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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LA
ORDEN DEL SANTO SEPULCRO

Sábado 30 de mayo de 1964

 

Señor cardenal,
excelencias,
ilustres señores y señoras:

Os agradecemos cordialmente este acto de noble devoción y de filial fidelidad; apreciamos los sentimientos que brotan de vuestros espíritus no menos que de los objetivos estatutarios de la orden, caballeresca y religiosa a la vez, a la que tenéis el honor de pertenecer. Acogemos con reconocida atención su franca y selecta voz en las palabras con que habéis querido acompañar vuestra visita y en las que nos dais relación, sumaria pero elocuente, del espíritu que quiere animar vuestras filas; de la actividad, tanto religiosa como benéfica, a que os entregáis y que es el mérito principal de vuestra organización; de los propósitos que expresáis como para trazar en vuestro camino futuro nuevos senderos de fecunda actividad y para asumir ante esta significativa reunión y ante Nos mismo el compromiso honrado y generoso de quererlos mantener.

Este encuentro nos brinda, por tanto, la oportunidad para animar estos sentimientos y propósitos, que merecen aplauso y confianza.

Una institución como la vuestra atrae la mirada y la estima del público por dos aspectos que abiertamente le presenta, el externo de vuestras divisas, de vuestras insignias y de vuestras reuniones; y el interno de vuestra adhesión a la fe y a la vida católica, o mejor, a la milicia y al servicio de la Iglesia y de la causa de Cristo especialmente en los Santos Lugares, que fueron humilde e incomparable escena del Evangelio y son todavía marco de hechos e intereses religiosos, a los que la Santa Sede y con ella todo el mundo católico atribuyen siempre suma importancia. Una sola regla, se puede decir, regula, por tanto, vuestra institución: la correspondencia, la coherencia, el mutuo reflejo de uno y otro aspecto. ¿De qué servirían las insignias externas de vuestra orden si no indicaran una sincera y vital profesión de fe católica, tanto en el interior de vuestros corazones como en el estilo moral que debe ser la impronta de la vida de un caballero del Santo Sepulcro? ¿Y no son precisamente estos distintivos los que os inscriben en una selecta y calificada milicia de Cristo, símbolos, estímulos, vínculos de vuestra fidelidad a su causa, de vuestra ejemplaridad en la sociedad en la que os encontráis, de vuestra adhesión ni inerte, ni pasiva, ni cansina, sino activa y generosa y militante en la Santa Iglesia?

Así quiere y debe ser vuestra pertenencia a la orden del Santo Sepulcro. Que vuestros espíritus estén plenos de esta conciencia y habréis realizado realmente en vosotros mismos el honor de pertenecer y haber dado a la orden la mejor confirmación de su razón de vivir, su vigorosa plenitud de disciplina y actividad, su más alto nivel de mérito y de gloria.

Y Nos mismo, que conocemos el sendero largo y áspero que vuestra orden ha recorrido en estos últimos decenios para llegar al punto constitucional y funcional en el que hoy se encuentra, de corazón hacemos votos para que este sendero, quizá ahora más fácil, pueda llegar a su meta final de ordenación práctica, de prosperidad y bienestar, de esplendor moral y espiritual.

Con el augurio, la oración, que responde no sólo a vuestros estatutos, sino también a nuestra solicitud por esa tierra bendita donde el Santo Sepulcro tiene su sede, y donde Nos mismo hemos tenido la suma ventura de realizar, como sabéis, una humilde pero emotiva y celebrada peregrinación; continuad amando estos Santos Lugares con una predilección cada vez más intensa y piadosa; continuad honrando la tierra santificada por los pasos del Hijo de Dios hecho Hijo del hombre; continuad promoviendo allí las obras religiosas, de instrucción, caridad, que atestiguan la tenaz y amorosa presencia de la Iglesia católica; incrementad vuestro esfuerzo de beneficencia espiritual y corporal por aquellas poblaciones, a las que nuestro encuentro con ellas, tan vivo y cordial por su parte, nos ha hecho apreciarlas más aún; y hacedles ver. que vuestra cruzada quiere ser la de la caridad, de la concordia, de la paz, del Evangelio de Cristo, que en el servicio de la Iglesia católica y de sus hijos más fieles y activos no quiere otra cosa que la verdadera salvación de todos.

Confiando que a estos votos responderá, con la ayuda de Dios, vuestra activa milicia, os bendecimos a todos de corazón.



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