MENSAJE DE SU SANTIDAD PABLO VI
A LA CONFERENCIA DE LAS NACIONES UNIDAS
SOBRE EL MEDIO AMBIENTE*
Señor Secretario General:
Con ocasión de la apertura de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio ambiente, cuya preparación habéis asegurado con celo y competencia, Nos quisiéramos manifestarle a V. y a todos los participantes el interés con que Nos seguimos esta gran empresa. La preocupación por preservar y mejorar el medio ambiente natural, igual que la noble ambición de estimular un primer gesto de cooperación mundial en favor de este bien necesario para todos, responden a imperativos profundamente sentidos por los hombres de nuestro tiempo.
En efecto, surge hoy la conciencia de que el hombre y su ambiente natural son, como nunca, inseparables: el ambiente condiciona esencialmente la vida y el desarrollo del hombre; éste, a su vez, perfecciona y ennoblece el medio ambiente con su presencia, su trabajo, su contemplación.
Pero la capacidad creadora del hombre no producirá frutos auténticos y duraderos sino en la medida en que el hombre respete las leyes que rigen el impulso vital y la capacidad de regeneración de la naturaleza: uno y otro son, pues, solidarios y comparten un futuro temporal común. También hay que llamar la atención de la humanidad para que sustituya el ímpetu, con mucha frecuencia ciego y brutal, de un progreso material abandonado a su único dinamismo, por el respeto a la biosfera enmarcada en una visión global de sus dominios que se convierten en "una sola tierra", por usar el bello lema de la Conferencia.
La supresión de las distancias gracias al progreso de las comunicaciones, el establecimiento de lazos cada vez más estrechos entre los pueblos debido al desarrollo económico, el sometimiento creciente- de las fuerzas de la naturaleza a la ciencia y a la tecnología, la multiplicación de las relaciones humanas por encima de las barreras de las nacionalidades y de las razas, son otros tantos factores de interdependencia para lo mejor o para lo peor, para la esperanza de salvación o el peligro de desastre. Un abuso, un deterioro provocados en un punto del mundo tienen su repercusión en otros lugares y pueden alterar la calidad de vida de los demás, a menudo sin que se enteren y sin culpa propia.
El hombre, además, sabe con certeza que el progreso científico y técnico, pese a sus aspectos prometedores con miras a la promoción de todos los pueblos, lleva en sí, como toda obra humana, su fuerte carga de ambivalencia para el bien y para el mal. Se trata, sobre todo, de la aplicación que de sus descubrimientos ha de hacer la inteligencia con fines destructivos, como es el caso de las armas atómicas, químicas y bacteriológicas, y de tantos otros instrumentos de guerra, grandes o pequeños, respecto a los cuales la conciencia moral no siente más que horror. Y, ¿cómo ignorar los desequilibrios provocados en la biosfera mediante la explotación, sin orden, de las reservas físicas del planeta, incluso con la finalidad de producir cosas útiles, así como, el derroche de las reservas naturales no renovables, la contaminación del suelo, del agua, del aire, del espacio, con sus atentados a la vida vegetal y animal?
Todo esto contribuye a empobrecer y a deteriorar el medio ambiente del hombre hasta el punto de amenazar, según se dice, su propia supervivencia.
Finalmente, hay que destacar con fuerza el desafío lanzado a nuestra generación para que, dejando de lado los objetivos parciales e inmediatos, ofrezca a los hombres de mañana una tierra que les resulte hospitalaria.
A la interdependencia debe responder en adelante la corresponsabilidad; a la comunidad de destino debe corresponder la solidaridad.
Todo ello no se conseguirá con el recurso a soluciones fáciles. igual que no se resuelve el problema demográfico limitando indebidamente el acceso a la vida, tampoco se podría afrontar el problema del medio ambiente con las solas medidas de orden técnico. Estas, sí son indispensables, y vuestra Asamblea tendrá que estudiarlas y proponer los medios adecuados para rectificar la situación. Por ejemplo, es bastante evidente que siendo la industria una de las causas principales de la contaminación, es absolutamente necesario que los que la dirigen perfeccionen sus métodos y encuentren el medio – sin perjudicar, dentro de lo que cabe, a la producción –, de eliminar completamente las causas de polución, o, por lo menos, de reducirlas.
