MENSAJE DE SU SANTIDAD PABLO VI
A LA CONFERENCIA DE PAÍSES NO ALINEADOS*
Nos deseamos, señor Presidente, dirigir a usted y a través de usted a los Jefes de Estado y de Gobierno y a los delegados de las naciones que forman parte en la Conferencia de Estados No-Alineados que se celebra en la capital de Zambia, una cordial expresión de saludo y de buenos deseos.
Nuestro pensamiento está constantemente atento a cualquier iniciativa y a cualquier perspectiva de la que puede derivarse la paz, y por ello encontramos materia de mayor atención y esperanza en toda reunión de aquellos que ocupan un puesto de responsabilidad en la suerte de los pueblos. Estos sentimientos nos embargan ahora de manera particular debido a la importancia de la conferencia que se está celebrando, por ser tan impresionante el número de gobiernos representados en ella y tan nobles los ideales de colaboración y de paz que ellos se proponen perseguir conjuntamente para el bien de sus propios pueblos y de toda la humanidad.
Por razón de su propia finalidad religiosa, la Iglesia católica es consciente de que su misión espiritual transciende la solución concreta de los problemas temporales.
Esta tarea está confiada a quienes tienen responsabilidad en la vida política, social y económica. Con todo, siendo la Iglesia una comunidad universal de hombres que creen en los ideales de fraternidad y de paz alimentados por el Evangelio y en línea con las más nobles aspiraciones del alma humana, considera también que debe a toda la humanidad el deber de suscitar, alentar y sostener cualquier esfuerzo sincero que contribuya a la coexistencia fructífera, justa y pacífica entre los pueblos.
Vuestra conferencia estudia y se esfuerza por solucionar algunos de los graves problemas que atormentan el mundo, problemas en los que la Iglesia ve la urgente llamada que sube de todos los seres humanos, hombres y mujeres de todos los continentes y de todos los pueblos, pidiendo un mundo más justo, libre de divisiones y de conflictos, y en el que lo mismo las personas que los pueblos gocen de respeto y dignidad iguales.
Toda conciencia humana siente profundamente la necesidad de llevar a la práctica el derecho de todos los hombres a una igualdad real, sin distinción de razas, de culturas o de condiciones sociales; la aspiración de los pueblos a disponer de sus propios destinos con el fin de participar con igual dignidad en el uso de los bienes puestos a disposición de la familia humana y de compartir la libertad de decisión en las empresas de la sociedad internacional; todo el mundo confía en que las inmensas posibilidades económicas y técnicas, desgraciadamente aún absorbidas en el estéril campo de los armamentos, quedarán libres para ofrecer una generosa contribución al progreso de la humanidad. Está claro que estos problemas piden un estudio detallado y audaz. La solución parece todavía lejana, y muchas veces utópica. Pero los valores humanos implicados en ella son de una importancia tan vital que no se puede ahorrar esfuerzo alguno de buena voluntad y sacrificio para conseguirlos. Y esta actividad tiene tantas más posibilidades concretas de éxito cuanto más extenso, perseverante y coordinado es el esfuerzo en que se basa.
Nos parece que esta cooperación para los elevados objetivos de la paz para ser una realidad, sobre todo si se inspira en el principio ético de que cada pueblo debe reconocer que los demás tienen derecho a disfrutar de aquello que él exige para sí mismo. Esta sugerencia es en realidad uno de los principios básicos que guían esta conferencia. Y así habría que comprometerse al respeto de la soberanía y de la dignidad nacional de cada uno, a la renuncia al uso de la fuerza en las relaciones internacionales, a la abstención de cooperar en las injusticias cometidas por cualquier nación, grande o pequeña, contra otro, y a la renuncia a las tendencias nacionalistas exclusivistas u opresivas. Inspirada por estos pensamientos, el esfuerzo conjunto de muchos países será capaz de desarrollar una inmensa fuerza benéfica, que se convertirá en un gran poder constructivo en favor de la paz, independientemente de las posibilidades, grandes o pequeñas, que cada una de las naciones tiene por separado.
Al inicio de la Segunda Década del Desarrollo, en un momento en que se van elaborando los programas para esta empresa tan necesaria, emerge cada vez con mayor claridad la exigencia de que los valores humanos tengan la primacía, por encima de las consideraciones económicas y técnicas. La cooperación que se planificará en este sector entre los países que participan en la Conferencia de Lusaka contribuirá ciertamente a ofrecer sugerencias, indicaciones y objetivos de considerable importancia. De igual manera, la capacidad de los países no-alineados para desarrollar entre ellos y con otros pueblos los principios de dignidad y colaboración pacífica que proclaman, producirá un eco, de más amplias proporciones persuasivas y autorizadas, en la asamblea de la sociedad internacional para afianzar sus instituciones, sus tareas y su autoridad, puestas todas ellas al servicio de la paz del mundo.
Nuestro afán, señor Presidente, ha sido el de manifestarle estos pensamientos como una reflexión espontánea de parte Nuestra y como una esperanza y un deseo que Nos alimentamos sinceramente en Nuestro corazón. Junto con la manifestación de Nuestros buenos deseos y la promesa de Nuestra humilde plegaria de todos los días al Altísimo, hemos querido también expresarle toda la respetuosa deferencia que Nos sentimos hacia Su Excelencia, hacia su noble nación y hacia todos los países que toman parte en la Conferencia. Ha sido, Nuestro deseo manifestar el interés con el que Nos seguimos esta Conferencia y cualquier otra iniciativa a favor de la causa de la paz.
Vaticano, 8 de septiembre de 1970.
PABLO VI
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.38 p.12.
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