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PEREGRINACIÓN A BOMBAY

HOMILÍA DE SU SANTIDAD PABLO VI

Iglesia parroquial de San Pablo
Viernes 4 de diciembre de 1964

 

Venerables hermanos, queridos hijos e hijas:

Habiendo venido a esta tierra hospitalaria como peregrino para honrar a Nuestro Señor en la Sagrada Eucaristía, dirigimos nuestras palabras de salutación y de amistoso interés a vosotros, a todos los católicos, obispos, sacerdotes y pueblo; y al pueblo de la India.

Si preguntáis: ¿Quien es este peregrino? ¿Cuáles son sus motivos y sus intenciones? Respondemos que somos un siervo y mensajero de Jesucristo, colocado por la Divina Providencia a la cabeza de su Iglesia como sucesor de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles. Mensajero de Jesús y cabeza de la Iglesia son una sola función en realidad, puesto que la razón de existencia de la Iglesia es proclamar y extender las enseñanzas de Jesús y continuar su ministerio en la tierra. Esta es nuestra identidad y nuestra misión.

Para un diálogo fructífero cada uno de nosotros debe conocer al otro. Nos deseamos conoceros mejor. Ya conocemos la larga y gloriosa historia de la Iglesia en la India, evangelizada por el apóstol Santo Tomás, que santificó su suelo con sus predicaciones y es aclamado apóstol de la India, y evangelizada también, de acuerdo con la tradición, por San Bartolomé. Recordamos el fructífero apostolado de San Francisco Javier y de los muchos otros sacerdotes y religiosos que predicaron la buena nueva del Evangelio, y que hoy continúan mostrando a los hombres el camino para la felicidad eterna. En la historia secular de vuestra tierra, conocemos la natural bondad, la humildad y la paciencia de los hijos de este país, vuestra recta devoción a los ideales espirituales; no ignoramos las muchas pruebas y dificultades, que sobrelleváis con fortaleza y longanimidad. Un ejemplo sobresaliente de estas virtudes fue dado por la vida y obras de Mahatma Gandhi, cuyo noble carácter y amor a la paz son de todos conocidos. Tal disposición religiosa y una profunda devoción a la vida familiar caracterizan a la India y, en general, a todos los pueblos de Asia. Respetuosamente saludamos a todo el continente asiático, del que la India es un componente tan típico en variedad de razas y culturas, en esfuerzos hacia un progreso genuino, en sentidas ansias y búsqueda de paz entre las naciones del mundo.

Venimos como un mensajero de Jesús y de sus enseñanzas. Muchos de vosotros conocen su vida y doctrina, y, como Mahatma Gandhi, muestran reverencia a Jesús y admiración por sus enseñanzas. “Yo soy la luz del mundo”, dijo Jesús; y hoy el mundo tiene gran necesidad de esta Luz para superar la rivalidad y división, y el peligro de violencias sin precedentes, que amenazan ahogar la humanidad. El pueblo de la India y de Asia puede sacar luz y fuerza de las enseñanzas y espíritu de Jesús, de su amor y compasión, en sus esfuerzos para ayudar al menos afortunado, para practicar el amor fraternal, para conseguir paz entre ellos mismos y con sus vecinos.

Esta es la misión de la Iglesia aquí, y estamos profundamente agradecidos por la libertad asegurada a los predicadores del Evangelio en vuestro país. Ellos comunican el mensaje de Cristo con el más alto respeto hacia las creencias de otros, en el idioma y expresiones culturales del pueblo, y alientan a los cristianos a expresar su fe y devoción en armonía con la civilización de la India y en formas verdaderamente indias. Así la Iglesia, reuniendo los variados tesoros de muchas culturas del Oriente y Occidente, será aún más enriquecida por la contribución de sus hijos indios, extraída de la rica y antigua tradición cultural de su país.

Queridos hijos e hijas y todo el pueblo de la India: En este sencillo discurso hemos apuntado muchos puntos de contacto, varios sentimientos que tenemos en común. Por esto, no nos sentimos un extraño entre vosotros. El Papa se encuentra en casa donde quiera que la Iglesia se encuentra en casa. La Iglesia está estrechamente unida al pueblo en todas partes, en todos sus esfuerzos por la mejora de la nación.

Con todo nuestro corazón, deseamos la prosperidad y progreso del pueblo indio; y en tanto en cuanto nos es posible, le hemos ayudado y continuaremos ayudándole. Nunca cesaremos de rogar que Dios y Nuestro Señor Jesucristo concedan a los gobernantes y al pueblo de esta noble nación una abundancia de bendiciones divinas, especialmente el gran regalo de la Paz, en justicia y en amor fraterno.

 



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