CARTA DE SU SANTIDAD PABLO VI
A LA ORDEN DE LOS FRAILES MENORES CONVENTUALES
EN EL TERCER CENTENARIO DE LA MUERTE DE SAN JOSÉ DE CUPERTINO
A Nuestro Querido Hijo Basilio M. Heiser,
Superior General de la Orden de Hermanos Menores Conventuales.
Querido Hijo, salud y Bendición Apostólica.
Dios, maravilloso en sus santos (Sal 67, 36) adorna a la Iglesia con sus virtudes, de la misma forma que embellece la concavidad del cielo con rutilantes estrellas; igualmente que los astros, que en ciertos tiempos muestran su luz con más resplandor, los bienaventurados celestiales, con motivo de celebrarse sus aniversarios solemnes, reclaman de los hombres una mirada más interesada, para que así más atentamente capten lo que en forma magnificentísima muestran a la imitación, y con más seguridad confíen en su patrocinio, que siempre les fue fecundo y eficaz.
Creemos que estas circunstancias se cumplen felizmente en todo lo que preparáis, tú, querido hijo, y tus hermanos en religión, para la conmemoración de San José Cupertino, seguidor del patriarca de Asís, y gloria, perpetua de vuestra familia religiosa, al cumplirse el tercer siglo de su piadosa muerte en Osimo y de la consecución de su galardón celestial.
Alabamos y aprobamos vuestro plan, y no dudamos que esta festividad, que con alegría religiosa vais a celebrar, sea un éxito y logre frutos abundantes de piedad cristiana.
Será muy oportuno en esta ocasión proponer a los fieles, reunidos para la celebración de este aniversario, clara y distintamente, la vida, los hechos, el espíritu de comprensión para con los pecadores. las singulares dotes de ánimo, la gloria de los carismas de tan santísimo varón que surgió como el fuego y cuya palabra ardía como la llama (cfr. Ecclesiast. 48, 1). Pues con justicia es contado entre los más nobles místicos.
Además contó con dones ilustres, que aumentaron y enriquecieron su índole sencilla, de tal suerte que parecía natural contemplar y aun palpar con las manos la transformación del orden de la naturaleza. Nuestro mismo predecesor, Benedicto XIV, sumó a otros muchos, un grave documento, en el cual se prueba claramente que así había sucedido: “Testigos presenciales de toda excepción atestiguaron las célebres elevaciones, el éxtasis y el rapto del siervo de Dios” (De Servorum Dei Beatificatione, t. III, c. XLIX, 9).
Pero en lo que más sobresalió fue en la conocida e insigne piedad franciscana, en el seráfico ardor de caridad. Es la llama evangélica, que San Francisco de Asís, siguiendo los mandatos y consejos de Cristo, propagó y difundió abundantemente; y esta llama con tan puro candor iluminó la vida interior, las costumbres, las conversaciones y el rostro de San José de Cupertino, que los que le contemplaban se encendían en fervor espiritual y se sentían llamados a una vida mejor.
Que, especialmente en la edad en que la fe languidece y las ansias por lo celestial se agostan oprimidas por las pasiones terrenas, brille el ejemplo luminoso de San José de Cupertino, para que, sacudiendo nuestro ocioso sopor, corramos hacia los bienes sobrenaturales, siguiendo el precepto del apóstol San Pablo: “Si resucitasteis con Cristo, buscad el cielo, donde se encuentra Cristo sentado a la diestra de Dios; gustad lo celestial, no lo terreno. Pues estáis muertos y vuestra vida está escondida en Dios, con Cristo” (Col 3, 1-3).
Asimismo este honorable hijo de San Francisco de Asís muestra a los sacerdotes el camino y el modo de hacer fructuoso y agradable a Dios y a los hombres su ministerio; las demás dotes de ánimo, no despreciables si se dan, y que hay que lograr con profundo esfuerzo y trabajo, palidecen y pasan a segundo término si se comparan con lo que ha de ser el principal ornato y el grave postulado del sacerdote católico: la santidad de vida, unida a la ciencia de los santos, la encendida caridad, entregándose a la gloria de Dios y a la salvación de las almas, apeteciendo solamente lo celestial y despreciando lo terreno.
Estas son las exhortaciones que os hacemos con ánimo paternal y grandemente deseamos, que las festividades que se van a celebrar con motivo del tercer centenario de la muerte de San José Cupertino, respondan a su gran expectación, que engendren una cosecha abundante de frutos saludables y dejen un largo recuerdo. Por lo cual implorando los auxilios celestiales, impartimos cordialmente la bendición apostólica, a ti, a tus hermanos de religión, y a todos los que participen en los actos conmemorativos.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 27 del mes de junio del año de 1963, primero de nuestro pontificado.
Pablo PP. VI
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