta fortuna; debería reavivar en vosotros la gratitud a Cristo que ha hecho de la Iglesia el canal de su salvación; debería haceros amar la antigüedad y la juventud de la Iglesia, despertar en vosotros el sentido de responsabilidad para con la Historia, la tradición de la Iglesia, e infundiros el deseo de mantenerla viva en una perpetua y moderna renovación.

Así lo deseamos y de corazón os bendecimos.

(En francés)

Queremos dirigir ahora un saludo especialmente cordial a los estudiantes de cuarenta naciones que han venido a participar en los “cursos de verano de lengua y cultura italiana”, que organiza en Roma la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán.

“Esta mirada hacia el pasado” a que acabamos de invitar a los presentes en esta audiencia, creemos que concierne en especial a quienes como vosotros se encuentran en el país con el objeto preciso de estudiar su lengua y su cultura. ¡Cuántos tesoros os habrá revelado ya el contacto con los profesores de la lengua y literatura italiana! Habréis notado sin duda el puesto que ocupa la religión católica, con sus dogmas, su culto, sus santos, sus artistas: y habréis podido reflexionar en el maravilloso enriquecimiento que la cultura de un país puede encontrar en la inspiración religiosa. En efecto, ninguna otra cosa puede despertar en el corazón del hombre sentimientos más profundos y vitales. Os deseamos, pues, que saquéis de vuestras jornadas de estudios en Roma el mayor provecho intelectual y espiritual, y de corazón os bendecimos.



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