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ALOCUCIÓN DEL PAPA PABLO VI
A UNA PEREGRINACIÓN DE OFICIALES Y MILITARES BELGAS


Martes 31 de marzo de 1964

 

Queridos hijos, miembros de la duodécima peregrinación militar belga, sed bienvenidos a nuestra sede.

Vuestra tradicional peregrinación pascual os conduce a Roma con vuestras familias, y no queréis concluirla sin haber recibido la bendición del Papa. Nos sentimos emocionados por vuestro gesto, en el que queremos ver el reflejo de la intimidad de vuestra patria con la Iglesia y los valores espirituales. Apreciarnos a Bélgica, lo sabéis, y hemos tenido muchas ocasiones de proclamarlo. Si, como todas las naciones, debe mirar por su defensa y poseer un ejército, todo el mundo sabe que lo hace para cumplir un deber. Ha demostrado, ante la faz del mundo, y en las pruebas heroicamente soportadas, que no alimentaba intenciones agresoras contra nadie.

En cuanto a vosotros, hijos de un pueblo laborioso y pacífico, sois los primeros, lo sabemos muy bien, en desear no tener que serviros jamás de las armas que lleváis. No os extrañaréis de que el Papa, vicario “del Príncipe de la Paz”, comparta este deseo, lo haga suyo e invoque sobre vosotros, en estos días de las fiestas pascuales, las bendiciones que el Evangelio promete a los pacíficos, “Beati pacifici quoniam filii Dei vocabantur” (Mt 5, 0).

Pero a la espera de esta paz perfecta de los espíritus y de los corazones que únicamente se realizará en el cielo, os habéis de plegar, queridos hijos, a la austera disciplina de la vida militar, con todo lo que lleva de noble, de educativo, de gozo ciertamente, pero también de dolor, de sujeción, de prueba, para vosotros y vuestras familias. Todo esfuerzo al servicio de una gran causa —el deber, el honor, la patria—, se paga con sacrificio; pero la grandeza misma y la nobleza del ideal perseguido las hace más fáciles. Y añadiremos, la fe cristiana, sobre todo, da al alma el coraje y la fuerza de afrontarlas con serenidad y al mismo tiempo con alegría, como lo saben todos aquellos que han tenido esta experiencia. Por la cruz a la luz; ¿no nos recuerda toda la liturgia de estas fiestas pascuales, que “era preciso que Cristo sufriera y entrara de esta forma en su gloria”? (Lc 24, 6). De esta forma y no de otra. El sublime ejemplo del Redentor vale para todos, y se nos ha dado a todos para nuestro consuelo y nuestro aliento.

A Cristo resucitado, vencedor del sufrimiento y de la muerte, encomendamos vuestras personas, vuestras familias, vuestros capellanes, a todos aquellos que tenéis presentes en estos instantes en vuestro espíritu, y de todo corazón, queridos hijos de Bélgica, os concedemos a todos en prueba de nuestra paternal benevolencia, la bendición apostólica que habéis venido a pedirnos.



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