En esta obra de saneamiento, es también evidente que corresponde a los químicos un papel importante, y en su capacidad profesional está puesta una gran esperanza.
Pero todas las medidas técnicas quedarían sin eficacia si no fueran acompañarlas de una toma de conciencia de la necesidad de un cambio radical de las mentalidades. Todos son llamados a actuar con lucidez y valentía. Nuestra civilización, tentada de hacer avanzar sus prodigiosas realizaciones mediante el dominio despótico del medio humano, ¿sabrá descubrir a tiempo el camino del control de su crecimiento material, de su sabia moderación en el uso de los alimentos terrestres, de una pobreza real de espíritu para poner por obra urgentes e indispensables "reconversiones"?
Queremos creer que sí, porque los excesos del progreso conducen a los hombres, y de un modo muy significativo, sobre todo, a los jóvenes, a reconocer que su imperio sobre la naturaleza debe regirse según las exigencias de una verdadera ética.
La saturación provocada en algunos por una vida excesivamente fácil, y la conciencia creciente en muchos de la solidaridad que une al género humano, concurren así a la restauración de la actitud respetuosa que funde esencialmente la relación del hombre con su medio. ¿Cómo no evocar aquí el ejemplo imborrable de san Francisco de Asís, y cómo no mencionar las grandes Ordenes contemplativas cristianas que ofrecen el testimonio de una armonía interior conseguida en el cuadro de una comunión con los ritmos y con las leyes de la naturaleza?
"Todo lo que Dios ha creado es bueno", escribe el apóstol san Pablo (I Tim 4, 4), haciéndose eco del Génesis que refiere la complacencia de Dios en cada una de sus obras. Gobernar la creación significa para la raza humana no destruirla sino perfeccionarla, no trasformar el mundo en un caos inhabitable sino en una morada bella y ordenada respetando todas las cosas.
Y así pues, nadie puede apropiarse de modo absoluto y egoísta el medio ambiente que no es una res nullius – la propiedad de nadie – sino la res omnium, un patrimonio de la humanidad, de tal forma que los propietarios – privados o públicos – deben ordenar su uso para un bien entendido beneficio de todos: el hombre es la primera y la más auténtica riqueza de la tierra.
Por tal motivo, la preocupación de ofrecer a todos la posibilidad de acceder a la participación equitativa de los recursos existentes o potenciales de nuestro planeta, debe pesar de modo especial sobre la conciencia de los hombres de buena voluntad. El desarrollo, es decir, la realización integral del hombre se presenta como el tema por excelencia, el sostén de las deliberaciones en que Vds. sabrán llegar al encuentro de un equilibrio ecológico, el de un justo equilibrio de prosperidad entre los centros del mundo industrializado y su inmensa periferia.
La miseria, se ha dicho muy justamente, es la peor de las contaminaciones. ¿Es utópico esperar que las naciones jóvenes que construyen a costa de grandes esfuerzos un porvenir mejor para sus poblaciones, procurando asimilar las adquisiciones positivas de la civilización técnica, pero rechazando sus excesos y sus desviaciones, se conviertan en los pioneros de la edificación de un mundo nuevo cuyo comienzo la Conferencia de Estocolmo está llamada a dar la señal.
Muy injusto sería, por tanto, rehusarles los medios por los cuales han debido pagar a menudo una contribución pesada y desproporcionada a la degradación y al empobrecimiento del patrimonio biológico común. Así, en lugar de ver en la lucha por un mejor medio ambiente la reacción de temor de los ricos, se vería, en ventaja de todos, una afirmación de la fe y de la esperanza en su destino, de la familia humana reunida en torno a un proyecto solidario.
Con estos sentimientos Nos pedimos al Todopoderoso que conceda a todos los participantes, junto con la abundancia de sus bendiciones, las luces de la Sabiduría y los impulsos del amor fraternal para conseguir un éxito completo en sus trabajos.
Vaticano, 1 de junio de 1972.
PABLO VI
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.2,5 p.1, 2.
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